Llegué a Israel con un propósito. Esta debía ser la quinta delegación de prensa que dirigiría como parte de mi labor con la Asociación de Prensa de Oriente Medio de Estados Unidos (AMEPA), a la que me incorporé pocos meses después de los atentados terroristas perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023.
El objetivo era llevar a un grupo de periodistas estadounidenses para que escucharan directamente a funcionarios israelíes, civiles y personal de emergencia, con el fin de conocer una realidad que la mayoría no alcanza a ver, y ofrecer una cobertura informativa con el contexto y la claridad que solo se logran al estar presentes.
Sin embargo, menos de veinticuatro horas después de mi llegada al país, el jueves 12 de junio, la misión fue cancelada. Irán amenazaba con un ataque directo. Mi colega me informó que todo se había suspendido. Recuerdo haber leído el mensaje y pensar: no voy a ir a ningún lado. Estoy atrapada. Será mejor que me prepare.
Y así lo hice, porque ese día me pondría a prueba de una manera que nunca habría imaginado.
A las tres de la madrugada del viernes, me despertó una sirena ensordecedora. No era el sonido de misiles entrantes; se trataba de una alerta nacional. Israel acababa de lanzar un ataque preventivo contra Irán. El mensaje era inequívoco: el país estaba en guerra.