En el pasado, Bruselas y Berlín tomaron algunas decisiones terribles en materia de energía, que hicieron que Europa dependiera cada vez más del gas ruso. El Kremlin ha sido capaz de utilizar esta dependencia para presionar a las distintas naciones -y a veces incluso a la Unión Europea (UE) en su conjunto- para que acepten proyectos de desarrollo y repriman sus objeciones a las políticas nocivas que benefician a Rusia.
La brutal invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin cambió todo eso. Los países europeos están tomando medidas para reducir su dependencia de la energía rusa.
La Comisión Europea, por ejemplo, ha firmado un acuerdo que permite a Israel aumentar las entregas de gas natural a la UE a través de Egipto.
Roma, por su parte, acordó recientemente aumentar su cooperación con Argel en el ámbito energético. El acuerdo convierte a Argelia en el principal proveedor de gas de Italia.
París no se quedó de brazos cruzados. Firmó una asociación con los Emiratos Árabes Unidos para impulsar la producción de energía nuclear e hidrógeno.
El pasado mes de mayo, Alemania llegó a un acuerdo con Qatar sobre gas natural licuado.
Arabia Saudita firmó acuerdos con Grecia en varios sectores, incluido el energético.
La UE firmó recientemente un acuerdo para obtener gas natural a través del Corredor Meridional de Gas, una serie de gasoductos que transportan el gas de Azerbaiyán a Europa a través de Georgia y Turquía.
Estas son las malas noticias: Esto no es suficiente para satisfacer las necesidades energéticas de Europa. Además, la idea de que estos acuerdos pueden servir como medidas provisionales para engrasar la transición a un continente alimentado por energía verde es fantasiosa. Es probable que las energías renovables nunca produzcan lo suficiente para satisfacer las futuras necesidades energéticas de Europa. Y si Europa persiste en intentar eliminar el combustible de carbono, nadie invertirá en más infraestructuras de gas y petróleo. ¿Por qué habrían de hacerlo si esos activos se verán obligados a cerrar en unos años, sin posibilidad de recuperar sus inversiones?
También hay otra dura realidad: La diversificación de los proveedores de energía extranjeros no elimina el riesgo geopolítico.
Algunos de los países de Oriente Medio y África donde Europa quiere comprar energía mantienen estrechas relaciones con Moscú. Por ejemplo, Egipto y Rusia cooperan en el sector de la energía nuclear, mientras que Argelia mantiene sólidos vínculos con el Kremlin. El pasado mes de abril, Argel votó en contra de la suspensión de Moscú del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Además, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, visitó el país norteafricano en mayo para reforzar la cooperación en el sector energético. Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita también han mejorado recientemente sus relaciones con Rusia, principalmente debido a las políticas equivocadas del presidente Biden sobre Irán y Yemen.
Libia tiene un gran potencial como proveedor de energía para Europa, pero el país es un desastre. Su inestabilidad política y la falta de seguridad pública lo convierten en una zona prohibida para las asociaciones energéticas.
Por supuesto, Estados Unidos podría ser una importante fuente de energía, pero la administración Biden sigue empeñada en desalentar la expansión de la producción de petróleo y gas como parte de una “transición” forzada hacia las energías renovables. Eso tiene que cambiar.
Estados Unidos y los países europeos, como Italia y Alemania, deberían adoptar políticas energéticas más prácticas y eficaces. Éstas incluirían el aumento de la exploración nacional y el desarrollo de combustibles basados en el carbono y la apertura -y reapertura- de centrales nucleares.
Estados Unidos y la Unión Europea también deberían actuar rápidamente para reforzar los lazos en el sector del gas. Esto garantizaría una mayor reducción de la dependencia del gas ruso, aliviando la amenaza de la presión geopolítica de Moscú.
Además, la Casa Blanca debería impulsar el fortalecimiento del flanco sur de la OTAN. Europa necesitará obtener más combustible de África (incluida Libia), el Cáucaso Sur y Asia Central. Tiene sentido contar con un flanco más seguro y defendible para estos corredores energéticos. También serviría para controlar a Rusia, cuya influencia en la parte oriental de Libia ha sido profundamente desestabilizadora.
Por último, serían útiles más gasoductos, como el propuesto EastMed. EastMed conectaría Israel con Chipre, Grecia e Italia; Jerusalén y Roma apoyan el proyecto. Un gasoducto transcaspiano también podría ayudar a suministrar energía adicional a Europa. La Iniciativa de los Tres Mares debería incluir proyectos tradicionales de gas y petróleo para contribuir a acelerar el proceso de mejora de la seguridad energética europea.