El Evangelio de Mateo comienza con una genealogía que rastrea el linaje de Jesús desde Abraham. A simple vista, parece una lista que busca enfatizar su importancia, pero en realidad, sigue un patrón judío que relaciona la dinastía de David con las fases de la luna: crecimiento, decadencia y restauración. Este concepto, arraigado en la tradición judía, aparece en textos como el Salmo 89 y la Pesiktá de Rav Kahana.
Mateo estructura la genealogía en tres segmentos: de Abraham a David, de David al exilio en Babilonia y del exilio a Jesús. Esta división evoca el simbolismo lunar, donde la luna representa a Israel y el reinado davídico. El Salmo 89:36-38 establece esta conexión con la promesa divina de que la descendencia de David permanecerá como la luna, que decrece pero siempre vuelve a su plenitud.
La Pesiktá de Rav Kahana amplía esta idea al señalar que la dinastía de David sigue el ciclo de la luna: en tiempos de fidelidad a Dios, crece y alcanza su plenitud; en tiempos de infidelidad, decrece. Se mencionan ejemplos concretos: desde Abraham hasta David, el linaje crece como la luna llena, culminando en Salomón en el trono. Luego, desde Rehoboam hasta la caída de Jerusalén, el linaje mengua hasta la ceguera de Sedequías, señal del exilio.
Mateo sigue este mismo patrón en su genealogía. La primera fase, de Abraham a David, muestra la ascensión del linaje real. La segunda, de David al exilio, refleja la decadencia de la dinastía. La tercera, del exilio a Jesús, marca la restauración de la línea davídica. Así, la genealogía sugiere que Jesús representa el resurgimiento del linaje de David, cumpliendo la promesa divina.
Jeremías 28:4 anuncia la restauración del pueblo exiliado y su linaje real, promesa confirmada en la versión aramea del Targum. Además, Sanedrín 37b del Talmud explica que el exilio sirvió como expiación y que la descendencia de Jeconías, aparentemente extinta, en realidad continuó a través de Salatiel. Mateo incorpora esta perspectiva para enfatizar que la línea davídica no se interrumpió y que Jesús es su continuación.
Lejos de ser una simple enumeración de nombres, la genealogía de Mateo presenta a Jesús como el heredero legítimo del trono de David. Basándose en referencias judías, Mateo no lo describe como divino, sino como el esperado descendiente davídico, cumpliendo las expectativas mesiánicas de Israel.