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Portada » Opinión » El mismo acuerdo que reúne a las familias también reabre heridas que nunca sanaron

El mismo acuerdo que reúne a las familias también reabre heridas que nunca sanaron

13 de octubre de 2025

Nota de Sara y Benjamin Netanyahu a los rehenes que regresan: “En nombre de todo el pueblo de Israel, ¡bienvenidos a casa! Los esperábamos.

צילום: דוברות

Los abrazamos”. Recientemente escribí sobre lo que este acuerdo representa en realidad: no la diplomacia, sino la derrota de Hamás. Dije que Hamás no aceptó porque quisiera la paz, sino porque se quedó sin opciones. Y sigo creyéndolo. Cada palabra. Esto no fue resultado de un compromiso ni de una negociación, sino consecuencia de la fuerza, la claridad y la fe.

Pero la fe no elimina el dolor, y la victoria no borra el miedo. Mientras Israel celebra el regreso de nuestros rehenes —nuestros hermanos y hermanas que soportaron una oscuridad inimaginable—, también vemos a asesinos convictos salir libres. Esa es la parte que el mundo no comprende o no quiere ver. El mismo acuerdo que reúne a las familias también reabre heridas que nunca sanaron.

Entre los liberados está el terrorista que asesinó a Dalia Lemkus, alguien que conocía. Alguien de mi comunidad. Alguien cuya risa, bondad y luz fueron arrebatadas en un acto de pura maldad. Dalia fue asesinada por ser judía, por mantenerse en su tierra, en su propio país, viviendo la vida sencilla y hermosa que nuestros enemigos no soportan ver. Y ahora, el hombre que le quitó la vida, que dejó a su familia destrozada y a toda una comunidad de luto, saldrá libre.

Intenta explicárselo a sus padres. Intenta explicárselo a una nación que ya ha enterrado a demasiados de sus hijos. Esa es la paradoja de este momento: alegría y dolor, uno junto al otro. Lloramos de alivio al ver a nuestros rehenes regresar a casa y de angustia al saber que su libertad tuvo un precio que la verdad no puede ignorar.

Porque por cada rehén que sale a la luz, un terrorista sale de la oscuridad. Y por mucho que celebremos este momento, no podemos fingir que viene sin consecuencias. El regreso de la vida siempre es sagrado, pero la liberación del mal nunca es gratuita.

Sigo creyendo que Israel ganó. No por la política, sino por la verdad, la fuerza y la fe. Pero la victoria no nos asegura el mañana, solo nos promete el hoy. El mal no desaparece al ser derrotado, se reagrupa. Se adapta. Espera. Y si algo hemos aprendido de nuestra historia, es que cada vez que Israel muestra compasión, alguien más la confunde con debilidad.

Así que, al dar la bienvenida a nuestra gente a casa, debemos hacerlo con los ojos abiertos. Podemos celebrar el milagro y, al mismo tiempo, lamentar el costo. Podemos agradecer a Dios por la misericordia de este día y también orar por la sabiduría para afrontar lo que viene. Porque la fe no implica ceguera, sino mantenerse firme en la luz incluso rodeados de sombras.

El mundo llama a esto paz, pero la paz que recompensa el mal no es paz.

Ya hemos visto este patrón antes. Damos, ellos toman. Esperamos, ellos odian. Y, de algún modo, el mundo sigue pidiéndonos que lo repitamos.

Así que sí, nos alegraremos. Abrazaremos a nuestros hermanos y hermanas que regresan. Y daremos gracias a Dios por el milagro de la vida recuperada. Pero también recordaremos a Dalia y a todos los demás cuya sangre aún clama desde la tierra. Porque la verdadera paz solo llegará cuando los inocentes sean libres, los culpables rindan cuentas y el mundo finalmente aprenda la diferencia entre la misericordia y la locura.

Y hasta que llegue ese día, que permanezcamos unidos como un solo pueblo. Unidos por la fe, no por el miedo; por el propósito, no por la política. Que nuestras lágrimas de dolor se transformen en lágrimas de redención. Que la luz de nuestra unidad atraviese la oscuridad de este exilio. Y que tengamos el mérito de ver la venida del Mashiaj pronto, en nuestros días.

Amén.

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