Cuando se habla de la Franja de Gaza, los titulares de prensa a menudo reducen la tragedia humana a eslóganes simples: “genocidio”, “hambruna”, “limpieza étnica”. Recientemente, en la prensa israelí y en redes sociales, han circulado artículos que, basándose en hojas de cálculo y tablas de calorías, acusan a Israel de provocar intencionalmente la hambruna de los gazatíes para someterlos. Su punto de partida es una comparación entre el número de camiones que Israel permite el ingreso y una estimación de las calorías que un gazatí promedio necesita. Un planteamiento ordenado, sencillo y supuestamente moralmente incuestionable.
Sin embargo, la hambruna no es una hoja de cálculo, y mucho menos un lema para mítines políticos. Limitar el análisis a la simple ecuación de “calorías que entran frente a bocas que alimentar” significa ignorar la cruda y a menudo trágica realidad sobre el terreno: la propaganda de Hamás, el robo de alimentos, la corrupción interna, el caos logístico y el uso cruel tanto de civiles gazatíes como de rehenes israelíes como peones en un juego despiadado.
Una acusación que se ha difundido ampliamente compara los datos oficiales de Israel sobre los convoyes de alimentos con los estándares nutricionales del Ministerio de Sanidad. La “conclusión” es que los envíos no alcanzan los mínimos internacionales, lo que, según ellos, demuestra una hambruna y, por tanto, la culpabilidad de Israel. No obstante, este salto de las hojas de cálculo de calorías a las acusaciones de genocidio omite varios problemas críticos:
Cálculos erróneos
Aunque las entregas han fluctuado, el número de camiones de ayuda nunca ha descendido por debajo de 100 diarios, una cifra que, según el Coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT) de Israel, satisface o incluso supera las necesidades calóricas básicas de la población. De acuerdo con su página oficial, desde el 7 de octubre de 2023, el día de la masacre, hasta mediados de agosto de 2025, se han entregado más de 100,000 camiones con más de 1.5 millones de toneladas de alimentos.
Desvío de la ayuda
El seguimiento de la ONU, realizado entre mayo y agosto de 2025, revela que casi el 87% de los camiones de ayuda nunca llegó a los civiles a los que estaban destinados, ya que la gran mayoría fueron interceptados por Hamás o sus afiliados. Muy poca de esta ayuda desviada se redistribuye de forma justa entre la población.
Ataques de Hamás a la distribución conjunta de Estados Unidos e Israel
Incluso cuando Israel y Estados Unidos establecieron mecanismos de distribución directos para evitar a Hamás, estos convoyes y almacenes fueron atacados deliberadamente. Los trabajadores humanitarios resultaron heridos y los puntos de distribución fueron blanco de ataques, una clara prueba de que Hamás busca impedir que los alimentos lleguen a los civiles si ello menoscaba su control.
Precios frente a hambruna
Diversas publicaciones señalan el aumento de los precios de los alimentos como “prueba” de la hambruna. Sin embargo, los precios no suben únicamente a causa de la escasez. En una economía de guerra, el robo, el acaparamiento y la distribución selectiva pueden generar una escasez artificial. Los testimonios de comerciantes de Gaza e incluso del propio Mahmoud Abbas indican que Hamás se apropia rutinariamente del 15% al 25% de los bienes que entran para lucrarse, ya sea mediante impuestos o confiscaciones directas de alimentos. Solo este hecho es suficiente para provocar inflación y privaciones, independientemente de los suministros enviados por Israel.
Predicciones sospechosamente erróneas
Organismos vinculados a la ONU pronosticaron muertes masivas por inanición para la primavera de 2024. Sin embargo, a mediados de ese mismo año, el número real de muertes por desnutrición en Gaza se mantuvo comparable a la mortalidad habitual en Egipto o Jordania. Esta discrepancia debería hacernos reflexionar antes de aceptar sin cuestionamientos las proclamaciones de hambruna.
No es un secreto que Hamás domina el arte de escenificar el sufrimiento. El grupo filma a niños hambrientos, a personas haciendo largas filas para conseguir pan y a madres llorando, imágenes que luego distribuye en los ciclos de noticias globales. Esto no significa que el sufrimiento no sea real; significa que el sufrimiento es instrumentalizado como arma. Desestimar este hecho como algo “secundario” es ignorar un pilar central de la estrategia de Hamás. El grupo se beneficia políticamente cada vez que un titular sobre la hambruna circula por el mundo.
La tragedia más profunda es que esta propaganda funciona porque es Hamás el que crea las condiciones para el hambre. Al confiscar los convoyes, almacenar alimentos en túneles o recompensar a sus leales con el acceso a la ayuda, Hamás agrava el sufrimiento de las familias comunes mientras se protege a sí mismo. Ningún análisis basado en hojas de cálculo puede explicar por qué sacos de harina terminan en los depósitos de Hamás mientras los camiones de la ONU son saqueados.
