Según la información de Reuters, un grupo de agentes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) envió un avión no tripulado que explotó para asesinar al primer ministro de Irak, Mustafa al-Kadhimi, el domingo por la mañana. Kadhimi sobrevivió. El Departamento de Estado de Estados Unidos condenó “este aparente acto de terrorismo”, pero se negó a nombrar al autor. Si el gobierno de Biden no ofrece más que esta tibia respuesta, cabe esperar que Teherán intensifique su violenta campaña para anular el resultado de las elecciones generales del mes pasado en Irak, que se saldaron con una derrota histórica de las fuerzas proiraníes.
De todos los ejércitos y milicias de Oriente Próximo, el que más utiliza drones explosivos en sus ataques es el CGRI y sus milicias proxy. De ahí que las huellas de Irán en el fallido intento de eliminar a Kadhimi fueran demasiado evidentes como para ocultarlas.
Teherán denunció el atentado, pero su verdadero mensaje para los iraquíes fue que un baño de sangre espera a quienes insisten en formar un gobierno que refleje los resultados de las elecciones de octubre.
El mes pasado, los votantes propinaron una humillante derrota a las milicias chiítas iraquíes, cuyo bloque se redujo de cuarenta y ocho a diecinueve escaños en el parlamento iraquí de 329 miembros. Los partidos nacionalistas y contrarios a Teherán aumentaron, pero ninguna coalición obtuvo la mayoría; la formación de un gobierno sería un reto incluso en ausencia de amenazas iraníes.
Kadhimi no se presentó a las elecciones y no tiene bloque o circunscripción propia, lo que hace que el intento de matarlo sea una elección extraña para Irán, al menos a primera vista. Pero es precisamente el carácter no partidista de Kadhimi lo que le ha hecho ganar -y por extensión las elecciones del 10 de octubre– una inmensa credibilidad. Esto le convierte en un obstáculo para los esfuerzos de Teherán por anular los resultados.
Los métodos de Irán en Irak se inspiran directamente en su libro de jugadas para el Líbano, donde Teherán empleó a Hezbolá para revertir el veredicto de las urnas. Una coalición antiiraní se impuso en Líbano en 2005 y 2009, pero las milicias de Hezbolá, que actúan al margen de la ley, cerraron el gobierno en repetidas ocasiones. Frente a la coacción, el Parlamento libanés aprobó el candidato preferido de Hezbolá para la presidencia, así como cambios en la ley electoral que finalmente permitieron al partido imponerse en las elecciones de 2018.
Detrás de una fachada democrática, Hezbolá manda ahora en Beirut. En las últimas semanas, por ejemplo, el partido ha obligado al gabinete libanés a suspender sus reuniones porque el gabinete no quiere destituir al juez que investiga una explosión masiva el año pasado en el puerto de Beirut.
Los proxys de Teherán en Irak también intentan cerrar el Estado. A principios de noviembre, las milicias realizaron una sentada en Bagdad en protesta por los resultados de las elecciones. Cuando su protesta pasó desapercibida, los manifestantes afiliados a las milicias trataron de invadir la Zona Verde, un área fuertemente protegida que alberga las residencias de altos funcionarios iraquíes y la Embajada de Estados Unidos.
Ante el avance de la multitud, las fuerzas de seguridad abrieron fuego y mataron al menos a una persona. La turba se retiró, pero Irán se intensificó ordenando el atentado contra la vida de Kadhimi.
Irán y sus representantes intentan ahora desviar la culpa del fallido intento de asesinato. Saeed Khatibzadeh, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán, condenó el atentado y advirtió de “conspiraciones de seguridad”. Qais al-Khazaali, jefe de la milicia proiraní Asaib Ahl Al-Haq, dijo que, dado que no hubo muertos, debería formarse un comité para investigar el atentado y asegurarse de que no fue una explosión accidental.
Khazaali, al igual que Khatibzadeh, también advirtió de una conspiración extranjera para iniciar una guerra civil.
El ex primer ministro Nouri al-Maliki, el único de los aliados de Irán cuyo bloque obtuvo buenos resultados en las elecciones de octubre, con treinta escaños, reiteró la afirmación de que “los enemigos de Irak” estaban intentando iniciar una guerra civil.
En lugar de prometer ayudar a Bagdad a llevar a los autores ante la justicia, Biden se limitó a ofrecer ayuda para investigar el atentado. Esta señal de una respuesta insulsa probablemente persuadirá a Irán de que no tiene nada que perder si ordena a sus milicias que se involucren en más violencia. El objetivo de Teherán será anular los resultados de las elecciones, si no oficialmente, al menos en la práctica mediante la formación de un gabinete favorable a las milicias.
Sin embargo, Irak no es una causa perdida y tiene ventajas en comparación con el Líbano. En primer lugar, es simplemente mucho más grande y sería más difícil de digerir para Irán. Los chiíes, suníes, kurdos e independientes que obtuvieron buenos resultados en las elecciones del mes pasado reconocen la gravedad del problema y se comprometieron a disolver las milicias. Lo más importante es que esta coalición multiétnica y multisectaria cuenta con el pleno apoyo del Gran Ayatolá Ali al-Sistani, la máxima autoridad religiosa chií del mundo, con sede en la ciudad meridional iraquí de Nayaf.
Si Washington y Occidente apoyan a la coalición anti Irán, ésta podría superar a Teherán y disolver sus milicias problemáticas.