En 2013, el entonces secretario de Estado estadounidense, John Kerry, me invitó a acompañarle en una visita secreta a Afganistán para ver de primera mano, según dijo, cómo Estados Unidos había logrado establecer una fuerza militar local capaz de oponerse al terrorismo sin ayuda.
La lección estaba clara: el “modelo de Afganistán” era el que los estadounidenses querían que se aplicara también a la cuestión palestina.
Rechacé amablemente la oferta y negué la viabilidad de la idea que proponían. Mi valoración en aquel momento era que en el momento en que Estados Unidos abandonara Afganistán, todo se derrumbaría. Por desgracia, esto es lo que está ocurriendo ahora. Un régimen islámico extremista ha conquistado Afganistán y lo ha convertido en un Estado terrorista que amenaza la paz mundial.
Un resultado similar ocurrirá si, D-os no lo quiera, entregamos las riendas del poder a los palestinos. Los palestinos no establecerán un nuevo Singapur. Establecerán un estado terrorista en Judea y Samaria, a poca distancia del aeropuerto Ben Gurion, Tel Aviv, Kfar Saba y Netanya.
Vemos esta misma política errónea en funcionamiento con respecto a Irán. La comunidad internacional está a punto de aprobar un peligroso acuerdo que proporcionaría a Irán -con su autorización- un arsenal de armas nucleares dedicado a nuestra destrucción.
Nuestros amigos extranjeros me pidieron que me mantuviera callado sobre esta cuestión, que me abstuviera de tomar medidas y que no me opusiera a ellos en este asunto. No estuve de acuerdo. En cambio, seguimos una política de atacar primero, tanto militar como políticamente. Me enfrenté a todo el mundo -incluidos muchos dentro de Israel- cuando hablé en el Congreso de Estados Unidos contra este peligroso acuerdo. El ministro de Asuntos Exteriores y el primer ministro suplente Lapid me atacaron por hacerlo.
Al final, lo que conseguimos fue convencer a Estados Unidos de que impusiera duras sanciones económicas a Irán, y también de que abandonara el acuerdo nuclear. Si no hubiéramos adoptado una postura tan decidida, Irán habría tenido un arsenal nuclear hace tiempo.
La conclusión que hay que extraer es clara: la doctrina correcta es la que yo perseguí, y nunca debemos confiar en otros para salvaguardar nuestra seguridad. Debemos defendernos con nuestras propias capacidades contra cualquier enemigo.
Para nuestra consternación, ahora tenemos un gobierno Lapid-Abbas-Bennett que está tomando el camino exactamente opuesto, un camino que pone en peligro nuestra seguridad y, de hecho, nuestra propia existencia. Han acordado una política de “no sorpresas” con respecto a Irán, una política peligrosa que limita nuestra libertad para emprender acciones militares contra ellos. Obedecen las órdenes de otros y mantienen un estruendoso silencio, incluso cuando Irán se dirige a toda velocidad hacia la bomba.
Lo hacen con el pleno y ridículo respaldo de unos medios de comunicación aduladores que tratan de ocultar los fallos de este gobierno, por graves que sean.
Cero en seguridad. Cero en la capacidad de gobierno. Cero en gestión del coronavirus. Un Estado sin capitán; un Estado en anarquía. ¿Hasta cuándo permanecerán callados los medios de comunicación ante esta anarquía que no hace más que empeorar cada día?