Cuando la pandemia de COVID llegó por primera vez, muchos esperaban que uniera a la nación contra un enemigo común. Sin embargo, la izquierda británica no tardó en utilizar la crisis de salud pública para promover su política de división racial.
A las pocas semanas del primer cierre, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, describió el impacto desproporcionado de COVID sobre los británicos de minorías étnicas como una “injusticia” causada por el “racismo estructural”. La ex secretaria de Interior en la sombra, Diane Abbott, fue más allá y atribuyó estas muertes por COVID a “una forma de violencia”. Y la revisión del Partido Laborista sobre las disparidades en los resultados de COVID, publicada el año pasado, concluyó que COVID ha “prosperado” en “comunidades BAME” debido al “impacto devastador del racismo estructural”.
No cabe duda de que el COVID ha tenido un impacto desproporcionado en las minorías. Pero culpar de ello al “racismo estructural” es profundamente inútil, sobre todo cuando hay tantas causas que considerar.
La vivienda es uno de esos factores. El hacinamiento y la vida multigeneracional han exacerbado la propagación del virus entre algunos grupos. En Inglaterra, solo el dos por ciento de los británicos blancos viven en viviendas superpobladas. Esta cifra se eleva al 7 %, al 16 % y al 24 % en el caso de las personas de origen indio, negro africano y bangladesí, respectivamente.
Las condiciones de salud subyacentes, que agravan el riesgo que supone COVID, también han desempeñado un papel en estas disparidades. Por ejemplo, la diabetes y las enfermedades cardíacas se dan en personas de origen sudasiático en tasas significativamente más altas que las de origen europeo.
También está el posible papel de la genética. La semana pasada, científicos de la Universidad de Oxford anunciaron que habían descubierto un gen que duplica el riesgo de insuficiencia pulmonar y muerte por COVID. Los investigadores utilizaron una combinación de inteligencia artificial y tecnología molecular avanzada para señalar el gen exacto —llamado LZTFL1- responsable del mayor riesgo. Los científicos descubrieron que alrededor del 60 % de las personas de origen sudasiático y el 15 % de las personas de ascendencia europea son portadoras de la versión de alto riesgo del gen. Los científicos también estimaron que solo el dos por ciento de las personas de ascendencia afro-caribeña y el 1,8 % de las personas de ascendencia asiática oriental tienen el gen.
El investigador principal, el profesor James Davies, dijo que el descubrimiento de que el gen de riesgo no afecta a todos los grupos étnicos por igual es importante, ya que muestra dónde debería centrar el gobierno sus esfuerzos de vacunación: “Aunque no podemos cambiar nuestra genética, nuestros resultados muestran que las personas con el gen de mayor riesgo pueden beneficiarse especialmente de la vacunación”.
Está claro que hay múltiples factores que pueden influir en la exposición y vulnerabilidad de los individuos al COVID. Pero para la izquierda identitaria, el “racismo estructural” se ha convertido en la explicación de casi todas las disparidades sociales. Lanzar esta acusación no solo divide, sino que también nos distrae de las verdaderas causas del trágico y desproporcionado impacto que el COVID ha tenido en las minorías étnicas británicas.
La política de identidad racial no tiene cabida en la sanidad pública.