Esta semana, una aclaración fue publicada en una cuenta marginal de Twitter del New York Times, en relación con una imagen icónica que mostraba a un bebé desnudo y demacrado en brazos de su madre. La fotografía fue incluida en una de las portadas del diario como supuesta prueba de que Israel está matando de hambre a los niños en Gaza. El niño, en realidad, padece una enfermedad genética grave, un detalle que no fue mencionado en su momento, sino que apareció días después en letras pequeñas y casi imperceptibles. La misma imagen fue reproducida también en la portada del diario Haaretz, que hasta el momento de escribir estas líneas, ni siquiera se ha molestado en emitir una aclaración.
La campaña del hambre ha sido una operación planificada, burda, plagada de falsedades y de imágenes manipuladas. Hamás fue quien la promovió, pero fueron los medios de comunicación internacionales e israelíes los que la abrazaron con entusiasmo. En este caso, la responsabilidad recae por completo en la prensa israelí. Nunca se había llegado a un punto tan bajo como el que representa la colaboración activa de medios y periodistas israelíes con la campaña del hambre en Gaza.
Entre quienes participaron se encuentra Haaretz, cuya inclusión resulta previsible y también destacados periodistas israelíes como Barak Ravid y Nadav Eyal, así como comunicadores del ente público de radiodifusión, entre ellos Dov Gil-Har y otros. Barak Ravid impulsó una cobertura en Noticias 12 que dejó en segundo plano incluso a Abu Obeida. Dov Gil-Har replicó con convicción la imagen falsa difundida por el New York Times y afirmó categóricamente que “el precio del hambre en Gaza no se mide solo en vidas humanas”. Nadav Eyal se sumó tanto en el estudio como en la prensa escrita. “El pecado original”, escribió en su columna, “fue el bloqueo de ayuda y alimentos por parte de Israel en marzo, lo que desembocó en la actual crisis humanitaria”. ¿Se entiende? No fue el control de Hamás sobre la ayuda, ni su represión pública contra los denominados “ladrones de ayuda”. La culpa, según él, es de Israel. Eyal incluso dio por válida la versión dudosa de un exfuncionario de la Agencia de Ayuda estadounidense que declaró en la BBC sobre crímenes de guerra y sobre el ejército israelí disparando indiscriminadamente contra gazatíes hambrientos.
Sin embargo, ese supuesto “testigo” había sido despedido por conducta inapropiada y está acusado de falsificar documentos y vídeos. Aunque Eyal acabó presentando estos datos aclaratorios, lo hizo demasiado tarde. En lugar de esperar unas horas por una respuesta oficial de la agencia, prefirió amplificar mentiras como parte de la campaña. Otro ejemplo es Ynet, que tradujo un artículo del New York Times sobre fuentes anónimas en las FDI que supuestamente afirmaban que no existen pruebas de un robo sistemático de ayuda humanitaria por parte de Hamás. ¿Eso es periodismo? Todos hemos visto a los milicianos de Hamás armados escoltando los camiones de ayuda de la ONU durante toda la guerra. ¿Cómo es posible que sea justamente la prensa israelí la que difunda falsedades? Las pruebas abundan, pero lo más grave es la danza vergonzosa entre los medios israelíes y los grandes difusores de mentiras en el extranjero.
Los periodistas locales no realizaron ningún trabajo de verificación de hechos. No formularon preguntas. Se alinearon con la campaña de Hamás y sus portavoces internacionales. Fue un ejercicio de colegialidad periodística repulsiva que pisoteó a Israel y a los soldados de las FDI. Nadie cuestionó por qué los padres que aparecen en las imágenes sosteniendo niños demacrados se ven perfectamente saludables. Nadie comentó las imágenes diarias en TikTok de influyentes gazatíes bien alimentados. No buscaron la verdad; repitieron el contenido gráfico y textual de Hamás, con un barniz internacional, y aderezado con citas bíblicas destinadas a reforzar una supuesta ética judía completamente adulterada.
Lo más grave es la hipocresía y la falta de responsabilidad de los periodistas israelíes. Apenas lograron que su campaña y la de sus colegas internacionales surtiera efecto, comenzaron a atacar al gobierno por haberse rendido. Un día publican titulares sobre “hambre en la Franja de Gaza”, y días después denuncian la “retirada israelí”. No muestran el menor indicio de responsabilidad. Primero se preguntan “por qué hay hambre”, sin confrontar ni un solo segundo la narrativa falsa, y luego acusan a Israel de “haber perdido el rumbo”. Con una mano critican la fallida estrategia comunicacional del gobierno, y con la otra amplifican mentiras y confraternizan con el New York Times. Es legítimo criticar al gobierno por otorgar un premio gigantesco a Hamás o por la negligencia en el manejo comunicacional desde el inicio de la guerra. Pero no cuando uno mismo ha servido de caja de resonancia para una campaña maliciosa y ha saboteado el esfuerzo bélico desde adentro.