Donald Trump describió la llegada de Benjamin Netanyahu a la Casa Blanca como una “celebración” de los recientes ataques dirigidos contra objetivos iraníes. Este encuentro, sin embargo, también abre paso a negociaciones complejas sobre el cese de hostilidades en Gaza y el futuro político en la región.
Durante el recibimiento en el Despacho Oval, el presidente estadounidense sabrá que Netanyahu conserva un papel decisivo en la ejecución de su visión para Oriente Medio. El objetivo de consolidar un acuerdo de normalización entre Israel y Arabia Saudí sigue inconcluso desde la primera administración de Trump, cuando promovió los Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y otros actores regionales. El príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, ha exigido como condición el fin de la guerra y una hoja de ruta tangible hacia la creación de un Estado palestino.
Esa exigencia obstaculiza el delicado balance que Trump debe mantener: brindar apoyo inequívoco a Israel sin romper por completo con los aliados árabes de Washington. Las discrepancias públicas sobre el bombardeo a Irán o sobre la necesidad de poner fin a la guerra en Gaza ilustran este dilema estratégico. A pesar de esos desencuentros, fuentes cercanas aseguran que la conexión entre ambos líderes se mantiene intacta. “Netanyahu, ya sabes, es algo así como Trump”, señaló un colaborador próximo a la Casa Blanca. “Es odiado por mucha gente, pero gana”.
La fractura más notoria entre ambos se produjo cuando Netanyahu felicitó a Joe Biden tras las elecciones presidenciales de 2020. Trump expresó su malestar con una declaración tajante: “No he vuelto a hablar con él desde entonces. Que se — él”. No obstante, el primer ministro israelí ha sido recibido tres veces en la Casa Blanca en menos de seis meses, lo que evidencia su reposicionamiento dentro del círculo político estadounidense.
Entre los asuntos más relevantes de la agenda se encuentran las acciones necesarias para contener el programa nuclear iraní y las condiciones para lograr la liberación de los rehenes en manos de Hamás. Trump ha promovido un alto el fuego de 60 días, aunque las expectativas en torno a la reunión se mantienen moderadas. Una fuente calificó el encuentro como “discreto”, sin aspiraciones de alcanzar acuerdos de gran alcance.
Hamás, que inicialmente se oponía al acuerdo, ha mostrado una actitud más abierta en los últimos días. Según reportes difundidos por un medio saudita, el grupo estaría evaluando favorablemente los términos y la posibilidad de deponer las armas. Esta evolución se produce tras una secuencia de tensiones en la relación entre Netanyahu y Trump, marcada por momentos de fuerte alineación y otros de notoria distancia.
Durante su mandato anterior, Trump adoptó decisiones que beneficiaron ampliamente a Israel. Trasladó la embajada estadounidense a Jerusalén, reconoció la ciudad como capital del Estado judío y encabezó una campaña diplomática de acercamiento entre Israel y varios países árabes. El contexto actual, sin embargo, revela un escenario más volátil.
Los bombardeos conjuntos de aviones estadounidenses B-2 y cazas israelíes sobre instalaciones iraníes reavivaron el protagonismo de Trump en la política israelí. El presidente exigió el retiro de los cargos judiciales contra Netanyahu y lo calificó como un aliado fiel. “Bibi y yo acabamos de pasar por el infierno juntos”, escribió en su red social Truth Social. “Bibi no podría haber sido mejor, más agudo o más fuerte en su AMOR por la increíble Tierra Santa”.
Netanyahu depende del respaldo estratégico de Estados Unidos, especialmente en lo relativo al suministro de armamento. La reciente intervención de Trump contra Irán refuerza esa dependencia. Al mismo tiempo, el primer ministro enfrenta una presión interna sin precedentes por parte de su coalición ultranacionalista, que exige mantener la campaña militar en Gaza. Trump, por su parte, parece dispuesto a brindarle cobertura política. Su invitación a Washington ha retrasado el avance del juicio por corrupción contra Netanyahu por segunda semana consecutiva.
El resurgimiento de la alianza entre ambos contrasta con los primeros meses del segundo mandato de Trump, cuando sus gestos indicaban un posible distanciamiento. En aquella etapa, omitió visitar Israel durante un viaje a la región, cerró un acuerdo con los hutíes y suspendió los ataques estadounidenses sobre Yemen, pese a los continuos ataques del grupo contra territorio israelí. Además, su administración mantuvo conversaciones directas con Hamás para liberar a un rehén estadounidense.
Uno de los momentos de mayor tensión se produjo en abril, cuando Trump anunció el inicio de negociaciones con Irán en plena visita de Netanyahu a la Casa Blanca. Sin embargo, analistas como Josh Hammer descartan que estos episodios constituyan una ruptura estructural. “Hace campaña como un negociador y pacificador”, afirmó Hammer. “La tensión para él está en equilibrar sus promesas de campaña con su instinto de proteger a los aliados y al Occidente judeocristiano frente a islamistas y demás enemigos”.
Trump había expresado su oposición inicial a los bombardeos israelíes contra Irán. “Prefiero el camino más amistoso”, declaró el mes pasado, anticipando que los ataques podrían frustrar eventuales negociaciones. Aun así, respaldó la operación militar y autorizó el despliegue de B-2 estadounidenses junto a cazas israelíes. La misión concluyó con éxito y sin incidentes, pero días después se desmoronó el frágil alto el fuego entre Israel e Irán. Trump reaccionó con furia. “No saben qué —diablos están haciendo”, lanzó.
El panorama vuelve a cambiar con la llegada de Netanyahu a la Casa Blanca. Para analistas como Gil Troy, la relación entre ambos líderes es más sólida de lo que aparenta desde fuera. Troy recordó recientes declaraciones de Trump, en las que aseguró que Netanyahu ha sido tratado “muy injustamente” por el pueblo israelí. “Cuando Donald Trump se identifica contigo, te apoya y dice: yo soy tú y tú eres yo, eso muestra un vínculo profundo y personal, muy en su estilo”, señaló.
La reunión entre ambos mandatarios se produce tras el cierre sin acuerdo de la primera ronda de conversaciones indirectas en Doha. Hamás exigió cambios en la retirada israelí, en la delimitación de zonas humanitarias y en la distribución de ayuda, condiciones que Israel rechazó por considerarlas inaceptables. Informes recientes sugieren que el equipo israelí en Doha carecía de autorización para cerrar un acuerdo.
A pesar de esas dificultades, las partes parecerían coincidir en la estructura general de una tregua de 60 días. La propuesta incluiría la liberación escalonada de rehenes vivos y muertos en cinco fases. Al término del plazo, se espera que regresen unos diez rehenes con vida, mientras Israel excarcelaría a cientos de terroristas palestinos, se retiraría parcialmente y permitiría un incremento considerable de la ayuda humanitaria.
El mayor punto de discordia sigue siendo el desenlace de la guerra. Israel se niega a contemplar un cese definitivo sin derrotar a Hamás. Netanyahu ha reiterado su postura combativa, aunque eso no excluye la posibilidad de proyectar firmeza durante la reunión con Trump. La prueba definitiva llegará cuando evalúe cuán categórico es el presidente estadounidense al exigir la suspensión de los combates. Ese momento coincidirá, previsiblemente, con el relanzamiento práctico de las negociaciones en Doha.