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China fingió omnipotencia hasta que la realidad la alcanzó

4 de noviembre de 2025
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la izquierda, y el presidente chino, Xi Jinping, se dan la mano después de su conversación en la cumbre entre Estados Unidos y China en el Aeropuerto Internacional Gimhae Jinping en Busan, Corea del Sur, el 30 de octubre de 2025. (AP Foto/Mark Schiefelbein)

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a la izquierda, y el presidente chino, Xi Jinping, se dan la mano después de su conversación en la cumbre entre Estados Unidos y China en el Aeropuerto Internacional Gimhae Jinping en Busan, Corea del Sur, el 30 de octubre de 2025. (AP Foto/Mark Schiefelbein)

Aceptó de manera preliminar limitar el envío de fentanilo a México y a otros países de América Latina. Lo hizo después de décadas de negar responsabilidad y lucrar con la muerte masiva de consumidores extranjeros.

Durante treinta años, Pekín despachó el componente base a cárteles latinoamericanos y mexicanos. Ellos procesaron la sustancia y la mezclaron con drogas menos potentes y medicamentos de receta que luego exportaron. Las redes criminales lavaron las ganancias con apoyo de intermediarios chinos. El gobierno mexicano fingió no ver, amparó el negocio y permitió que su territorio funcionara como taller de muerte.

Desde 1999, el fentanilo adulterado provocó cerca de seiscientas mil muertes en Estados Unidos, ya fuera por adicción o por sobredosis accidentales. Esa cifra se aproxima a la cantidad total de muertos en la Guerra Civil. No hubo arma extranjera que provocara una carnicería comparable en la población estadounidense moderna. Ocurrió a plena vista, sin una declaración de guerra ni una respuesta proporcional.

Tras la reunión entre Donald Trump y Xi Jinping, se comunicó que China se dispone a levantar las restricciones a la exportación de minerales de tierras raras hacia Estados Unidos. Lo hace por conveniencia, no por benevolencia, sabiendo que Washington y sus aliados ya avanzaban hacia la autosuficiencia para no quedar vulnerables ante chantajes. Xi también aceptó reanudar la compra de soya norteamericana.

Trump, por su parte, ofreció reducir los aranceles a los productos chinos a un cuarenta y siete por ciento. Aun así, la mayoría de las importaciones chinas seguirá enfrentando gravámenes superiores a los de casi cualquier otro país importador. La tregua tiene límites. No es una concesión absoluta. Es una advertencia: la cuerda puede tensarse de nuevo en cualquier momento.

Pronto surgirán más detalles sobre otras concesiones. China intentará maquillar su derrota. Los adversarios domésticos de Trump buscarán minimizarla. Ninguno querrá admitir que Estados Unidos obligó a Pekín a retroceder.

Durante casi medio siglo, desde Reagan hasta Biden, el país aceptó que morirían más estadounidenses por fentanilo que en todas las guerras en el extranjero. Fue una resignación patológica, un fracaso político y moral. Si Pekín cumple con lo pactado y los cárteles no hallan suministros alternativos, Trump podría convertirse en el mandatario que más vidas estadounidenses haya salvado en la historia.

Conviene preguntar por qué el régimen chino cedió cuando ningún presidente previo logró frenar el flujo de fentanilo ni imponer aranceles sin miedo a un colapso comercial. La respuesta es sencilla: fuerza. Trump negoció con poder real dentro y fuera del país. No vendió ilusiones. No se sometió a teorías complacientes. Derrotó la fantasía sostenida medio siglo por Wall Street y por progresistas que predicaron que enriquecer a China traería democratización y cordialidad. Esa tesis resultó ser un autoengaño. Forjó un monstruo económico, militar y tecnológico que nunca tuvo intención de integrarse a un orden de normas.

La realidad fue brutal. China robó tecnología, manipuló su moneda, violó patentes, expandió su poder mediante la Iniciativa de la Franja y la Ruta, se rearmó, quebró normas comerciales, hostigó a sus vecinos e intentó socavar a Occidente en todos los frentes posibles: islas Spratly, canal de Panamá, la OMS, el laboratorio de Wuhan, infiltraciones políticas como el chofer de Feinstein o la asistente de Swalwell. Se enriqueció y se volvió soberbia y agresiva. No dio señales de reforma. Actuó con desprecio.

En 2025, la realidad cambió. Una China desconcertada observó los primeros diez meses del nuevo gobierno de Trump y percibió un mandato imprevisible, enérgico y peligroso para cualquier adversario. Pekín concluyó que Washington despertó y comenzó a fortalecer las palancas que había descuidado durante décadas.

La OTAN exhibe un vigor inédito. La mayoría de sus miembros cumple el dos por ciento del PIB en defensa y varios se acercan al doble. Suecia y Finlandia aportan una capacidad militar superior a la de casi todos los nuevos miembros en treinta años. La alianza ya no es un adorno. Recuperó su sentido original.

Los aliados de China en Oriente Medio atraviesan humillación. Irán, Hezbolá, Hamás y los hutíes intentan recomponerse. La bomba iraní queda fuera de alcance por años. Rusia abandonó la región tras el derrumbe del régimen de Al Asad. La estrategia de Teherán muestra grietas profundas.

Rusia se hunde en Ucrania. La guerra se parece a un Verdún prolongado. Sus refinerías de gas reciben ataques constantes con drones. La campaña de Putin no inspira a nadie. Es un aviso para cualquiera que fantasee con invadir Taiwán. India y China reducen gradualmente sus compras encubiertas de petróleo ruso. Putin enfrenta un millón de bajas, y teme que la élite económica y militar lo vea como un problema terminal. Lucha para ganar metros que no compensan su error estratégico. Su guerra de cuatro años es un fracaso que corroe el Kremlin desde dentro.

La fortaleza de la OTAN y la debilidad rusa permiten a Estados Unidos, con reclutamiento militar en niveles cumplidos por primera vez en años, concentrarse en Asia. Los aliados asiáticos temieron la pasividad bajo Biden y ahora actúan. Japón, Taiwán, Corea del Sur, Australia y Filipinas refuerzan defensas. Ven que Washington ya no teme castigar a enemigos ni proteger aliados. La supuesta paridad militar china es propaganda; aún está lejos. En aviación estratégica, misiles y flota de capital, Estados Unidos conserva ventaja decisiva.

Los socios asiáticos buscan invertir en territorio estadounidense, adquirir armamento y asegurar defensa en caso de crisis. Taiwán construye cinco plantas de semiconductores en suelo norteamericano. Australia coopera para impedir que China utilice minerales estratégicos como arma. Japón reconstruye una fuerza naval de magnitud inédita desde 1945.

Dentro de Estados Unidos, China observa señales inquietantes. Su estrategia de vender energía “limpia” mientras quema carbón y construye plantas nucleares empieza a agotarse. Trump impulsa petróleo, gas, nuclear y carbón sin complejos. Europa terminará imitando esa línea o se estancará.

Las autoridades chinas celebraron políticas estadounidenses de diversidad e identidad como si fueran un veneno interno útil a sus intereses, similar a los errores doctrinarios de Mao que destruyeron mérito y prosperidad. Ahora ven su declive. Ya no hay fronteras abiertas. La deportación de extranjeros ilegales avanza con rapidez.

El mercado bursátil bate récords. La inflación cae. El PIB podría superar el tres por ciento. Las inversiones extranjeras proyectadas alcanzarían niveles jamás vistos en tan poco tiempo. Silicon Valley se distancia de China. Las élites tecnológicas progresistas ya no confían en Pekín. Prefieren invertir en casa bajo desregulación, lejos del dirigismo estatal de Biden.

China teme quedarse atrás en inteligencia artificial, robótica, biotecnología, criptomonedas y tecnología militar. Ve un país motivado y en ascenso. Observa a un gigante industrial que despierta, restringe transferencia de tecnología, endurece contra espionaje y vuelve a actuar como primera potencia.

Durante Biden, China esperaba setenta mil muertes anuales en Estados Unidos sin consecuencia. Creyó que el país caería en debilidad, drogas, fronteras abiertas, energía costosa e ideologías autodestructivas. Imaginó un Estados Unidos rumbo al socialismo, sumiso, con generaciones universitarias formadas para odiarlo y cumplir la agenda de figuras como Mamdani, Crockett u Ocasio-Cortez. Creyó que el país repetiría el suicidio colectivo europeo.

Pero la tendencia cambió. Estados Unidos se recompone dentro y fuera. Europa se vuelve más conservadora. Asia se rearma. El reloj se mueve. Para Xi, llegó la hora de detenerse, reagruparse y esperar otro líder débil en Washington. Su cálculo fue claro: resistir hasta que apareciera otro presidente dispuesto a rendirse.

Así lo imaginó Pekín.

La respuesta estadounidense fue simple y contundente: no. Todavía no.

Sobre el autor: Victor Davis Hanson
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