Recuerdo el comienzo de la Operación Buen Vecino como si fuera ayer. La verdad es que teníamos serias dudas sobre si realmente sucedería, si realmente los sirios llegarían. Luego, a las tres de la madrugada, en el frío helado de los Altos del Golán, los vimos caminando por la valla.
Veinticinco niños de las manos de sus madres pasaron por las puertas en lo que parecía un éxodo moderno. La frase “Los sirios están en la frontera” tomó un nuevo significado.
Se podía ver la sospecha en sus ojos. Cansados y descalzos en la oscuridad, se encontraron con los soldados de las FDI por primera vez, nosotros que habíamos sido tan demonizados por su cultura. Después de muchas conversaciones con varios sirios, me he dado cuenta de que no es un mito: hasta el día en que recibieron nuestra ayuda, muchos sirios creían genuinamente que los soldados de las FDI tenían cuernos y colas.
Era surrealista ver a una madre sosteniendo las manos de su hija pequeña, casi colapsando por la debilidad. Instintivamente, uno de los soldados de Golani en la escena notó que la mujer tropezaba y saltó hacia ella, recogiendo a la niña en sus brazos. De repente, parecía que la frontera había desaparecido: era un momento humano compartido entre las personas, un momento de angustia por un lado y de compasión por el otro. Un momento que nunca olvidaré.
Desde entonces, hemos recorrido un largo camino. Esa operación marcó el comienzo de un intenso período de actividad humanitaria. Cada día y cada noche, 24/7, operamos un sistema que ´proporciona harina, comida para bebés, suministros médicos y medicamentos en grandes cantidades, y ese fue solo el comienzo.
Al otro lado de la frontera hay una guerra civil – la más cruel de su tipo – y nuestro trabajo era hacer historia y ser recordados como los que hicieron lo correcto. Hoy, con la perspectiva que he adquirido desde casi un año, me doy cuenta de que ese primer momento en la cerca fue histórico. Un momento, que espero, sea grabado en nuestra memoria, un momento de orgullo israelí y compasión judía.
Antes que nada, siempre recuerdo que mi misión es garantizar la seguridad, crear buenas relaciones de vecindad a ambos lados de la frontera, y lo hacemos quizás de la manera más noble posible. Es un gran privilegio dirigir una unidad con esta misión, en este lugar y en este momento. Se nos ha dado la oportunidad de remodelar la realidad, y con mucha motivación y buena gente creo que seguiremos haciendo lo mejor posible.
Durante el año pasado puedo contar docenas de momentos significativos, pero uno se ha grabado en mi memoria, y creo que no hay nada más apropiado para describir la actividad de ser un “buen vecino”. Una semana en el invierno, durante una severa lluvia torrencial, decidimos, a petición de los sirios, seguir adelante con un plan para recibir a los niños enfermos, aunque el clima adverso lo dictara de otra manera. Al final de la actividad, me encontré de pie con el médico sirio, enlace civil de la operación en una de las aldeas de la zona. Los dos, empapados, nos miramos y nos reímos.
“Te dije que sería difícil”, le dije.
Sin vacilar, respondió con una sonrisa: “Todos los días cientos de bombas caen sobre el pueblo sirio, un poco de lluvia no nos romperá”.
Entonces el doctor se puso serio. “Toda vez que ustedes nos acepten”, dijo, “vendremos”.