Dos años después de que seis potencias mundiales, con EEUU a la cabeza, cerraran un acuerdo nuclear con Irán, el presidente Trump ha confirmado que Teherán ha cumplido las condiciones para la recertificación.
Trump ha criticado varias veces el Plan de Acción Conjunto y Completo (PACC) diciendo que es una forma peligrosa de apaciguamiento, pero ya lleva seis meses en la presidencia y no ha tratado de desmantelarlo.
En 2015, el presidente Obama dijo en un discurso que el acuerdo nuclear haría el mundo más seguro. Sin embargo, cuando ahora se cumple su segundo aniversario, la innegable realidad es que no está dando los resultados que se prometieron.
Impedir un Irán con armas nucleares es uno de los mayores retos geopolíticos a los que se enfrenta el mundo, y quienes toman las decisiones deben al pueblo americano un muy cuidadoso escrutinio del acuerdo.
El objetivo central de las negociaciones con Irán era, según las propias palabras del presidente Obama, “conseguir que Irán reconozca que tiene que renunciar a su programa nuclear”. Por desgracia, los terribles defectos del acuerdo que finalmente se alcanzó significan que lo cierto es lo opuesto. El PACC no prohíbe definitivamente a Irán obtener un arma nuclear. Al contrario, le da una paciente vía para lograrlo.
Respetando los términos del PACC, en menos de una década Teherán cruzará el umbral nuclear con un programa de enriquecimiento a escala industrial que le dará capacidad para producir armas atómicas de forma prácticamente inmediata.
El régimen de Teherán también podrá realizar investigaciones sobre centrifugación avanzada en Fordow, el búnker subterráneo de los CGRI (Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica), un complejo seguramente impenetrable para los ataques militares estadounidenses, lo que acelerará la capacidad del régimen para enriquecer el combustible.
Aquí el porqué.
Con el acuerdo nuclear, la infraestructura nuclear de Irán permanece intacta. No se ha cerrado ninguna de las instalaciones nucleares. Con el acuerdo nuclear, la República Islámica tiene autorización para mantener más centrifugadoras de las que tenía cuando la Administración Obama inició su mandato.
Como era de esperar, Irán ha vulnerado el acuerdo nuclear en múltiples ocasiones. Aunque no se le ha sorprendido con el suficiente uranio enriquecido como para construir un arma nuclear, ya ha excedido el límite de 130 toneladas en sus reservas de agua pesada dos veces. Los servicios de inteligencia de Alemania han advertido en su informe anual de que Irán sigue tratando de conseguir tecnología misilística ilícita, que los expertos temen pueda ser utilizada para el transporte de armas nucleares.
Para agravar las cosas, los procedimientos de verificación contemplados en el acuerdo nuclear no son ni mucho menos tan estrictos como la Administración Obama afirmó que iban a ser. Un examen detenido del PACC revela que las cláusulas del acuerdo nuclear permiten a Irán mantener alejados a los inspectores internacionales durante un periodo mínimo de 24 días –y puede que hasta tres meses o más– antes de que las instalaciones nucleares no declaradas y las actividades llevadas a cabo en ellas puedan ser inspeccionadas.
A Irán se le permite además utilizar sus propios inspectores para investigar el complejo militar de Parchin, donde se sospecha que está llevando a cabo trabajos sobre armas nucleares. Este arreglo es parte de un acuerdo secreto con el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que básicamente hace que el cumplimiento de Irán sea una cuestión de confianza. Y confianza es lo último que deberíamos brindar a los iraníes.
Cuando Irán se implicó en las negociaciones sobre su programa nuclear, sufría un importante déficit de confianza basado en su largo historial de agresividad hacia Estados Unidos y otros muchos países. Y desde que se firmó el acuerdo nuclear ha ampliado descaradamente sus actividades malévolas. La República Islámica ha hecho varias pruebas de lanzamiento de misiles balísticos, contraviniendo las prohibiciones de la ONU, incluidas las recogidas en la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad. Por otro lado, la Administración Trump está tratando de liberar a dos irano-americanos presos en la tristemente célebre cárcel de Evin; uno de ellos es un hombre de 81 años en muy malas condiciones de salud.
