Poco después del reconocimiento de Suecia de un inexistente estado de Palestina, la resolución, 274 a 12, del Parlamento británico de reconocer a “Palestina” marca un cambio radical de la opinión europea hacia Israel. Francia está pensando en hacer lo mismo.
La burocracia de la Comunidad Europea, mientras tanto, ha preparado sanciones contra Israel. Uno protesta en vano. La guerra de Gaza debería haberle enseñado al mundo que Israel no puede ceder territorio a Mahmoud Abbas, ahora en el décimo año de un mandato de 4 años.
Hamás tiene el apoyo del 55% de los palestinos de la Margen Occidental contra solo el 38% de Abbas, y Hamás presume abiertamente de que podría destruir a Israel más fácilmente desde posiciones de disparo en la Margen Occidental. Sólo el ejército israelí mantiene a Abbas en el poder; sin los israelíes, Hamás desplazaría a Abbas en la Margen Occidental tan fácilmente como lo hizo en Gaza; y un gobierno de Hamás en la Margen Occidental haría la guerra contra Israel, con horribles consecuencias.
Proponer una inmediata condición de estado palestino en estas circunstancias es psicótico, para llamar a la cuestión por su nombre correcto. Los europeos, junto con las Naciones Unidas y el gobierno de Obama en la mayoría de los días laborales, se niegan a tomar en cuenta la realidad.
Cuando a alguien se le dice que los marcianos están transmitiendo ondas de radio en su cerebro, o que en realidad Elvis Presley es el papa en lugar de un jesuita argentino, uno no indaga sobre los méritos del argumento.
Más bien considera que la causa es locura
Los europeos odian a Israel con pasión de enajenado. ¿Por qué? Bueno, se podría argumentar que los europeos siempre han odiado a los judíos; durante un tiempo después del Holocausto lamentaron mucho que odiaron a los judíos, pero han superado eso y nos odian nuevamente.
Algunos analistas solían citar la influencia comercial árabe en las capitales europeas, pero hoy Egipto y, implícitamente, Arabia Saudita están más cerca del punto de vista de Jerusalén que del de Ramallah. Las grandes poblaciones musulmanas en Europa constituyen un grupo de presión para las políticas anti-Israel, pero eso no explica la incapacidad absoluta de la élite europea de absorber los hechos más elementales de la situación.
La locura de Europa tiene raíces más profundas. Los post-nacionalistas europeos, sin duda, desconfían y desprecian toda forma de nacionalismo. Pero el nacionalismo israelí no ofende a Europa simplemente porque es un tipo más de nacionalismo. Desde su fundación, Europa ha estado obsesionada por la idea de Israel.
Sus primeros estados surgieron como un intento de apropiarse de la idea de Israel como pueblo elegido. Como escribí en mi libro de 2011 Cómo Mueren las Civilizaciones (y Por Qué el Islam está Muriendo, También):
El inquieto deseo de cada nación de ser elegida por sí misma comenzó con la primera conversión de los paganos de Europa; se arraigó en la cristiandad europea en su fundación.
Cronistas cristianos ubican a los monarcas europeos recién bautizados en el rol de reyes bíblicos, y sus naciones en el papel del Israel bíblico. Las primeras reivindicaciones de naciones elegidas llegaron en el apogeo de la temprana Edad Media, del cronista del siglo VI San Gregorio de Tours (538-594), y del clérigo ibérico del siglo VII San Isidoro de Sevilla.
Como señalé en el aniversario de la Primera Guerra Mundial, los Santos Isidoro de Sevilla y Gregorio de Tours estaban en el Bialystock y Bloom de la Edad Media, los productores de la fundación europea: les vendieron a cada pequeño monarca el 100% del programa. Los nacionalismos de Europa no fueron simplemente una expansión de impulsos tribales, sino un nacionalismo refinado y moldeado por el cristianismo en una abominable caricatura de pueblo elegido de Israel.
Uno por uno, cada país europeo afirmó su condición de nuevo pueblo de Dios: Francia bajo Richelieu durante el siglo XVII, Inglaterra bajo los Tudor, Rusia (“La Tercera Roma”) desde los tiempos de Iván el Terrible, y finalmente los alemanes, que sustituyeron el concepto de pueblo elegido por el de “raza superior”.
El florecimiento de la vida nacional judía en Israel enloquece a los europeos. No es simplemente envidia: es un terrible recordatorio de la vanidad de las aspiraciones nacionales europeas a lo largo de siglos, del fracaso final del continente como civilización.
Del mismo modo que los europeos (más enfáticamente los escandinavos) preferirían disolverse en el guiso pos nacional de la identidad europea, exigen que Israel haga lo mismo. No importa que Israel no tenga la opción de hacerlo, y sería destruido si tratara de hacerlo, por razones que deberían ser obvias para cualquier consumidor ocasional de noticias de los medios de comunicación.
Los europeos no pueden vivir con su pasado. No pueden vivir con su presente, y no planean tener un futuro, porque no tienen suficientes niños para evitar la ruina demográfica en el horizonte de cien años. Con su alta fertilidad, espíritu nacional, religiosidad y descarada autoafirmación nacional, Israel les recuerda a los europeos todo lo que no son.
Mucho peor: les recuerda lo que alguna vez desearon ser. La idea de Israel, así como el hecho de Israel, les son igualmente intolerables.
Queda por verse si Alemania – el único país europeo que ha hecho un vigoroso esfuerzo para luchar a brazo partido con su terrible pasado – permitirá que el sentimiento anti-Israel se convierta en aislamiento diplomático.
Se espera que Angela Merkel, la talentosa y bien intencionada canciller de Alemania, se interpondrá en este camino. Europa puede no ser una causa perdida para Israel, pero hay un grave riesgo de que se convierta en una causa perdida.
Por: David P. Goldman
Middle East forum