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Portada » Seguridad » “Por favor, no nos dejen morir”: supervivientes relatan la masacre islamista en Australia

“Por favor, no nos dejen morir”: supervivientes relatan la masacre islamista en Australia

15 de diciembre de 2025
Otra víctima del atentado de Sídney identificada como Alex Kleytman: superviviente del Holocausto

Los trabajadores sanitarios trasladan a una mujer en camilla a una ambulancia tras un mortal tiroteo terrorista en Bondi Beach, Sídney, el 14 de diciembre de 2025. (Saeed KHAN / AFP)

Mientras resonaban los disparos y los cuerpos caían, la joven madre se arrojó sobre su hijo de 5 años y rezó.

“Por favor, no dejes que muramos”, suplicó a Dios Rebecca, de 33 años, desde su escondite bajo una mesa en un parque con vista a Bondi, la playa más emblemática de Australia. Rebecca habló con la condición de que no se publicara su apellido por temor a represalias. “Por favor, solo mantén a mi hijo a salvo”.

Fue la fe lo que llevó a Rebecca y a cientos de miembros de la comunidad judía de Sídney a ese lugar pintoresco para celebrar el inicio de Janucá; y, según las autoridades, esa misma fe convirtió a quienes asistieron a la reunión “Janucá junto al mar” en blanco de dos hombres armados que abrieron fuego alrededor de las 6:40 p. m. del domingo. Las autoridades calificaron el hecho como un acto terrorista antisemita.

En los minutos siguientes, el ataque se cobró la vida de al menos 15 personas, según funcionarios, entre ellas una niña de 10 años, un sobreviviente del Holocausto y un rabino muy querido. Además, destruyó una sensación de seguridad en un país que, por sus estrictas leyes sobre armas, se ha mantenido en gran medida al margen de los tiroteos masivos tan comunes en Estados Unidos y otras naciones occidentales.

Esta reconstrucción se basa en entrevistas con sobrevivientes y en imágenes del ataque.

Bajo la mesa que sostenía comida para los asistentes, Rebecca colocó cubos con bebidas sobre su cuerpo para ocultarse junto con su hijo. En ese momento, un hombre recostado de lado a solo 10 centímetros (3 pulgadas) de ella recibió un disparo en el pecho.

“Me estoy muriendo”, le dijo a Rebecca. “No puedo respirar”.

Bajo fuego y separada de su esposo y de su hija de 7 años, Rebecca solo pudo ofrecerle palabras de aliento. “Vas a estar bien”, le dijo con desesperación. “Vas a estar bien”.

No sabía si decía la verdad.

Todo había empezado como una típica tarde de domingo de verano en Sídney. El sol aún no se ponía y la temperatura se mantenía en unos agradables 29 °C (84 °F). El mar de Tasmania mostraba a nadadores y surfistas dispersos en sus olas.

En el parque con vista al arco dorado de arena de Bondi, los niños reían y acariciaban animales en un zoológico de contacto instalado para la celebración de Janucá. El hijo de Rebecca trepó por un muro de escalada. La música competía con el estruendo del océano.

De pronto, las burbujas que flotaban en el aire dieron paso a las balas, y las risas a los gritos. Desde una de las pasarelas peatonales que conectan la transitada vía principal con la playa, dos tiradores —un padre y un hijo, según la policía— abrieron fuego contra la multitud.

Los jóvenes alcanzaron a correr, pero a las personas mayores les costó ponerse de pie. Desde un banco, Rebecca observó horrorizada el impacto de una bala en el cuerpo de una mujer mayor sentada a su lado. Entonces agarró a su hijo y se metió bajo la mesa.

En la playa y en el paseo marítimo, el caos se impuso.

Algunos surfistas y nadadores remaron frenéticamente hacia la orilla, mientras otros buscaron seguridad mar adentro. Eleanor, que también habló con la condición de que no se publicara su apellido por temor a represalias, contó que caminaba por el paseo marítimo rumbo a una cena cuando oyó los disparos. Su mente se quedó en blanco salvo por una orden: “Corre”. Y obedeció: entró al océano con la ropa puesta.

A la vez, multitudes —reunidas en una ladera cubierta de césped con vista al mar para ver al atardecer la comedia romántica navideña “The Holiday”— abandonaron mantas y sillas de playa y huyeron.

