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Portada » Opinión » Política exterior de Joe Biden: Desconexión de la realidad

Política exterior de Joe Biden: Desconexión de la realidad

por Arí Hashomer
7 de julio de 2021
en Opinión
Política exterior de Joe Biden: Desconexión de la realidad

El presidente Biden realizó su primer viaje al extranjero el mes pasado, viajando a Europa para asistir a las reuniones del G7, a las conversaciones con los líderes de la OTAN y a una cumbre con el presidente ruso Vladimir Putin. Un viaje inaugural al extranjero como éste puede proporcionar varias pistas sobre la trayectoria de la política exterior de un Presidente. El presidente Biden y su equipo parecen estar basando su doctrina de seguridad nacional en los temas de la competencia entre democracias y autocracias, el retorno del liderazgo estadounidense y el compromiso de Estados Unidos con las alianzas. Sin embargo, la evidente diferencia entre la retórica y las acciones del presidente Biden en estos tres elementos puede hacer que se vean perjudicados tanto su mensaje como su estrategia. Es más, la propia retórica puede tener consecuencias perjudiciales para los esfuerzos del presidente Biden por construir las sólidas coaliciones que desea para competir con China.

Los comentarios presidenciales durante un viaje al extranjero suelen estar cuidadosamente elaborados para garantizar que cada serie de observaciones -de principio a fin y en todos los escenarios- apoye un tema general que comunique elementos clave de la política y la doctrina. Basándose en el primer viaje al extranjero del Presidente Biden, él y su equipo parecen centrarse en tres mensajes fundamentales: primero, la competencia entre democracias y autocracias; segundo, la idea de que “América ha vuelto”; y tercero, el compromiso de Estados Unidos con sus alianzas -en el caso de la OTAN, el compromiso específico con el Artículo 5.  Es probable que estas ideas constituyan la base del enfoque de la política exterior del presidente Biden en el futuro, incluyendo su Estrategia de Seguridad Nacional pendiente, los compromisos exteriores y la doctrina ideológica.

Sin embargo, la retórica de Biden parece hasta ahora dramáticamente divorciada de sus acciones. El Presidente ha señalado con frecuencia la competencia entre democracias y autocracias, incluso promocionando sus reuniones con las naciones del flanco oriental y del Báltico, pero su administración no está adoptando una línea dura en relación con el gasoducto Nord Stream 2, que envalentona a una Rusia claramente autocrática a expensas de la Ucrania democrática y, en última instancia, de la seguridad europea.  Biden alabó el compromiso de Estados Unidos con el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte -el compromiso de defensa colectiva-, pero sabemos que el artículo 5 depende del artículo 3 -la obligación de los aliados de la OTAN de desarrollar y mantener capacidades defensivas individuales-, al que se prestó poca atención.  La desconexión entre la retórica y la política se pone de manifiesto en el hecho de que la mayoría de los países del flanco oriental y del Báltico a los que Biden se refiere como vulnerables están cumpliendo con la obligación de gastar el 2% del PIB en defensa, mientras que sus ricos homólogos occidentales, como Alemania, siguen quedándose cortos, aprovechándose de sus aliados menos ricos.  Aunque el presidente Biden repitió en sus viajes que “Estados Unidos ha vuelto” -dando a entender, en un golpe político a su predecesor, que el liderazgo estadounidense había estado ausente en los últimos tiempos-, su administración parece definir el liderazgo como el hecho de calmar los egos de los aliados y fomentar la armonía interpersonal. No se trata de promover posturas impopulares, aunque importantes, en cuestiones de seguridad nacional con nuestros socios.  El problema es que este tipo de enfoque se sitúa más en el terreno de la complacencia política que en el del liderazgo.

Si la brecha entre las palabras y las acciones del Presidente se hace demasiado grande, él y su equipo corren el riesgo de que sus palabras pierdan todo su sentido, un resultado que nadie desea.  Al mismo tiempo, el enfoque retórico en esta competición entre autocracias y democracias puede alienar a las naciones que Estados Unidos necesita en Oriente Medio y Asia para competir eficazmente contra China. En consecuencia, también la retórica puede necesitar una revisión. Como han argumentado recientemente Elbridge Colby y Paul Kapur en sendos artículos en National Interest, ese énfasis indebido en el papel de los valores, en este caso, puede llevar a Estados Unidos a sobrestimar las contribuciones de los aliados europeos del tratado, al tiempo que subestima, y potencialmente aliena, a naciones críticas no pertenecientes al tratado como India y Vietnam. Un enfoque basado en los intereses, tanto en los mensajes como en la política, puede ser más eficaz en última instancia.

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También es posible que la administración Biden defina las democracias en términos muy limitados para incluir solo a determinadas élites y países. Wess Mitchell sugirió recientemente que el equipo de Biden está repitiendo los errores de los años de Obama al definir a Europa como Alemania y los dirigentes de la Unión Europea en Bruselas. En este sentido, la brecha entre la retórica y la política quizá se entienda mejor no como un descuido, sino como una estrategia de mitigación para distraer de su verdadero enfoque. El gobierno de Biden puede esperar que toda la palabrería sobre el apoyo a las democracias, el Artículo 5 y el liderazgo estadounidense convenza a los países de Europa del Este y a otros de que Estados Unidos no ha vuelto, de hecho, a una política que se describe mejor como diplomacia de cóctel, en la que se desprecia a socios estratégicamente vitales de primera línea en la competición de grandes potencias, como Polonia, Ucrania y las naciones bálticas, para reforzar las relaciones con las élites en capitales selectas, casi siempre a expensas de los intereses estadounidenses. En particular, esta doctrina es lo contrario en todos los aspectos de la “Política Exterior para la Clase Media Americana” que había prometido la administración Biden. Este enfoque se concibe más bien como una “Política Exterior para la Uber-Elite Global”.

Durante una conferencia de prensa tras su cumbre de 2018 en Helsinki con el presidente Putin, el presidente Trump tocó un tema central de su propio viaje al comentar: “Prefiero correr un riesgo político en pos de la paz que arriesgar la paz en pos de la política”. El liderazgo estadounidense es mejor cuando deja de lado la política interna, reúne eficazmente coaliciones de diversas naciones que de otro modo no cooperarían, y transmite mensajes duros, pero necesarios, a nuestros socios. El liderazgo en este sentido no difiere del liderazgo en cualquier otro contexto. No se mide por la fuerza de su popularidad, sino por la integridad de sus convicciones.  A medida que el gobierno de Biden desarrolla su doctrina de seguridad nacional, podría beneficiarse de la consideración de esta definición de liderazgo, de la adopción de medidas concretas en apoyo de sus tres prioridades temáticas y de la garantía de que las palabras del Presidente no socavan inadvertidamente sus políticas y su estrategia.


La Dra. Amanda J. Rothschild es miembro senior no residente del Atlantic Council y directora política senior de la Coalición Vandenberg. Durante el gobierno de Trump, se desempeñó como asistente especial del presidente y redactora de discursos sobre seguridad nacional en la Casa Blanca y como miembro del personal de planificación de políticas del Departamento de Estado.

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