El mercado estadounidense de carne de res se encuentra en un nivel alarmante de escasez y el consumidor paga las consecuencias. En solo cuatro años, el costo por libra de carne molida saltó de cerca de cuatro dólares a más de seis dólares con treinta centavos, un incremento superior al cincuenta por ciento. El filete siguió la misma curva implacable, pasó de ocho dólares a más de doce. El presupuesto familiar se ha roto mientras los precios escalan sin freno.
Las grandes corporaciones ganaderas han sacado ventaja de este encarecimiento y no ocultaron su rechazo a los intentos del presidente Trump por bajar los precios mediante la importación de carne desde Argentina. Aunque el gremio ranchero respalda al presidente, esas mismas corporaciones dejaron claro que no dudan en enfrentarlo cuando sus intereses están en riesgo.
También atacaron sus medidas migratorias, porque la mitad de la industria empacadora depende de trabajadores extranjeros y priorizan su fuerza laboral por encima de cualquier otro argumento. La Asociación Nacional de Ganaderos de Carne de Res ha presionado para ampliar visas H-2A y conservar ese flujo de mano de obra, incluso si eso los coloca en contradicción directa con la postura presidencial.
El Departamento de Agricultura confirmó que Estados Unidos tiene hoy el inventario de ganado más bajo desde 1951. La sequía y las enfermedades redujeron brutalmente los hatos. La situación empeoró por la presión regulatoria instaurada por las administraciones de Obama y Biden, como el Reglamento de Aguas Limpias de 2015, que limitó el acceso a tierras de pastoreo, sofocó operaciones rurales y añadió cargas regulatorias derivadas de iniciativas climáticas de la Ley de Reducción de la Inflación. A esto se sumó la disminución del suministro importado debido al brote de gusano barrenador en México. El país quedó atrapado en un cuello de botella productivo sin un margen de maniobra inmediato.
Ante esta inflación que golpea sin descanso, Trump intenta frenar la subida. El presidente defendió sus decisiones y lanzó un mensaje directo a los ganaderos: “Los ganaderos, a quienes aprecio, no comprenden que la única razón por la que les va tan bien, por primera vez en décadas, radica en que impuse aranceles al ganado que ingresa a Estados Unidos, incluido un arancel del cincuenta por ciento a Brasil. Si no fuera por mí, estarían igual que en los últimos veinte años: pésimo. Sería conveniente que lo comprendieran, aunque también deben bajar sus precios, porque el consumidor representa un factor muy importante en mis decisiones”. La advertencia es clara. No podrán sostener márgenes abusivos sin enfrentar presión desde la Casa Blanca.
El presidente tiene fundamento al señalar que los beneficios actuales responden en gran parte a sus políticas. Durante dos décadas los precios minoristas aumentaron mientras los precios del ganado en pie avanzaron a menor ritmo, lo que desgastó a las comunidades rurales. Para corregir esa brecha, la administración redujo regulaciones ambientales para habilitar más pasturas, ajustó tasas del Departamento de Agricultura y abrió mercados externos mediante pactos comerciales. Con aranceles protectores buscó resguardar a los productores independientes y mejorar su rentabilidad en un entorno hostil dominado por grandes corporaciones.
El vínculo entre Trump y el presidente argentino Javier Milei permitió cuadruplicar las cuotas de carne argentina y eliminar restricciones ambientales que antes frenaban esos envíos. El objetivo es claro: presionar a la baja los precios internos y compensar la escasez sin abandonar el respaldo a un aliado político. Este acuerdo actúa como un salvavidas para una economía argentina debilitada y muestra la determinación de Trump de sostener a socios afines mientras atiende la emergencia alimentaria interna. A pesar de la crisis en su país, la agenda liberal de Milei conserva apoyo y su fuerza política obtuvo una victoria contundente en las elecciones legislativas recientes.
Mientras tanto, los ganaderos estadounidenses han aprovechado el desabastecimiento para inflar los precios. Según The Wall Street Journal, mantienen cautela al incrementar sus rebaños, no por incapacidad, sino por interés en prolongar este ciclo de ganancias. Trump exige que bajen sus precios y que expandan la producción ahora que cuentan con condiciones favorables. Busca aliviar el gasto creciente de las familias, que ya han empezado a recurrir al pollo por necesidad y no por preferencia.
Su estrategia intenta equilibrar la defensa del productor nacional con la necesidad urgente de estabilizar costos en la mesa de los estadounidenses. En un país que presume abundancia, la presión económica sobre algo tan básico como la carne de res revela una estructura productiva deformada y una industria dispuesta a exprimir al consumidor mientras pueda.
Autor: Paul Bradford