El propio Departamento de Estado de Obama consideró a Irán uno de los principales patrocinadores estatales del terrorismo; al mismo tiempo, el acuerdo nuclear negociado por esa Administración proporcionó a la República Islámica cientos de miles de millones de dólares gracias al levantamiento de sanciones y a la firma de nuevos acuerdos comerciales. Como era previsible, esta decisión fue contraproducente. Los satélites terroristas de Irán, sobre todo Hezbolá en el Líbano y Hamás en Gaza, están entre los principales beneficiarios del acuerdo nuclear. El jefe de inteligencia de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) alertó en la pasada Conferencia del Centro Interdisciplinario de Herzlia de que Irán aporta 50 millones de dólares al presupuesto anual de Hamás, 75 millones a Hezbolá y 70 millones a la Jihad Islámica Palestina.
La amenaza de un Irán envalentonado con ambiciones hegemónicas sobre Oriente Medio era uno de los resultados probables anticipados por muchos críticos del acuerdo. Su valoración parece hoy la correcta. Irán ha fagocitado cuatro capitales árabes: Beirut, Damasco, Bagdad y, más recientemente, Saná. Asimismo, ha reafirmado sus posiciones en Irak por medio de milicias chiíes locales y utilizado a los rebeldes huzis en el Yemen como vehículo para consolidar su poderío en la Península Arábiga.
Igualmente, Irán es cómplice directo –y participante activo– en las matanzas masivas perpetradas en Siria, donde respalda al régimen criminal de Asad y a la organización terrorista Hezbolá. Miembros de la Administración Trump han confirmado que una propuesta de venta de aviones Boeing a la principal aerolínea de Irán aún está siendo revisada por el Departamento del Tesoro, porque Irán usa sus flotas aéreas civiles para enviar hombres y armas al campo de batalla sirio.
Hay más malas noticias aún. Las esperanzas de que el acuerdo nuclear pueda reforzar a los moderados de Irán y controlar las violaciones de los derechos humanos en ese país parecen trágicamente injustificadas. En vez de eso, el acuerdo ha fortalecido a los elementos de la línea dura, notablemente a los CGRI, que se encargan de preservar los ideales de la revolución de 1979. Los CGRI están presentes en casi todos los sectores de la economía iraní, lo que los convierte en grandes beneficiarios del acuerdo, y de los miles de millones de dólares liberados como consecuencia del levantamiento de las sanciones.
La llegada de Hasán Ruhaní al poder no cambió nada en este sentido. El antiamericanismo y la intención de borrar a Israel del mapa no son simple retórica, sino que siguen estando en el ADN del régimen. La persecución, la violencia o directamente el asesinato también han ido a peor bajo el mandato de Ruhaní. Mataron a al menos 966 personas en 2015, la cifra más alta desde 1989: el doble que en 2010 y diez veces más que 2005. La brutalidad es la verdadera cara del régimen aparentemente moderado de Irán.
Dos años después de que se firmara el acuerdo nuclear, Irán —inmune a futuras sanciones económicas y en disposición de cruzar el umbral nuclear en solo una década— persigue sus ambiciones hegemónicas del brazo de organizaciones terroristas y regímenes criminales queamenazan la seguridad de Estados Unidos y sus aliados.
Los únicos a los que Teherán está engañando a estas alturas son quienes quieren ser engañados. Irán está usando el acuerdo como herramienta de opresión en el interior y como instrumento terrorista en el extranjero. Sólo es cuestión de tiempo que el acuerdo se derrumbe bajo su propio peso. Habría sido preferible no llegar a acuerdo alguno. El PACC es un mal acuerdo y nos hace estar menos seguros; y si el presidente Trump fue sincero durante la campaña, debería dejar de apoyarlo inmediatamente.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio