Agregadas a las afirmaciones de numerosos sectores en Occidente que niegan que la tierra de Israel pertenezca al pueblo judío —y que, por lo tanto, acusan a los israelíes de ser “colonialistas asentados”—, ha surgido una nueva estrategia entre estos grupos: proyectar su propio racismo atribuyéndoselo a los judíos y a los israelíes. Para reforzar esa acusación, la combinan con imputaciones de genocidio, con el único fin de imponer su discurso.
Estas calificaciones constituyen, en realidad, una táctica deliberadamente engañosa destinada a ocultar una disputa profunda sobre cuáles hechos deben prevalecer en medio de una densa niebla de desinformación. Sus raíces pueden rastrearse en creencias religiosas musulmanas y cristianas. La existencia del Estado de Israel, como patria judía, representa un obstáculo evidente para la agenda yihadista que busca instaurar un califato regido por una estricta interpretación de la ley islámica en la región. La persistencia de la calumnia cristiana de larga data contra los judíos, supuestamente por haber rechazado a Jesús como mesías y por no haber hecho más para protegerlo, sigue manifestándose en distintos ámbitos.