Vladimir Putin debe creer que los líderes europeos acaban de nacer. El presidente ruso ha dejado bastante claro que empleará severos límites al suministro de gas natural como herramienta de guerra económica en el próximo invierno. Sin embargo, los políticos y banqueros centrales europeos siguen discutiendo la idea de un embargo contra Rusia.
Una recesión que afecte a toda Europa es prácticamente inevitable, pero no tiene por qué ser grave ni prolongada. También representa la última carta económica de Rusia. La extorsión de Rusia será ineficaz mientras Europa se asegure de que sus economías pasen el invierno. No podrá ganar en Kiev a costa de tiritantes hogares en Viena, Praga y Berlín.
La economía europea es sin duda frágil. Algunas naciones experimentarán este invierno una verdadera escasez de gas debido a que el gasoducto Nord Stream 1 funciona al 20 % de su capacidad y a que otros gasoductos hacia el este de Europa están amenazados. Según el FMI, un embargo total de gas ruso dejaría a Alemania, Italia y Austria un 15 % por debajo de los niveles de consumo previstos, incluso si el almacenamiento de gas europeo es mayor que el del año pasado. En Hungría, Eslovaquia y la República Checa podría haber una escasez de hasta el 40 % del consumo habitual. Los precios se dispararían en todos los países de Europa. En comparación con los costes anteriores a la crisis, que eran aproximadamente 25 euros, es decir, ocho veces menos, los precios europeos del gas al por mayor ya se acercan a los 200 euros por megavatio hora.
Los salarios reales y la capacidad de los hogares para gastar dinero en cosas no esenciales disminuyen necesariamente a medida que se dispara el coste de una necesidad importada. Es prácticamente imposible evitar las recesiones. Este fue el sombrío pero acertado pronóstico del Banco de Inglaterra de la semana pasada. Las previsiones oficiales de la eurozona lo copiarán en breve. Incluso con su considerable uso de la energía nuclear, Francia no podrá encontrar una salida debido a la profunda integración de su sector energético con la economía europea en general y a sus propios problemas de fiabilidad.
Cuando Putin apriete las tuercas, el nacionalismo energético será la pesadilla que Europa debe evitar. Putin pondrá a los desempleados de una nación en contra de la congelación de otra si se restringe el comercio transfronterizo y no se da un salvavidas a la industria. Esto apoyaría su percepción de sí mismo como árbitro del continente, capaz de influir en Europa y Ucrania pulsando unos cuantos botones en las estaciones de bombeo de los gasoductos. Sin embargo, un resultado tan nefasto no es ineludible. La sustitución es la línea de defensa más crucial.
Alemania ya ha sustituido una parte importante de sus importaciones de gas ruso por suministros de gas natural licuado que se enviaban a los Países Bajos o a Gran Bretaña y luego se bombeaban a las instalaciones de almacenamiento alemanas. La primera de las cuatro unidades flotantes de almacenamiento y regasificación de GNL que su gobierno ha alquilado estará operativa a finales de diciembre.
A pesar de las protestas en contra, la industria europea está cambiando rápidamente sus métodos de producción para sustituir el gas, siempre que sea posible, por electricidad y otros combustibles, o está importando artículos parcialmente creados fuera de la UE, donde el gas está ampliamente disponible. El amoníaco, por ejemplo, que consume mucho gas y se utiliza en el sector de los fertilizantes, no tiene por qué fabricarse en Europa. En todo el continente hay cada vez más pruebas concretas de que las industrias están tomando medidas para reducir el consumo.
A pesar de los efectos negativos para el medioambiente, se está dando un sabio respiro temporal al carbón en la producción de energía, y Alemania se está planteando por fin pausar su cierre prematuro de la industria nuclear. Este año se prevé que la capacidad de generación de electricidad renovable en Europa aumente un 15 %, lo que reducirá considerablemente la dependencia del gas ruso.
El siguiente paso en Europa es la solidaridad tras la sustitución. Según el modelo del FMI, el aumento del reparto transfronterizo de gas puede reducir drásticamente las pérdidas en las naciones más afectadas y prácticamente reducir a la mitad los golpes a las economías de Europa central y oriental, con un coste mínimo o nulo para los que permiten el flujo de gas. La capacidad de bombear gas hacia el este desde Europa occidental, que tiene un acceso mucho mayor al GNL, podrá hacerlo en el futuro, eliminando casi por completo los impactos económicos negativos de un embargo de gas.
Por último, los hogares deben contribuir. Este invierno, la conservación será la única prioridad. En Japón y Alaska, las campañas publicitarias han conseguido reducir el consumo de energía en épocas de escasez. A ello contribuirían las grandes señales de precios de los grandes aumentos de los costes de la energía, contrarrestados por los pagos a tanto alzado para las familias con menores ingresos. La guerra energética de Putin no debería librarse principalmente contra la industria.
Según el modelo del FMI, tales iniciativas podrían minimizar las peores consecuencias de este invierno, pasando de pérdidas del PIB de casi el 6 % en Europa central a un tercio de eso, con la economía de la UE sufriendo un golpe de solo el 1,8 %, mucho menos que el de la crisis financiera.
Además, cualquier descenso de la actividad económica duraría poco tiempo. No perduraría después de ser sufrida. La sustitución mejorará mucho cada invierno. Las economías occidentales avanzadas demostrarán una vez más su capacidad de adaptación y durabilidad, pero esta vez frente a un intento intencionado de sembrar la inestabilidad.
Por otro lado, la economía rusa sufriría otro grave revés. Su capacidad para adquirir artículos relacionados con la producción ya se ha visto gravemente obstaculizada por las sanciones, y pronto perderá su mayor mercado de exportación, los combustibles fósiles, a Europa. Ello colocaría a la economía rusa en una posición precaria mientras Europa sale de la recesión invernal, enganchada a su propio petardo.