El marco legal
Según el derecho internacional, la responsabilidad de prevenir la hambruna en Gaza no recae únicamente en Israel. El artículo 23 del Cuarto Convenio de Ginebra (1949) obliga a las partes a permitir el libre paso de alimentos y medicinas para los civiles, pero el artículo 55 establece que el deber principal de garantizar suministros adecuados recae en la potencia que tiene el control efectivo del territorio, en este caso, Hamás, como autoridad de gobierno de facto. Israel defiende con razón que, desde su retirada en 2005, no es la potencia ocupante dentro de Gaza: controla, por su propia seguridad, ciertas fronteras que fueron vulneradas durante la masacre del 7 de octubre; sin embargo, durante la guerra, Israel no ha establecido un gobierno ni ha asumido el control de la distribución interna de la ayuda.
Egipto también comparte esta responsabilidad, ya que el paso fronterizo de Rafah es un canal de ayuda humanitaria reconocido internacionalmente. Es crucial señalar que Hamás desvía y grava la ayuda y también impide la evacuación hacia zonas más seguras y, junto con Egipto y otros países “propalestinos”, evita la emigración voluntaria de los gazatíes al extranjero. Así, mantienen a los civiles deliberadamente en zonas de peligro y empeoran la escasez. Ignorar esta responsabilidad compartida y culpar solo a Israel es engañoso y también borra el papel de quienes convierten intencionadamente el hambre en un arma.
En resumen: la obligación de Israel es permitir el paso de la ayuda humanitaria, sujeta a controles de seguridad legítimos. El derecho internacional es claro. El artículo 54 del Protocolo Adicional I a los Convenios de Ginebra prohíbe “la inanición de civiles como método de guerra”. Precisamente por ello, Israel insiste en facilitar los convoyes de ayuda, incluso a un riesgo considerable para la vida de sus propios soldados. El mismo artículo también señala que la inanición de civiles causada por “circunstancias que escapan al control” de una de las partes, como el robo o el sabotaje por parte del adversario, no puede ser simplemente atribuida al otro beligerante. No se le exige que garantice que Hamás no robará, acaparará o manipulará los productos alimenticios. Pretender lo contrario es reescribir el derecho internacional al servicio de una narrativa política.
Algunas preguntas incómodas
Hay algunas preguntas incómodas que merecen más atención de la que suelen recibir: Si hoy entra más comida en Gaza que en tiempos de paz, ¿cómo es posible que haya hambruna a menos que Hamás la retenga? ¿Por qué los pronósticos de hambruna de la ONU fallan sistemáticamente, mientras que la mortalidad real se mantiene en línea con la de los países vecinos en tiempos de paz? ¿Es creíble que Hamás obtenga beneficios, según la propia admisión de sus líderes, al quedarse con el 15% al 25% de la ayuda alimentaria y aun así culpe a Israel por la escasez resultante?
Mientras no se respondan estas preguntas con honestidad, la narrativa de la hambruna seguirá siendo, en el mejor de los casos, una verdad a medias.
Ficha informativa: Cifras que no cuadran
- Cargas de camiones: Durante el período de guerra, se entregaron más de 100,000 camiones con más de 1.5 millones de toneladas de alimentos.
- Requisitos calóricos: Un gazatí promedio necesita alrededor de 2,100 calorías diarias. Las entregas de alimentos equivalen a aproximadamente 2,490 calorías diarias por persona, una cifra que cumple o supera el estándar internacional, sin contar con la producción agrícola local.
- Subidas de precios: El precio del trigo subió un 200%, a pesar de que los suministros aumentaron. ¿Cuál es la diferencia? Los impuestos de Hamás, el contrabando y el acceso selectivo.
- Mortalidad: Las muertes por desnutrición en Gaza son comparables a la tasa anual de Egipto y se encuentran muy por debajo de los umbrales de “hambruna”.
El hambre de los gazatíes es real. Pero su causa no es la simple aritmética de Israel bloqueando calorías. Es la política despiadada de Hamás, que explota el sufrimiento para mantener su poder. El hambre se convierte en una moneda de cambio, en una oportunidad para la foto y, trágicamente, en un arma contra su propio pueblo. La ironía es evidente: si Hamás capitulara, liberara a los rehenes israelíes a los que intencionadamente somete a la hambruna y pusiera fin a su acaparamiento y a su control parasitario de la ayuda alimentaria, la mayor parte del hambre en Gaza podría aliviarse casi de la noche a la mañana. Esta verdad no se ajusta perfectamente a una hoja de cálculo, pero es la única verdad que importa.
Por último, cabe recordar que las acusaciones formuladas bajo la apariencia de una “ética universalista” a menudo sirven a la oposición política, tanto a nivel mundial como dentro del propio Israel. Al presentar al gobierno como un perpetrador de genocidio o de hambre deliberada, los críticos esperan derrocarlo en la escena internacional. Esta intención, al igual que la propaganda de Hamás, debe ser considerada al evaluar la credibilidad de publicaciones que se presentan como un “cálculo” neutral proveniente de tales fuentes.
Independientemente de la opinión que se tenga sobre el gobierno, este tipo de acusaciones tan generalizadas causan un daño real al propio Israel, socavando su capacidad de combatir mientras se adhiere a los más altos estándares morales, a menudo a un terrible costo para la vida de sus propios soldados.