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Irak vota nuevo parlamento bajo la mirada tensa de Irán y EE. UU.

11 de noviembre de 2025
Irak vota nuevo parlamento bajo la mirada tensa de Irán y EE. UU.

Un funcionario electoral iraquí entrega boletas a los votantes en un colegio electoral en el distrito de Adhamiya de Bagdad el 11 de noviembre de 2025, durante las elecciones parlamentarias de Irak. (AHMAD AL-RUBAYE / AFP)

Los iraquíes renovaron el parlamento en comicios vigilados por Irán y Estados Unidos, con boicot sadrista y resultados preliminares prometidos dentro de veinticuatro horas.

Un país agotado por crisis de servicios, corrupción y desconfianza

El electorado iraquí acudió a las urnas para renovar el parlamento en una coyuntura crítica para el país y su entorno regional. Teherán y Washington siguieron cada movimiento del proceso, conscientes de que la correlación de fuerzas resultante condicionará sus intereses y el equilibrio de poder. El territorio iraquí funcionó durante años como escenario de disputas indirectas y recién recuperó cierta calma institucional tras décadas de conflicto iniciadas con la invasión liderada por Estados Unidos.

El Estado intenta dejar atrás décadas de conflicto que depusieron a Saddam Hussein y reconfiguraron el sistema político bajo una nueva distribución del poder. La población, que asciende a 46 millones, aún enfrenta redes eléctricas obsoletas, agua irregular, hospitales saturados y escuelas con carencias. La gestión pública exhibe fallas persistentes y la corrupción se extendió como práctica cotidiana, con percepción social de ineficiencia administrativa y captura de instituciones por intereses arraigados en el sistema.

Las mesas de votación cerraron a las 6 p. m. locales, equivalentes a las 1500 GMT. Las autoridades previeron difundir resultados preliminares dentro de las siguientes veinticuatro horas. El escrutinio inicial marcará tendencias de bloques y alianzas, pero los ajustes finales dependerán del conteo completo y las impugnaciones. La desconfianza hacia la dirigencia incentivó llamados al boicot y pudo restringir la participación, sin datos oficiales de concurrencia ni tasas de abstención hasta la noche del martes.

Una parte amplia del electorado perdió expectativas de transformación y observa la contienda como un ritual útil para élites y actores externos. Los mismos referentes chiítas, sunitas y kurdos conservaron protagonismo y no surgieron liderazgos nuevos con tracción nacional. Esa percepción alimentó apatía y críticas al proceso, para reforzar la idea de continuidad controlada y beneficios acotados, aun cuando el voto mantiene valor instrumental para quienes buscan mover equilibrios locales y sectoriales.

Datos clave del proceso electoral y del padrón iraquí

  • Electores habilitados: más de veintiún millones para 329 escaños.
  • Cierre de mesas: 6 p. m. locales (1500 GMT); preliminares en 24 horas.
  • Candidatos: 7.740; cerca de un tercio mujeres; 75 independientes.
  • Bloques sunitas en listas separadas; se espera desempeño sólido de Mohammed al-Halbussi.
  • En Kurdistán, pugna entre el Partido Democrático del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán.

Retirada de Moqtada Sadr y ajustes en el mapa político chiíta iraquí

La jornada tuvo como ausente al clérigo chiíta Moqtada Sadr, figura de peso que ordenó a su base abstenerse. Esa instrucción pudo reducir la afluencia y reordenar cuotas de representación. La retirada sadrista alteró cálculos en circunscripciones clave y tensionó el reparto de escaños dentro del mapa chiíta. El cambiante Sadr denunció a los gobernantes como corruptos y reacios a cualquier reforma, fijando una línea de rechazo frontal al proceso.

Un colaborador cercano comunicó su pedido para que los seguidores permanecieran en casa y consideraran la fecha de la elección como un día familiar. El mensaje se dirigió a neutralizar movilización y visibilizar rechazo disciplinado. En 2021, Sadr conquistó el bloque más numeroso y luego abandonó la cámara tras chocar con otras facciones chiítas, un antecedente que explica la capacidad de veto de su corriente y su peso organizativo.

La confrontación escaló y derivó en choques armados en Bagdad con saldo letal. Ese episodio mostró fracturas internas, límites de la negociación y riesgos de parálisis institucional con violencia urbana. Desde la caída del régimen de Saddam Hussein, de confesión sunita, la mayoría chiíta antes marginada consolidó la conducción política y preservó vínculos orgánicos con la República Islámica de Irán a través de partidos, milicias y estructuras partidarias articuladas y agendas.

El arreglo posinvasión estableció un reparto convencional: el cargo de primer ministro corresponde a un musulmán chiíta; la presidencia del parlamento queda en manos de un sunita; la jefatura del Estado, de función mayormente simbólica, se asigna a un kurdo. Ese esquema ordena expectativas y pactos intercomunitarios y estructura la competencia por cuotas, carteras y posiciones, encuadrando las negociaciones y la gestión cotidiana del poder en Bagdad a nivel institucional.

Negociación de gobierno y equilibrio entre Irán y Estados Unidos

Ninguna lista aparece con capacidad de mayoría absoluta. El camino real exige sumar aliados hasta conformar el bloque más grande y, desde allí, reclamar la designación del primer ministro. La competencia se traslada a la negociación postelectoral, con programas flexibles y reparto de carteras como núcleo del acuerdo. Aunque compiten por separado, los partidos del Marco de Coordinación prevén reunificarse tras el conteo para consensuar el próximo jefe de gobierno.

El primer ministro Mohammed Shia al-Sudani busca un segundo mandato y se perfila con ventaja. Sus operadores confían en traducir gestión y redes en una victoria de peso. La continuidad depende de retener apoyos entre bloques pragmáticos y de neutralizar resistencias en segmentos inconformes del espectro chiíta y aliado. Al-Sudani llegó al Ejecutivo en 2022 con el sostén del Marco de Coordinación, que brindó estabilidad parlamentaria a cambio de cuotas de poder.

Esa interdependencia condiciona la agenda gubernamental y los nombramientos. Al-Sudani destacó que Irak permaneció relativamente al margen de las convulsiones regionales recientes, presentando continuidad en seguridad y servicios como logros, mientras la oposición cuestionó esas afirmaciones y señaló déficits en empleo, electricidad y transparencia estatal. El siguiente gobierno administrará un equilibrio complejo entre Estados Unidos e Irán, en un tablero de alianzas reconfigurado y hegemonías en erosión que exige prudencia sostenida.

Aunque su radio de acción se estrechó, Irán intentará mantener influencia en Irak, su socio más próximo. Sus apoyos en Líbano, Yemen y Gaza sufrieron golpes tras respuestas israelíes a ataques, por lo que preservar Bagdad resulta prioritario. Teherán privilegia hostigar a Estados Unidos mediante grupos armados aliados y sostener el acceso de sus bienes al mercado iraquí. Washington conserva peso político y militar y condiciona cooperación al desarme verificable de formaciones proiraníes.

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