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Portada » Opinión » Occidente prefiere a sus héroes muertos

Occidente prefiere a sus héroes muertos

Por Doron Matza en Israel Hayom

por Arí Hashomer
7 de marzo de 2022
en Opinión
Occidente prefiere a sus héroes muertos

La guerra en Ucrania se está librando mediante dos paradigmas: por un lado, el paradigma realista-modernista, que representa Rusia; y por otro, el paradigma posmoderno y simbólico que representa Occidente.

El concepto de victoria tal y como lo define Rusia se basa en elementos de sangre, hierro y territorio. Como tal, se centra en la guerra clásica con tanques, infantería y la ocupación de los centros neurálgicos ucranianos con el objetivo de derrocar al gobierno como condiciones previas para el cambio estratégico deseado por Moscú en Europa del Este.

Al contrario que los rusos, el concepto de victoria de Occidente se basa principalmente en elementos simbólicos, que convierten la guerra en una representación de la lucha entre las fuerzas de la luz -que persiguen la libertad y el liberalismo- y las fuerzas de la oscuridad -sinónimo de centralismo y opresión política-.

Para Occidente, el resultado de la guerra no se mide en términos físicos y absolutos, sino en términos relativos que tienden a configurarse en correlación directa con la imagen del agresor y de la víctima. Por eso, según la definición occidental de la victoria, el presidente judío de Ucrania se ha convertido en un símbolo que representa la idea de la resistencia.

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En las actuales condiciones de guerra, parece que el concepto de resistencia, que conecta con un mundo de visiones liberales, un discurso poscolonial y los valores de la libertad con una pizca de toques históricos de la Segunda Guerra Mundial, nunca ha sido tan popular.

El presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, actor reconvertido en hombre de Estado, cumple bien el papel que le asigna Occidente, aunque el final de esta obra ya esté escrito. Zelenskyy no es ajeno a los nuevos medios de comunicación y se ha prestado a ellos y a la idea de crear imágenes que el gran público de Occidente (y también de Israel) encuentra adictivas, ya que quiere ver cómo la idea de libertad se traduce en la resistencia decidida a una fuerza invasora y el sacrificio civil.

Sin embargo, en una vil paráfrasis de Voltaire, a Occidente le encanta ver cómo se derrama la sangre de otros en el altar de sus ideales. El esfuerzo por buscar héroes y una imagen de victoria basada en el simbolismo no consigue ocultar la sombría realidad sobre el terreno en Ucrania: en las calles bombardeadas de Kiev, Jarkiv, Odesa, Jerson y otras ciudades.

Se trata de una realidad muy alejada del mundo de los símbolos, el mismo mundo que hizo que los dos líderes que gestionan la crisis para Occidente se equivocaran: El presidente estadounidense Joe Biden, que ha malinterpretado por completo la determinación de Rusia de mantener sus intereses nacionales; y Zelenskyy, que se dejó engañar por la falsa promesa de apoyo de Occidente y no supo ver el verdadero equilibrio de poder.

Por eso, él y Estados Unidos perdieron la oportunidad de aprovechar al máximo el estrecho margen de maniobra que había antes de que las fuerzas rusas penetraran en la frontera de Ucrania para llegar a un compromiso razonable con el Kremlin.

La combinación mortal de la arrogancia de Biden y Occidente y la ceguera estratégica de Zelenskyy dejó a Ucrania con mucha simpatía como portadora de la bandera de bellos símbolos de resistencia, pero sola frente a un oponente que juega con las reglas realistas del juego.

La guerra terminará cuando Rusia decida que es el momento. Se decidirá no sólo porque la balanza de poder está a favor de Rusia, sino también porque, a diferencia de Zelenskyy, que encarna el espíritu, la imagen y los símbolos, Putin poseerá territorio y mostrará resultados.

Zelenskyy puede pasar a la historia como el heraldo de la resistencia ucraniana. Es lógico que, si los rusos lo apartan del poder, lleve una vida cómoda en Occidente; tal vez escriba uno o dos libros y haga giras de conferencias sobre guerras, resistencia y libertad.

Podrá decirse tranquilamente que el mundo entero es un escenario, pero para Ucrania y sus ciudadanos no es así.

Ucrania está siendo destruida por una guerra real, no una de imagen. El sufrimiento humano es real, al igual que los daños en sus infraestructuras, y el país invertirá años en emerger de las ruinas, y no del mundo basado en símbolos que Occidente entiende.

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