Desde la habitación de su hotel con vista a las calles de Bondi, Joel Sargent, de 30 años, y su pareja, Grace, de Melbourne, oyeron los disparos y comenzaron a grabar. Sus imágenes, obtenidas por The Associated Press, muestran que el tiroteo continuó al menos siete minutos, con decenas de detonaciones. Grace habló con la condición de que no se publicara su apellido porque no quería que la gente de su trabajo supiera que estuvo involucrada.

“Cariño, tengo miedo”, se escucha decir a Grace mientras ambos observan a multitudes que gritaban y pasaban frente a su edificio. Ella les gritó desde arriba: “¡Salgan de la calle!”.

En toda la ciudad, los teléfonos se llenaron de llamadas y mensajes de pánico. Lawrence Stand estaba en casa cuando sonó su celular. Lo llamaba su hija de 12 años, que asistía a un bar mitzvá dentro del Bondi Pavilion, con vista a la playa.

Stand le pidió a su hija que permaneciera en la línea, saltó a su auto y condujo a toda prisa hacia la costa. La encontró, subió a ella y a otras personas al coche y los alejó a toda prisa de la carnicería.

Muchos no sabían adónde acudir. En un restaurante griego, las amigas estadounidenses Shira Elisha y Lexi Haag, de 20 años, primero se escondieron en el baño y luego regresaron a la casa de Elisha, donde se ocultaron bajo mantas. Las dos se preguntaban cómo algo tan común en Estados Unidos, pero tan ajeno a Australia, podía ocurrir allí.

De vuelta en el parque, el hombre junto a Rebecca se desangraba. La suegra de Rebecca, de 65 años, apretó un pedazo de cartón contra la herida para frenar la hemorragia.

El hombre no sobrevivió.

Los disparos continuaban. Las sirenas aullaban. Los minutos pasaban. En un video se oye a un transeúnte gritar: “¿Dónde está la policía?”.

Ese y otros videos del ataque, ampliamente difundidos, registraron lo que ocurrió después.

Cerca de uno de los tiradores, un transeúnte identificado por el ministro del Interior, Tony Burke, como Ahmed al Ahmed, se agachó detrás de un auto estacionado. El propietario de una frutería y padre de dos hijos se abalanzó sobre el tirador y, tras un forcejeo, le arrebató el arma; luego apuntó con ella al agresor, que cayó al suelo. Al Ahmed recibió un disparo en el hombro y fue operado el lunes, según informó su familia.

El hombre desarmado se puso de pie, pero, bajo el fuego de la policía, cayó de nuevo poco después. El otro tirador intercambió disparos con los agentes durante otro minuto y también cayó.

La policía confirmó después que el mayor de los dos presuntos atacantes, de 50 años, murió por un disparo. Su hijo, de 24 años, resultó herido y quedó hospitalizado, donde recibía tratamiento.

De vuelta en el parque, socorristas practicaban compresiones torácicas a cuerpos inmóviles sobre el césped, cerca de una mesa de picnic, un cochecito abandonado y el zoológico de contacto.

El lunes, Elisha, la estadounidense que se escondió en el baño del restaurante, bajó hasta la playa. Filas de zapatos abandonados por quienes huían bordeaban la arena.

“Me recordó al Holocausto: todos estos zapatos tirados aquí. Esto es como el 7 de octubre”, dijo, en referencia a la masacre terrorista encabezada por Hamás en Israel que inició la guerra en Gaza. “¿Cuántas veces tienen que atacar a los judíos antes de que el mundo despierte y se dé cuenta de que somos un blanco?”.

Tras una noche sin dormir, Rebecca y su cuñada, envueltas en la bandera de Israel, fueron a la playa para llorar frente a un memorial de flores.

Desde el ataque, los hijos de Rebecca le han hecho muchas preguntas para las que no tiene respuestas, dijo.

Ella también tiene preguntas para las autoridades, que, según afirmó, hicieron poco para frenar el aumento de delitos antisemitas en Sídney y Melbourne durante el último año. No obstante, el primer ministro Anthony Albanese defendió los esfuerzos de su gobierno para combatir el antisemitismo y afirmó que planeaba más medidas.

“El mundo necesita despertar y ver lo que está pasando”, dijo. “Nos atacaron de manera deliberada a nosotros, el pueblo judío. … Nadie hizo nada. Lo ignoraron”.

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