La ofensiva de Israel contra Irán ha desenmascarado a los eternos escépticos, profetas del desastre y apologistas del régimen teocrático. Un titular del Financial Times, desde Londres, sentenció: “El ataque israelí a Irán desata una nueva guerra en Oriente Medio”.
En The New York Times, Mark Landler proclamó: “Cómo la guerra entre Irán e Israel podría generar turbulencias en una región volátil”. Estas voces, cargadas de fatalismo, pintan un panorama de caos inminente, pero ninguna supera la audacia de Rosemary Kelanic, de Defense Priorities, en su artículo para el New York Times: “Estados Unidos no debe ser arrastrado a una guerra con Irán”.
El texto de Kelanic, digno de un panfleto isolationista, arranca con una advertencia: “Estados Unidos está alarmantemente cerca de ser arrastrado a otro enredo militar en Oriente Medio, esta vez por Israel, que cada vez se parece menos a un verdadero amigo”. Desde ahí, su argumento se despeña. Acusa a Israel de notificar a última hora al gobierno de Trump sobre su operación, como si buscase forzar la mano de Washington. Afirma que el ejército estadounidense, aun involucrándose, “podría ser incapaz” de destruir el programa nuclear iraní. Califica una guerra con Irán como “una catástrofe” y desprecia la idea de combatir a un “país débil” al otro lado del mundo. Pero, en un giro absurdo, reconoce que Irán supera en capacidad a los hutíes y advierte sobre el riesgo de empantanarse en un “modelo afgano” con tropas terrestres. Según ella, atacar los sitios nucleares iraníes solo “retrasaría” la carrera de Teherán hacia la bomba.
¿Y su solución? Diplomacia y “negligencia benigna”. ¡Qué disparate! El acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA) y la inacción internacional han permitido a Irán alcanzar un enriquecimiento de uranio casi armamentístico, dejando una ventana mínima antes de que logre la bomba. Fue precisamente esta amenaza la que impulsó a Israel a actuar con decisión. Kelanic, sin embargo, no dedica una palabra a los millones de iraníes que aborrecen a sus opresores teocráticos y sueñan con derrocarlos. En cambio, asegura que la acción de Israel ha unido a las masas en apoyo al régimen. ¿En serio? Esas multitudes en Teherán, como las de la Plaza Roja soviética, la Habana de Castro o la Caracas de Chávez, son coaccionadas, obligadas a marchar con pancartas de “Muerte a los sionistas” en mano.
Su remate es indignante: “Y aun si el régimen fuera derrocado, ¿entonces qué? Con todos los defectos del gobierno iraní, un mal gobierno es preferible al caos de no tener gobierno”. ¿De qué habla? Irán es un patrocinador descarado del terrorismo global, un opresor brutal de mujeres, personas LGBTQA+ y cualquier voz disidente. Su red de proxies siembra el caos en Oriente Medio, sus misiles balísticos amenazan al mundo y su programa nuclear apunta a ser la cúspide de su agenda genocida. Un Irán sin este régimen sería un alivio para su pueblo y para la humanidad.
Lo más exasperante de Kelanic y sus aliados es su absoluta indiferencia hacia Israel. Ni una línea reconoce las casi cinco décadas de amenazas iraníes, desde la Revolución Islámica de 1979, que han tildado al estado judío de “tumor canceroso” a ser erradicado. Israel ha vivido bajo esta espada de Damocles, mientras el mundo, salvo excepciones, ha minimizado las intenciones de Teherán. Kelanic y sus pares, ya sea por ingenuidad o por una perturbadora afinidad con la retórica de odio iraní, insisten en que Israel desestabiliza la región al enfrentar al matón del vecindario. Esta mentalidad, que ha mimado a los ayatolás durante décadas, es la que Israel está destrozando. Con su acción, el estado judío traza el camino hacia un Oriente Medio menos caótico y más seguro, dejando en ridículo a los que aún lloran por el statu quo.