El patrocinador del terror iraní, Qassem Soleimani representaba un mundo que ninguna persona amante de la paz puede querer: Un mundo en el que una bomba puede hacerte volar en cualquier momento porque estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Un mundo en el que ciudades enteras son arrasadas como Alepo, en el que las milicias sedientas de sangre van de puerta en puerta y ejecutan a los civiles. Un mundo en el que los jardines de infancia pueden arder en una bola de fuego en cualquier momento simplemente porque los niños en ellos son judíos. Donde Israel está amenazado de extinción todos los días.
Soleimani, el terrorista más repulsivo y sanguinario del mundo, que trajo sufrimiento y desastre a la humanidad en nombre de los mulás, era un enemigo de nuestra civilización. Él representaba el intolerable pensamiento de que cuantas más personas fueran asesinadas (con el respaldo del Estado), más seguros e intocables vivirían.
Su violento y tardío final no pone fin al terrorismo global, pero sin embargo un poderoso mensaje emana de su coche destrozado y quemado: El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha dejado claro que las peores figuras del mundo, por muy ruidosas e inescrupulosas que sean, no pueden esconderse de la fuerza de Estados Unidos.
Puede que sean capaces de torturar, acosar y aterrorizar a los débiles y desesperados, pero no pueden hacer nada contra la democracia más poderosa del mundo.
Y si afirman que no temen a la muerte, entonces estos carniceros están mintiendo, son cobardes que aman la vida dulce y corrupta.
El presidente Trump ha librado al mundo de un monstruo cuyo objetivo en la vida era una nube de hongos nucleares sobre Tel Aviv. Trump actuó en defensa propia. La autodefensa de los Estados Unidos; y de todos los pueblos amantes de la paz.