Los recientes acontecimientos no dejan lugar a dudas: Israel ha tomado la responsabilidad de su propio destino y también del mundo libre, al lanzar una campaña militar contra la cabeza de la serpiente del terrorismo global: Irán.
En un mundo racional, tal movimiento habría sido liderado por una coalición internacional. Pero Israel, habiendo aprendido las sangrientas lecciones del 7 de octubre de 2023, decidió no esperar. Mientras ciertas naciones, fieles a la mejor tradición europea, continúan desviando la mirada de las amenazas cercanas y lejanas, y beben tranquilamente su cappuccino matutino, Israel actúa. Y, gracias a su iniciativa, el mundo duerme más seguro por las noches.
La confrontación con Irán marca un punto de inflexión estratégico. No es simplemente un intercambio de disparos, sino una batalla por el futuro orden regional. Israel ha infligido un daño significativo al programa nuclear de Irán, atacando infraestructura, eliminando a científicos clave y desbaratando sistemas críticos. Aunque el alcance total aún está por evaluarse, ya es evidente que las ambiciones genocidas de Irán han sido retrasadas de manera significativa.
Apenas 24 horas después del inicio de la campaña, la debilidad de Irán quedó al descubierto. Incapaz de responder directamente a la superioridad aérea de Israel, quedó expuesto y desorganizado. La única “superioridad” que mantiene es retórica. El control que Irán construyó durante décadas se está desmoronando; Hezbolá está debilitado y bajo presión interna en Líbano, el frente sirio está firmemente controlado por las Fuerzas de Defensa de Israel, y los hutíes están perdiendo terreno constantemente. Irán ahora se ve obligado a improvisar.
A nivel interno, el régimen en Teherán se está desmoronando. La ira pública entre sus ciudadanos, especialmente mujeres y la generación joven, está creciendo. Un cambio de régimen que alguna vez parecía una fantasía ahora es más cercano y plausible que nunca.
Mientras tanto, las potencias globales actúan con cautela. China y Rusia no tienen interés en una guerra regional que desestabilice los mercados energéticos globales, pero tampoco abandonarán completamente a Irán. El apoyo táctico de ellos puede continuar, aunque sin una participación militar directa. Por el contrario, Estados Unidos, bajo el presidente Donald Trump, mantiene una postura firme, apoyando a Israel militar y diplomáticamente sin liderar aún una ofensiva a gran escala.
Como me dijo una vez un general senior de las FDI, “toda crisis es una base para excelentes relaciones, tanto en la vida privada como en la diplomacia”. Y, efectivamente, a pesar del caos, los Acuerdos de Abraham no han desaparecido; tal vez incluso están ganando fuerza. Los estados árabes moderados reconocen cada vez más la amenaza iraní, y la acción decisiva de Israel podría allanar el camino para acuerdos históricos que finalmente podrían hacer realidad la visión del exprimer ministro israelí Shimon Peres de un nuevo Medio Oriente.
Los medios globales están cautivados por las capacidades de Israel, incluso si esa admiración no se traducirá en aviones llenos de flores como agradecimiento por enfrentar una de las mayores amenazas globales de las últimas décadas.
Aun así, Israel continuará luchando por su futuro y el futuro de toda la región.