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Portada » Opinión » De visitante a testigo: lo que aprendí al vivir un ataque de Irán en Israel

De visitante a testigo: lo que aprendí al vivir un ataque de Irán en Israel

15 de julio de 2025
Andanadas de misiles iraníes en Israel: Reportes de impactos

Se ven rastros de cohetes en el cielo sobre la ciudad costera de Netanya en medio de una nueva andanada de ataques con misiles iraníes el 16 de junio de 2025. (JACK GUEZ / AFP)

Llegué a Israel con un propósito. Esta debía ser la quinta delegación de prensa que dirigiría como parte de mi labor con la Asociación de Prensa de Oriente Medio de Estados Unidos (AMEPA), a la que me incorporé pocos meses después de los atentados terroristas perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023.

El objetivo era llevar a un grupo de periodistas estadounidenses para que escucharan directamente a funcionarios israelíes, civiles y personal de emergencia, con el fin de conocer una realidad que la mayoría no alcanza a ver, y ofrecer una cobertura informativa con el contexto y la claridad que solo se logran al estar presentes.

Sin embargo, menos de veinticuatro horas después de mi llegada al país, el jueves 12 de junio, la misión fue cancelada. Irán amenazaba con un ataque directo. Mi colega me informó que todo se había suspendido. Recuerdo haber leído el mensaje y pensar: no voy a ir a ningún lado. Estoy atrapada. Será mejor que me prepare.

Y así lo hice, porque ese día me pondría a prueba de una manera que nunca habría imaginado.

A las tres de la madrugada del viernes, me despertó una sirena ensordecedora. No era el sonido de misiles entrantes; se trataba de una alerta nacional. Israel acababa de lanzar un ataque preventivo contra Irán. El mensaje era inequívoco: el país estaba en guerra.

En medio de la confusión, actué contra toda recomendación: salí corriendo. No estaba pensando con claridad, impulsada en parte por la adrenalina y en parte por la incredulidad. Quería ver qué ocurría, constatar que era real. Pero no había nada que observar, solo la quietud de la noche en Jerusalén y el eco de la sirena que seguía resonando en mis oídos. No había caído ningún misil aún, aunque entendía que eso podía ocurrir. Y que probablemente ocurriría.

Las horas siguientes transcurrieron entre mensajes, planes de contingencia y una inquietud creciente. No obstante, con el paso del día, empecé a percibir otro ritmo, uno marcado por la determinación local, la comunidad y una calma extraña en medio de una tensión evidente.

Esa noche, asistí a una cena de Shabat en casa de una amiga. Fue una de esas reuniones que adquieren un carácter sagrado: una mesa generosa, acompañada de calidez y risas. Poco después de haber comenzado la cena, una nueva sirena rompió el silencio. Esta vez no salí. Seguí al resto con serenidad—copas de vino en mano—hasta el mamad, la habitación segura reforzada que suele formar parte de las viviendas israelíes.

Terminamos la cena en esa sala de concreto, riendo, brindando y conversando como si fuera una prolongación natural del comedor. Porque, para los israelíes, lo es. Lo que más me impresionó fue la naturalidad con la que vivieron el momento. No hubo pánico, sino rutina, resiliencia y un profundo sentido de comunidad.

A medianoche, había pasado de la ignorancia a la práctica. Ya sabía dónde estaban los refugios, qué debía llevar en los bolsillos y la importancia de mantener el teléfono cargado. Lo que no esperaba—y para lo que ninguna preparación resulta suficiente—fue la cercanía que surge en medio del caos.

Viví los extremos del espectro emocional: el miedo visceral de despertar en una guerra sobre la que no tenía control, y la calma espiritual de compartir jalá y vino en un refugio antiaéreo con personas que, frente a la amenaza, eligieron la alegría. Desconocidos se convirtieron en amigos. El temor se transformó en vínculo.

Con el tiempo, entendí que debía evacuar. Pero salir del país no fue sencillo. Me dirigí a Amán, Jordania, a pesar de las advertencias de funcionarios estadounidenses e israelíes sobre la vulnerabilidad de los viajeros estadounidenses y judíos en ese territorio. Desde el momento en que crucé la frontera, lo sentí. Mantuve la cabeza baja. Me comuniqué con mi familia. Recé.

Después vino Catar. En el Aeropuerto Internacional Hamad, la embajada de Estados Unidos emitió una orden de “refugiarse en el lugar”. Misiles iraníes acababan de impactar cerca de la base aérea de Al Udeid, a escasos kilómetros de donde me encontraba y donde también se hallaban tropas estadounidenses. Se cancelaron los vuelos. El espacio aéreo estaba por cerrarse. Logré abordar uno de los últimos aviones antes de que se suspendieran los despegues en todo Catar.

Durante toda esta experiencia conté con mi “compañera de evacuación”: una colega, amiga y persona en quien puedo apoyarme en los momentos más vulnerables. Nos manteníamos en contacto constante, compartíamos información y, de vez en cuando, lográbamos reírnos de la situación. El lazo que forjamos durante ese periodo no se parece a ningún otro que haya vivido.

Ahora, de vuelta en casa, siento que el trauma comienza a alcanzarme.

Durante unas vacaciones familiares en Portugal, volví a despertar a las dos de la madrugada por una alerta de la aplicación Red Alert sobre un misil hutí dirigido a Israel. No se encontraba cerca de mí, pero mi cuerpo no lo sabía. El pánico fue inmediato, como si hubiera regresado a Jerusalén aquel viernes a las tres de la mañana. A la mañana siguiente, eliminé la aplicación. Comprendí que ya no era necesario llevar la guerra conmigo.

Las sirenas estruendosas y los ruidos repentinos activan en mí algo que antes no existía. Ahora busco salidas. El miedo me alcanza con mayor rapidez. Y la gratitud, con mayor profundidad.

Porque, por encima de todo, me siento agradecida.

Agradecida por mi familia. Por el pueblo de Israel, que vive con fortaleza y dignidad. Por quienes ofrecieron su ayuda. Y por los nuevos amigos que conocí al refugiarme, con quienes compartí momentos que llevaré conmigo mucho después de que esta guerra desaparezca de los titulares.

Las opiniones y los hechos expuestos en este artículo corresponden a la autora, y ni JNS ni sus asociados asumen responsabilidad alguna por ellos.

Sobre el autor: Warren H. Cohn es el fundador de RocketshipPR, una empresa de comunicación estratégica especializada en campañas mediáticas para empresas y organizaciones sin ánimo de lucro. También es asesor de medios de comunicación de la Asociación Americana de Prensa de Oriente Medio (AMEPA), donde orienta a delegaciones de periodistas y da forma a la cobertura mundial de Israel y la región.

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