La invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto una verdad desagradable, pero clarificadora: a pesar de todas las expresiones de indignación moral y las exhortaciones de la retórica militante, Estados Unidos y sus aliados no están dispuestos a arriesgar una Tercera Guerra Mundial luchando para preservar la independencia de Ucrania. Occidente se ha mostrado dispuesto a gastar miles de millones en ayuda militar y humanitaria, pero en última instancia los ucranianos están solos.
Para sorpresa de todos, lo están haciendo muy bien. Pero eso podría cambiar. Como sabemos ahora, Vladímir Putin es imprevisible, incluso irracional. Podría optar por poner fin a la guerra con una rampa de salida que le permita declarar la “victoria” -siendo el contrafuerte más importante de la rampa la garantía por parte de Occidente de que Ucrania nunca entrará en la OTAN– o podría decidir redoblar la apuesta, cometiendo aún más atrocidades y crímenes de guerra, matando a más civiles, desatando la devastación en más ciudades ucranianas.
Putin ya ha sido acusado, incluso por el presidente de Estados Unidos, de librar una guerra genocida. Eso no es cierto, como tampoco lo es decir que Estados Unidos libró una guerra genocida en Vietnam. Pero si Putin empleara más fuerza letal en Ucrania, la situación podría acercarse a la percepción pública de genocidio, y la presión para “hacer algo” aumentaría. ¿Cambiaría eso la postura de Occidente en el conflicto? Es difícil ver a la Casa Blanca decidiendo intervenir militarmente, incluso si los crímenes de guerra de Rusia aumentan. Es aún más difícil ver a Francia y Alemania aceptando comprometer sus tropas y arriesgar a sus poblaciones civiles en casa. Si Washington actuara en solitario y elevara la apuesta militar en respuesta a una escalada rusa, Putin habría logrado uno de sus objetivos a largo plazo: debilitar a la OTAN.
¿Y si, en su desesperación, empleara un arma nuclear táctica? Basándome en varias conversaciones que he mantenido, eso sería la gota que colma el vaso para muchas personas, por lo demás moderadas, y abogarían por una respuesta militar para “castigar” a Putin. Pero es difícil entender la justificación de esto. La intervención occidental en protesta por el uso de un arma nuclear en Ucrania bien podría provocar el uso de muchas más armas nucleares, y más allá de Ucrania. Llámenlo apaciguamiento si quieren, pero la indignación moral es una base peligrosa para la política exterior. El principio geopolítico para dejar que los ucranianos luchen por sí mismos no habrá cambiado ni siquiera con la introducción de armas nucleares o la destrucción total de Kiev. Nada de lo que ocurra dentro de Ucrania debería hacernos “caminar dormidos” hacia la Tercera Guerra Mundial.
Nos guste o no, Putin ha trazado una línea roja alrededor de Ucrania, y ha ofrecido razones históricas, culturales y religiosas para su uso de la fuerza. No tenemos que estar de acuerdo con esas razones (aunque ¿cuántos de nosotros somos lo suficientemente expertos en la enmarañada historia de Rusia y Ucrania como para dar respuestas con conocimiento de causa? Incluso hemos indicado que entendemos que las medidas a medias, como una zona de exclusión aérea, serían una violación de esa línea.
Sin embargo, Putin no es el único que puede trazar líneas rojas. Si los líderes y diplomáticos occidentales están haciendo su trabajo, ya le han comunicado que Occidente tiene sus propias líneas rojas. Puede que Ucrania sea el patio de recreo de Putin, pero los Estados miembros de la OTAN no lo son, y cualquier movimiento contra Polonia o los Estados bálticos daría lugar a una respuesta completa y unida. Establecer límites es una calle de doble sentido.
Es cierto que las líneas rojas no son siempre la mejor forma de conducir la diplomacia. Si se utilizan mal, pueden producir inflexibilidad y suscitar falsas esperanzas. Pero en situaciones peligrosamente ambiguas -como el estatus de Ucrania- pueden aportar claridad. Cada parte está advertida de hasta dónde puede llegar. Occidente tiene que dejar claro que luchará para preservar la OTAN frente a la invasión militar rusa, aunque no luche por la independencia de Ucrania. Esa es -o debería ser- nuestra línea roja.
Y si todavía nos encontramos inmersos en la Tercera Guerra Mundial como única forma de salvaguardar la alianza de la OTAN, al menos entenderemos por qué estamos luchando.