• Quiénes somos
  • Contacto
  • Embajadas
  • Oficina PM
  • Directorio
  • Jerusalén
  • Condiciones de servicio
  • Política de Privacidad
  • Login
  • Register
jueves, septiembre 18, 2025
Noticias de Israel
  • Inicio
  • FDI
  • Gaza
  • Terrorismo
  • Mundo
  • Zona de guerra
  • Siria
  • Irán
  • Antisemitismo
  • Tecnología
  • Arqueología
Noticias de Israel

Portada » Opinión » Cuando el soldado que no nos permitía rendirnos se quebró

Cuando el soldado que no nos permitía rendirnos se quebró

21 de julio de 2025
Paracaidistas de Israel se trasladan de Siria a Gaza para ofensiva

Soldados de la Brigada de Paracaidistas operan en el sur de Siria, en una foto publicada el 25 de marzo de 2025. (Fuerzas de Defensa de Israel)

Un día, un artillero de reserva me escribió un mensaje. Era el segundo al mando de su unidad. Me dijo: “Querido rabino Abraham, necesito ayuda. No tengo claro en qué sentido. Tal vez un dictamen halájico, tal vez una opinión basada en la Torá, o quizás solo una palabra de aliento de alguien que entiende lo que significa ser artillero. Solo sé que estoy completamente quebrado. Mi batallón acaba de ser movilizado hacia la frontera con Siria. Casi de un día para otro. Y tengo intención de pedir una exención.

Es la primera vez que no me uniré a mi equipo y a mi batería. Tengo todas las excusas del mundo para no ir. Mi esposa está en el octavo mes de embarazo, tenemos niños pequeños, y cuento con una exención oficial del psiquiatra por un episodio ocurrido en la ronda anterior (la gente no entiende que los artilleros también quedan dañados en la guerra, pero sé que tú lo entiendes). Así que sé que mi decisión está justificada. Que no tengo otra opción. Pero me duele el corazón.

Duele mucho. Un dolor insoportable, como si estuviera desertando. Me siento un desertor. Siento el peso que recae sobre las mujeres y los hijos de mis compañeros. El psiquiatra me dijo que no pensara en eso. Pero él no sabe lo que significa un equipo, lo que es una batería, lo que son los amigos que dependen de ti mientras sus familias se derrumban. Así que no sé qué necesito, pero sé que necesito algo de ti. Gracias. Y perdón”.

Cada palabra suya me conmovió profundamente. No supe qué decirle. Así que simplemente le conté sobre Mark.

Si hubo algo estable en medio de la inestabilidad del servicio de reserva, fue Mark. Incluso cuando te despertabas a las tres de la mañana para relevarlo en el turno de guardia, lo encontrabas frente al ordenador tecleando a ritmo constante el código de su proyecto final para el máster. Cuando no estaba trabajando o entrenando con las bandas TRX que había atado a la entrada del vehículo blindado, nos enseñaba juegos de cartas de veintidós rondas, y anotaba meticulosamente los resultados en una libreta.

“Te estás rindiendo”, solía decirme cuando abandonaba el entrenamiento o me costaba seguir el ritmo del juego. Para Mark, no había ofensa más grave que rendirse ante uno mismo. Cuando reparaba una y otra vez el mismo ordenador táctico que se averiaba por el calor, jamás se le oía gritar o maldecir. Y cuando tres batallones distintos lo presionaban por radio, él respondía siempre con el mismo tono tranquilo y sereno, con rostro imperturbable y un leve acento ruso.

No tiene sentido ocultarlo. Así es en las FDI: si quieres una lectura de la Torá en Shabat, asegúrate de tener un yemenita en la compañía. Y si quieres que la radio funcione, asegúrate de que la opere un inmigrante de la exUnión Soviética. Mark era el modelo perfecto de inmigrante soviético: fuerte, meticuloso, confiable y orgulloso de declarar, en toda ocasión, que no creía en las emociones.

Por eso, nada pudo sorprendernos tanto como el mensaje que Mark envió antes de la última ronda en Gaza: “Bueno, amigos, no hay una forma fácil de decirlo, pero lamentablemente me voy”. Después de esa frase, escribió un mensaje largo, en el que compartía los encuentros que había tenido con el psicólogo, los cuales, poco a poco, lo llevaron a aceptar que algo le había ocurrido durante el servicio de reserva. Y aunque “en el fondo de mi corazón ruso sigo sin creer en estas tonterías”, no tenía más opción que despedirse.

“No hay nadie que se avergüence más que yo por esto”, concluyó Mark. “Me llevó varios días escribir estas palabras. Siento que los estoy abandonando justo cuando más me necesitan. Y espero que algún día logre estar en paz con esta decisión”.

Le escribí al artillero que la parte importante de la historia no es el mensaje de Mark, sino los mensajes que llegaron pocos minutos después al grupo de mando, y los que intercambiamos entre nosotros. Si antes ya lo valorábamos, ahora lo admirábamos. Su sinceridad abrió también algo en nuestro interior, algo que había estado cerrado desde el inicio de la guerra. Vimos en su dolor nuestro propio dolor, amplificado por las circunstancias o el destino. Nos alegró que respondiera a esa voz que le pedía detenerse. Queríamos lo mejor para él. Pero, sobre todo, confiábamos en él. Sabíamos, después de tantos días de combate, que si hubiera tenido otra opción, no nos habría dejado.

Estoy seguro de que tus compañeros de equipo sentirán lo mismo, concluí. Y si tu batería se queda sin un segundo al mando, mándalos conmigo.

© 2017–2025

Welcome Back!

Login to your account below

Forgotten Password? Sign Up

Create New Account!

Fill the forms bellow to register

All fields are required. Log In

Retrieve your password

Please enter your username or email address to reset your password.

Log In
No Result
View All Result
  • Inicio
  • FDI
  • Gaza
  • Terrorismo
  • Mundo
  • Zona de guerra
  • Siria
  • Irán
  • Antisemitismo
  • Tecnología
  • Arqueología

© 2019 - 2025 Todos los derechos reservados.