Todas las señales en el tablero indican que está a punto de suceder. Que, dentro de unos días, Israel firmará un tratado de paz con Sudán, uno de los países más grandes e importantes de África. Eso dicen las fuentes de Jerusalén, cuyas fuentes están actualmente en el corazón de Sudán.
Deberíamos revisar el pasado de nuevo. Sudán estaba entre “nuestros peores enemigos”, como lo describen aquellos que están íntimamente familiarizados con la historia sobre el terreno.
El fundador de Al-Qaeda, Osama Bin-Laden, residía allí. En primer lugar, Sudán era un centro terrorista usado por Al-Qaeda e Irán para atacar a los musulmanes moderados.
Este es un logro que el primer ministro Benjamín Netanyahu ha encabezado y cultivado durante años. Es el hat trick de la década: dos tratados en el Golfo Pérsico y uno en África. Sudán es un clásico país árabe periférico, similar a Irak, y la paz con él no solo mejorará la posición de Israel, sino que lo convertirá en un actor clave en Medio Oriente. No necesariamente en términos del conflicto árabe-iraní, sino en términos de la destreza económica y tecnológica de Israel y sus capacidades en los campos de la agricultura y el desarrollo de los recursos hídricos.
Al parecer, cuando se producen verdaderos cambios de política, lo hacen tras la cortina de humo de la demagogia de los medios de comunicación y la propaganda populista, un torpe esfuerzo por arrojar una niebla sobre información histórica importante. Pero es mejor así, a través de un arduo camino, una pandemia de coronavirus y una oposición demencial, que una fachada ceremonial y festiva de paz para que las masas la consuman, con palomas volando y discursos escritos por periodistas-asesores políticos. Tales ceremonias han tendido a ser lavadas por la sangre.
Sudán, a punto de firmar un acuerdo con nosotros, es un país gigantesco en medio de un cambio de identidad. Se está volviendo menos árabe y más africano. Este fue un proceso gradual. Los sudaneses no querían que un tratado con Israel fuera el resultado de la presión americana. Los estadounidenses aceptaron su enfoque y dijeron: “Los eliminaremos de la lista de estados patrocinadores del terror, y llegarán a un acuerdo con Israel a su debido tiempo”.
Como recordatorio, en su viaje de regreso de Washington en febrero, Netanyahu se detuvo en Sudán para reunirse con el líder del país, Abdel-Fattah Burhan.
Todavía existe preocupación por un escenario que se está desarrollando con Mauritania, un país musulmán del Sahara del noroeste de África con el que Israel mantuvo relaciones diplomáticas hasta un golpe de estado allí en 2008. Sudán tampoco se ha estabilizado completamente desde la guerra civil que estalló allí en 2013.
Sin embargo, es posible que Israel se convierta en un factor de estabilización en su papel de líder de la región en materia de desarrollo hídrico. Israel, sin embargo, no debería vadear las crecientes tensiones sobre los recursos hídricos entre Etiopía, que está construyendo una presa gigante en el Nilo Azul; Egipto, con el que Israel tiene un tratado de paz; y Sudán, por el que el río Nilo fluye entre Etiopía y Egipto.