Los exrehenes israelíes Keith y Aviva Siegel, que estuvieron cautivos de Hamás, comparecieron ante el Comité de la ONU contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes en Ginebra. Allí ofrecieron un testimonio que detalló de manera directa la humillación, la violencia y el abuso sexual que ellos y otros rehenes soportaron durante su cautiverio.
Keith Siegel afirmó que no pretendía obtener simpatía y explicó que su propósito consistía en exigir garantías para impedir que los crímenes cometidos por los terroristas vuelvan a ocurrir.
De inmediato expuso las condiciones de su detención, que cambiaron de manera constante después de la liberación de su esposa Aviva. En algunos periodos lo mantuvieron junto con otros cautivos y en otros lo encerraron en aislamiento absoluto. Señaló que pasó aproximadamente seis meses sin contacto humano, con sesenta y seis años de edad, sin información sobre su familia y bajo un estado permanente de terror.
El relato de Keith incluyó la descripción del trato humillante que sus captores aplicaron de forma deliberada. Expuso que los guardias comparaban partes del cuerpo de los rehenes, los amenazaban con cuchillos y les prohibían ir al baño hasta llegar al límite físico.
Explicó que le negaban comida y agua y que en ocasiones lo obligaban a desnudarse para afeitarle el cuerpo. Más adelante detalló el impacto personal de ese periodo, ya que se sostuvo emocionalmente con la idea de volver a casa y visitar a su madre anciana.
Explicó que, al reencontrarse con su esposa durante el traslado en helicóptero hacia el hospital, le preguntó por su madre y que entonces se enteró de su muerte ocurrida dos meses antes de su liberación. Indicó que ella nunca supo que él había regresado y que no pudo despedirse.
Aviva Siegel ofreció un testimonio de igual contundencia y describió abusos, humillaciones y condiciones inhumanas. Explicó que, al ser llevada a la clandestinidad en Gaza, se encontró con un niño de su comunidad que tenía las manos sujetas con esposas de plástico y el cuerpo cubierto de sangre.
Recordó que, cuando un terrorista intentó cortar las esposas con un cúter, le provocó un corte en la mano y reaccionó con una sonrisa ante el dolor del menor. Después relató las amenazas directas y la privación de comida y agua que sufrió durante cincuenta y un días. Señaló que perdió diez kilogramos en ese periodo, que escondía parte de su escasa comida para su esposo y que observaba la pérdida de peso de él mientras los captores comían frente a ellos.
Aviva también describió el abuso sexual contra jóvenes rehenes. Explicó que una niña salió de la ducha con temblores en el cuerpo y que, pese a la prohibición de cualquier gesto de consuelo, la abrazó. Más tarde supo que un terrorista la había tocado. Añadió que lo más difícil consistió en presenciar la tortura contra su esposo y contra las niñas, ya que no tenía autorización para ayudarlos, consolarlos o llorar. Dijo que durante todo ese periodo intentó mantener su humanidad intacta.
Finalmente, Aviva expuso el grado de control absoluto que los captores ejercieron sobre cada movimiento de los rehenes. Explicó que los obligaban a permanecer acostados desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la mañana sin permiso para moverse. Indicó que su cuerpo dolía, que necesitaba sentarse o estirarse y que cualquier intento provocaba amenazas de muerte.
Señaló que una noche sacó el pie de la manta y un terrorista le gritó de inmediato, lo que evidenció el nivel de vigilancia al que estaban sometidos. Añadió que pasó gran parte del cautiverio con dolor abdominal y diarrea porque la obligaban a consumir agua contaminada y que, con sesenta y dos años de edad, tenía que pedir autorización incluso para ir al baño.
De esta forma, los Siegel dejaron constancia ante el comité de que el cautiverio se desarrolló bajo un régimen de violencia sistemática, privación extrema y degradación constante.
