Una consecuencia importante de la ruptura de las alianzas de EE.UU. en los últimos años es el resurgimiento de la preocupación en las capitales aliadas sobre la credibilidad de la garantía nuclear de EE.UU.
En Europa, los aliados se preguntan si los Estados Unidos estarían dispuestos a defender a Polonia o al Báltico si Rusia los amenazara con un ataque nuclear. En Asia, el creciente poderío militar de China y la adquisición de misiles de largo alcance por parte de Corea del Norte han suscitado preocupaciones similares sobre los compromisos nucleares de Washington.
Frente a estas crecientes amenazas, ¿pueden los aliados de EE.UU. seguir confiando en el paraguas nuclear de Estados Unidos para disuadir un ataque? Dado que la respuesta ya no es evidente, cada vez más voces en las capitales aliadas han sugerido que pueden necesitar confiar en otras capacidades nucleares para garantizar su seguridad, y quizás incluso adquirir las suyas propias.
Si queremos evitar un mundo de rápida proliferación nuclear -en el que no solo países como Irán y Arabia Saudita se mueven para adquirir armas nucleares sino también aliados de larga data como Corea del Sur y Turquía- el próximo presidente tendrá que moverse rápidamente para asegurar a los aliados que la garantía nuclear de Estados Unidos sigue siendo creíble.
La mayoría de la gente ha olvidado que la principal preocupación de proliferación hace 50 años no era sobre Pakistán, Corea del Norte o Irán, sino sobre aliados de Estados Unidos como Alemania y Japón. Al final, tanto éstas como otras naciones aliadas estaban dispuestas a renunciar a sus propias capacidades nucleares y firmar el Tratado de No-proliferación Nuclear como Estados sin armas nucleares. Pero lo hicieron solo después de obtener una garantía explícita de los Estados Unidos de que sus fuerzas nucleares defenderían su seguridad si fuera necesario. En el caso de la OTAN, esa garantía se consagró en su estrategia oficial, el despliegue futuro de las armas nucleares estadounidenses, la creación de un grupo de planificación nuclear y el reparto de las tareas y misiones nucleares. En Asia, los acuerdos eran menos formales, sin embargo, comprometían a Washington a acudir a la defensa nuclear de sus aliados.
El próximo presidente debe anticiparse a las medidas desestabilizadoras de las naciones aliadas cuando se replanteen su seguridad nuclear, reafirmando clara e inequívocamente que las alianzas y los compromisos de defensa colectiva de los Estados Unidos siguen siendo fundamentales para su seguridad nacional. Esta afirmación debe incluir un nuevo compromiso formal con la seguridad nuclear de los aliados.
Sin embargo, las palabras por sí solas pueden no ser suficientes. La próxima administración debe abrir sus procesos de planificación nuclear a los aliados e incluirlos en sus deliberaciones sobre estrategia nuclear, despliegues y modernización. También deberá dar prioridad a las nuevas negociaciones sobre el control de las armas nucleares, comenzando por una ampliación del nuevo acuerdo START con Rusia, teniendo en cuenta al mismo tiempo las preocupaciones de los aliados sobre las amenazas nucleares existentes y en evolución.
Ivo H. Daalder es el presidente del Chicago Council on Global Affairs y fue el embajador de los Estados Unidos ante la OTAN de 2009 a 2013.