Eso fue rápido: de que Hamás no liberara a los rehenes en 72 horas a que Netanyahu detuviera la guerra en 72 segundos.
Hamás le escupió en la cara a Trump después de que él les ofreciera 72 horas para liberar a los rehenes como primera parte de su plan de paz de 21 puntos. Las setenta y dos horas transcurrieron sin consecuencias. Abu Marzuk, de Hamás, afirma abiertamente que hará falta meses para localizar y liberar a los rehenes. Tras el fracaso de Trump para lograr progresos con Hamás, intentó negociar con Netanyahu y obtuvo un alto el fuego unilateral israelí justo cuando Israel había adquirido impulso. A Bibi le bastaron 72 segundos para acatar obedientemente la petición de Trump.
Así quedó invalidada la advertencia de permitir a Israel desatar el infierno sobre Gaza si no se liberaban los rehenes en 72 horas. En vez del infierno, Trump actuó de forma contraria y logró que Israel cesara los combates.
Sucot es una fecha para intensificar la guerra, no para detener la lucha. Ha llegado la hora de acabar con Irán y Hamás, expulsar a nuestros enemigos y despreciar la opinión mundial.
Sucot es el momento idóneo para destruir a Hamás, porque perpetraron la peor masacre de judíos desde el Holocausto en Simjat Torá/Shemini Atzeret y porque Sucot conmemora la demostración de confianza en Dios y la ausencia de temor. Es tiempo de adoptar todas las medidas necesarias para sobrevivir, confiando en Dios y no en Trump.
Los templos y las sucáot descienden del Cielo solo después de que el hombre demuestre fe y haga su mayor esfuerzo por edificar el Templo con sus propias manos. Ironicamente, la disposición a exponerse a los elementos en la aparentemente vulnerable sucá de la fe es donde más protección y amparo ofrece el Todopoderoso. De igual modo, la paz llegará cuando adoptemos todas las medidas necesarias para derrotar a nuestros enemigos según lo prescrito en la Torá y les enseñemos que perjudicar a Israel representa un error gravísimo.
No se engañe: adoptar las medidas necesarias parecerá contradecir las directrices de Trump y enfurecerá a muchos gentiles y a muchos judíos.
Israel se halla, en efecto, en una encrucijada: sobrevivir, con la posible consecuencia de un mayor aislamiento internacional, o emprender un esfuerzo fútil y suicida para contentar a la opinión mundial.
Israel no debe temer quedarse solo.
A estas alturas, intentar apaciguar a las naciones resulta autodestructivo e inútil. Postrarnos para granjear el favor de las naciones no funciona y solo tiene efectos contraproducentes.
Un ejemplo: Israel ha adoptado todas las medidas posibles —más que cualquier otro país en guerra— para no poner en peligro a civiles “inocentes”, arriesgando con ello, a menudo de forma innecesaria, la vida de soldados y civiles israelíes. Eso no impide que un mundo hipócrita acuse a Israel de genocidio y crímenes de guerra.
Otro ejemplo: Israel actuó con extremo Moderación frente al intento de la flotilla provocadora de Greta Thunberg de romper el bloqueo naval. Greta y otros simpatizantes de Hamás fueron detenidos pacíficamente y algunos fueron deportados con rapidez. Ningún país permitiría que la integridad de sus fronteras se viera comprometida por cientos de personas, y menos aún por partidarios de Hamás, sobre todo en tiempo de guerra. Sin embargo, millones de personas han salido a las calles en Italia, Australia y otros países para protestar por el trato dispensado a los participantes de la flotilla, que entre otras cosas intentaban introducir drogas.
Trump tiene cada vez menos motivos para alinearse con Israel.
Trump actúa conforme a sus propios intereses y cálculos políticos. La opinión pública estadounidense ha girado en contra de Israel, incluso dentro de fuerzas clave de su propio Partido Republicano. Los acuerdos multimillonarios en Qatar y Arabia Saudita resultan mucho más atractivos que cualquier oferta israelí.
Las lisonjas de Bibi no pueden competir con la participación de Qatar en Estados Unidos ni con los intereses personales de Trump en Qatar. Según informaciones, se preparan trabajos para reacondicionar un jumbo qatarí que, se espera, servirá como Air Force One del presidente Donald Trump.
La aeronave de Boeing, valorada en $400 millones, fue donada por Qatar como un regalo “incondicional”.
Por muy justo y prudente que sea Donald Trump, “el soborno ciega los ojos aun de los justos y pervierte el juicio de los sabios”, como enseña la Biblia (Deuteronomio 16:19; Éxodo 23:8).
El 15 de mayo, el presidente Donald J. Trump firmó un acuerdo histórico con Qatar para generar un intercambio económico valorado, al menos, en $1,2 billones.
En el mismo viaje a Qatar, en mayo pasado, se anunció que un desarrollo qatarí incluirá un Trump International Golf Course y villas Trump, como parte del proyecto costero Simaisma, valorado en $5.500 millones, al norte de Doha. Dirigido por Qatari Diar, el desarrollo se concibe como un extenso distrito de entretenimiento que incluirá un campo de golf de 18 hoyos y un parque temático “Land of Legends”, según una fuente citada por Reuters.
Aun dejando de lado los intereses personales de Trump en Qatar, Israel se ha convertido en una carga electoral. La opinión pública estadounidense empeora drásticamente respecto a Israel. Encuestas recientes muestran que ahora más estadounidenses apoyan a los árabes palestinos que a Israel. Trump comprende políticamente que respaldar a Israel ya no resulta popular. Incluso la mayoría de los judíos estadounidenses considera que Israel ha cometido crímenes de guerra, según una encuesta reciente del New York Times.
La conclusión es simple: la seguridad e intereses de Israel se sacrifican y comprometen en el altar de los intereses políticos y financieros de Trump. Furioso por los intentos de Israel de asesinar a líderes de Hamás en Qatar, Trump llegó a prometer una lealtad sin precedentes a Qatar mediante una orden ejecutiva titulada “Asegurar la seguridad del Estado de Qatar”, una orden que, técnica y literalmente, otorga licencia de guerra y promete intervención estadounidense, si fuera necesario, para combatir a Israel si este volviera a atacar a Hamás u otras fuerzas que operan desde Qatar.
Trump coaccionó literalmente a Bibi para que pidiera disculpas por el intento de asesinato contra líderes de Hamás en Qatar. En un humillante episodio para Israel, Trump le entregó el teléfono para que se inclinara ante su soberano gentil y se disculpara con Mohammed bin Abdulrahman al-Thani por el ataque israelí contra líderes de Hamás en Doha. Qatar aún no se ha disculpado por patrocinar a Hamás, por la masacre del 7 de octubre ni por albergar a Hamás en Doha.
El plan de 21 puntos que propuso Trump resulta catastrófico para Israel. A Hamás se le otorgaron 72 horas para liberar a los rehenes. Las 72 horas transcurrieron sin que se liberara a ninguno. Hamás emplea tácticas dilatorias con el propósito de lograr que Israel cese el fuego y pierda el impulso bélico.
Increíblemente, Israel estaba logrando avances notables en la ciudad de Gaza. Israel descubrió un enorme túnel estratégico bajo el hospital al-Shifa en la ciudad de Gaza. El túnel se extiende 1,5 kilómetros y servía, entre otras funciones, para fabricar cohetes y otros armamentos.
Novecientos mil civiles ya han abandonado la ciudad de Gaza.
Y ahora, en un momento crítico, Trump ha ordenado a Israel detener su magnífica ofensiva. Israel accedió y dio instrucciones a las tropas para que no atacaran a Hamás salvo que el enemigo representara una amenaza directa y clara. No existe nada más peligroso que permanecer estático, como pato sentado, permitiendo que Hamás recobre aire y se reconstruya con impunidad. Eso equivale a una locura absoluta.
El ultimátum de 72 horas fracasó. Aun así, Hamás exigió que Israel detuviera los combates. Trump transmitió ese mensaje a Israel, exigiendo que mantuviera la postura de no disparar. Israel cedió en 72 segundos; que Dios nos ayude. Ahora Abu Marzuk, representante clave de Hamás, afirma que harán falta meses para hallar a todos los rehenes y que Israel deberá retroceder primero.
Así terminó el ultimátum de 72 horas de Trump. Esperemos que, una vez más, seamos salvados por la intransigencia de Hamás y por el endurecimiento de corazón de los modernos faraones, según la intervención divina.
Llevamos dos años de guerra. Combatimos en múltiples frentes contra Hamás, Hezbolá, las milicias proiraníes en Irak y Yemen, los árabes dentro de las fronteras de Israel y el principal responsable en Teherán. Hemos logrado éxitos notables, gracias a Dios. Esperemos y recemos para que Israel avance en todos los frentes sin temor a la opinión internacional y sin más vacilaciones, o que Hamás continúe obligando a Israel a mantener la guerra.
Este artículo ni siquiera ha abordado la cláusula del plan de 21 puntos relativa a la liberación de terroristas de Hamás, lo que plantearía un peligro intrínsecamente catastrófico para Israel. El horroroso acuerdo de Trump exige que Israel libere a miles de terroristas impenitentes, incluidos 250 de los asesinos más atroces, entre ellos los responsables de la muerte de la familia Fogel.
No olvidemos que la liberación de Yahya Sinwar condujo a la guerra actual y a la muerte de 2.000 judíos, que comenzó el 7 de octubre, Simjat Torá, hace dos años. Tengo la intención de lanzar una campaña mediática y publicitaria —más vale tarde que nunca— titulada “No me liberen”, cuyo objetivo será reunir un millón de firmas israelíes en una petición al gobierno para que no negocie futuras liberaciones que supongan la excarcelación de asesinos ni entregue territorios que pongan en peligro al Estado de Israel y a miles de judíos en ataques venideros.