Soy una persona razonablemente inteligente. Reconozco sin dificultad cuándo se está demonizando a Israel.
El profesor de la Universidad de Brown, Omer Bartov, ha publicado en el New York Times una serie de afirmaciones con pretensiones lapidarias, incluyendo la que figura en el título de este artículo. Lo que presenta como una denuncia reflexiva no es más que una condena rotunda, cargada de desprecio, contra el Estado de Israel y sus Fuerzas de Defensa. El diario, por supuesto, se ha prestado complacido a difundir esta postura, encantado de ser el portavoz de una “opinión” que disfraza una acusación brutal bajo el ropaje académico.
¿En qué se basa Bartov? A pesar de la extensión de su escrito, todo gira en torno a una única imputación: que las acciones de Israel en Gaza se alinean con una intención genocida. Cita desplazamientos de civiles y demoliciones. Y sí, en una guerra hay muertos. La diferencia entre la brutalidad inherente a una guerra y el acto deliberado de perpetrar un genocidio es inmensa. Y esa diferencia, que exige pruebas sólidas, está ausente en su texto. Bartov no demuestra nada de lo que afirma. Solo repite, con insistencia, la misma acusación infundada.