Nada resume mejor la actitud del presidente chino Xi Jinping ante la obsesión de Occidente por abordar el cambio climático que el viejo dicho chino: “Esconde un cuchillo detrás de una sonrisa”.
Mientras los líderes mundiales se reunían en la cumbre COP26 de Glasgow, los dirigentes occidentales intentaban desesperadamente llegar a un acuerdo sobre la reducción de las emisiones de carbono, que según los expertos en clima de las Naciones Unidas es una de las principales causas del cambio climático.
No faltaron las predicciones funestas en el período previo a la cumbre, con John Kerry, el enviado del presidente Biden para el clima, advirtiendo que ésta es la “última oportunidad” del mundo para detener una catástrofe climática y el primer ministro británico Boris Johnson hablando en términos apocalípticos sobre el fracaso del mundo para abordar el problema que pone en riesgo la civilización moderna.
Pero mientras los líderes occidentales regatean sobre la rapidez con la que pueden alcanzar el objetivo de “cero emisiones netas” que la ONU afirma que es esencial para evitar que el calentamiento climático alcance niveles catastróficos a finales de siglo, Xi ha demostrado una notable falta de entusiasmo por los recortes exigidos por los defensores del clima.
Esto ha provocado la preocupación de los economistas de que la reticencia de Pekín a unirse a la lucha por alcanzar las emisiones netas de carbono para 2030 -uno de los principales objetivos de la COP26- acabe proporcionando a China una importante ventaja económica sobre sus rivales occidentales.
Ante las innumerables advertencias de la ONU de que el mundo se enfrenta al “caos y al conflicto” si no se toman medidas, Xi, cuyo país es uno de los mayores emisores de dióxido de carbono del mundo, demostró su falta de voluntad de cooperar con la carrera hacia el cero neto al declinar su asistencia a la conferencia de Glasgow. En cambio, aceptó participar en los debates con otros líderes mundiales por videoconferencia.
El presidente ruso, Vladimir Putin, fue otro de los principales ausentes, aunque ha alegado las restricciones de Covid para no viajar a Glasgow, aunque su ausencia se considerará otro duro golpe para las perspectivas de la cumbre de acordar y aplicar realmente un programa de reducción de las emisiones de carbono.
Sin embargo, mucho más preocupante que la inasistencia de los presidentes chino y ruso fue la decepcionante respuesta de Xi a los llamamientos de la ONU para que reduzca sus emisiones.
António Guterres, secretario general de la ONU, ha pedido a China que se asegure de que las emisiones alcanzan su punto máximo antes de 2030, ayudando así a los esfuerzos por mantener el aumento de la temperatura global en un 1,5 por ciento, un objetivo que se fijó en el Acuerdo de París de 2015.
“El futuro de la humanidad depende de que se mantenga el aumento de la temperatura global en 1,5ºC para 2030”, dijo Guterres, añadiendo que los líderes mundiales estaban “fracasando totalmente en mantener este objetivo a su alcance”.
En cambio, China, que recientemente emitió más gases de efecto invernadero que todos los países del mundo desarrollado juntos, ha dado una respuesta profundamente tibia a los llamamientos para que Pekín tome medidas más drásticas. Un informe publicado a principios de este año por el Grupo Rhodium concluyó que las emisiones de China se habían triplicado con creces en las tres décadas anteriores, y habían aumentado hasta el punto de emitir el 27% de los gases de efecto invernadero del mundo en 2019.
Sin embargo, en su presentación formal a la ONU antes de la cumbre COP26, China solo introdujo una pequeña mejora en su plan de reducción de emisiones, lo que llevó a un experto europeo en clima a criticar el plan chino como “decepcionante y una oportunidad perdida”.
Es fundamental que, aunque la economía china depende en gran medida de las centrales eléctricas de carbón para cubrir sus necesidades energéticas, consideradas en general como uno de los principales responsables del calentamiento global, Pekín se muestra poco proclive a desarrollar suministros energéticos alternativos. Por el contrario, Pekín sigue empeñado en abrir cientos de centrales de carbón más en los próximos años, con lo que las nuevas centrales de carbón de China compensarán con creces todos los cierres de otras centrales de carbón que se han producido en el resto del mundo durante el último año.
La Comisión Nacional de Energía de Pekín ha defendido la necesidad de construir más centrales eléctricas de carbón y ha subrayado la importancia de un suministro regular de energía, después de que franjas del país quedaran recientemente sumidas en la oscuridad por los cortes de electricidad.
Sin embargo, la falta de voluntad de Pekín para contribuir de forma significativa a los intentos de la conferencia COP26 de reducir las emisiones mundiales ha suscitado la legítima preocupación de que China está tratando de obtener una ventaja económica sobre sus rivales occidentales mientras éstos se enfrentan al reto de cumplir los objetivos de emisiones netas cero.
A ambos lados del Atlántico crece la opinión de que las reducciones drásticas de la omisión de carbono podrían causar estragos económicos en las economías occidentales si la búsqueda de economías “verdes” se hace a costa de mantener el suministro de energía. En Europa, por ejemplo, la carrera por abandonar los combustibles fósiles tradicionales como principal fuente de energía ha llevado a una mayor dependencia del suministro energético de Rusia a través de su polémico gasoducto Nord Stream 2.
La negativa de Xi a comprometerse seriamente con la agenda del cambio climático de la COP26 también ridiculiza el argumento de la administración Biden de que la mejor manera de mejorar la conducta de Pekín es a través de una mayor cooperación diplomática. Esa parece ser la opinión del asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, tras sus recientes reuniones con altos cargos del Partido Comunista Chino en Pekín.
Como demuestra la actitud despectiva de Xi hacia la COP26, la principal motivación de Pekín es socavar el capitalismo occidental, no apoyarlo, razón por la cual no tiene intención de apoyar la irreflexiva carrera de Occidente hacia las emisiones netas de carbono.