Desde Atenas hasta Nueva Delhi y Bangkok, diversos países están obteniendo beneficios del esfuerzo constante de Israel por defenderse. Y en Washington, la asociación de defensa entre Estados Unidos e Israel, a menudo incomprendida, está demostrando ser una de las inversiones más acertadas para Estados Unidos.
La geografía de Israel siempre ha sido implacable. Desde su fundación en 1948, el país ha vivido bajo la sombra de amenazas existenciales. Rodeado de vecinos hostiles, enfrentando fuego de cohetes, terrorismo y la posibilidad de guerras regionales, Israel no tuvo alternativa más que innovar en defensa. Su instinto de supervivencia se convirtió en una misión nacional, y de esa necesidad surgieron tecnologías que hoy están transformando la seguridad global.
Sistemas como la Cúpula de Hierro, Honda de David y el programa de defensa antimisiles Arrow no eran lujos, sino líneas de vida. La industria de defensa israelí se convirtió en un laboratorio donde la urgencia impulsaba la innovación, y con el tiempo esas innovaciones demostraron ser tan eficaces que aliados de todo el mundo empezaron a adoptarlas.
Grecia, por ejemplo, se prepara para una guerra de drones en cooperación con Israel. Atenas integra sistemas israelíes como Barak MX y SkyCeptor en sus defensas, construyendo un escudo multinivel frente a amenazas aéreas. En India, las lecciones de la Operación Sindoor han motivado la adquisición de más drones Heron Mk II, reconociendo su capacidad superior de vigilancia y defensa fronteriza. Y en Tailandia, la compra del sistema de defensa antiaérea Barak MX representa un paso importante para reforzar su seguridad nacional.
Lo que comenzó como un instinto de supervivencia en Israel se ha convertido en un activo de seguridad global, que protege a naciones lejos de Oriente Medio mediante tecnologías desarrolladas en Tel Aviv, Haifa y Jerusalén.
Con demasiada frecuencia, los críticos describen la ayuda militar estadounidense a Israel como una simple transferencia unilateral de dinero. La realidad es mucho más matizada y mucho más beneficiosa para Estados Unidos.
La mayor parte de la ayuda debe gastarse en Estados Unidos, lo que respalda a contratistas de defensa, trabajadores y procesos de innovación estadounidenses. Cuando Israel recibe asistencia militar estadounidense, no se limita a recibir fondos; adquiere aviones, municiones y sistemas fabricados en Estados Unidos. Este requisito garantiza que los dólares de ayuda regresen a la economía estadounidense, sosteniendo empleos y reforzando la base industrial de defensa.
Igualmente importante es que las mejoras israelíes a sistemas fabricados en Estados Unidos se comparten con las fuerzas armadas estadounidenses, elevando sus capacidades. Ya sea aviónica para cazas, tecnología de drones o mejoras en defensa antimisiles, las innovaciones que Israel desarrolla por necesidad suelen incorporarse a los arsenales estadounidenses.
La Cúpula de Hierro es un ejemplo fundamental. Codiseñada con financiación estadounidense, ha salvado innumerables vidas israelíes al interceptar cohetes, pero también ha proporcionado al Ejército de Estados Unidos un sistema probado, ahora desplegado para proteger a sus fuerzas en el extranjero. De manera similar, el programa Arrow, desarrollado conjuntamente por Israel y Estados Unidos, ha mejorado las capacidades estadounidenses en defensa contra misiles balísticos.
No se trata de caridad, sino de una inversión estratégica que fortalece a ambas fuerzas armadas y a ambas economías. La relación de defensa entre Estados Unidos e Israel es una vía de doble sentido, cuyos beneficios se reflejan en sistemas militares estadounidenses más sólidos y en ventajas industriales.
La historia de esta asociación se remonta décadas atrás.
En la década de 1980, el programa israelí del caza Lavi amplió los límites del diseño. Aunque fue cancelado bajo presión estadounidense, influyó en el desarrollo de aeronaves estadounidenses y demostró la capacidad israelí de innovar al más alto nivel. En la década de 2010, el empleo operativo israelí del F-35 Adir condujo a modificaciones como tanques de combustible conformados, ahora analizados por la Fuerza Aérea de Estados Unidos para ampliar el alcance de su propia flota.
En el ámbito terrestre, la reconfiguración israelí de transportes blindados de personal, incluyendo mejoras al estadounidense M113, mostró cómo lecciones sobre la ubicación de tanques de combustible y la supervivencia en combate podían aplicarse para proteger a soldados estadounidenses.
Estos episodios revelan una realidad a menudo ignorada: la capacidad innovadora de Israel, impulsada por la supervivencia, ha fortalecido repetidamente a Estados Unidos.
Las exportaciones de defensa de Israel no se limitan al comercio. Implican compartir lecciones adquiridas en combate. Cada sistema que Israel vende incorpora décadas de experiencia real bajo fuego. Esa credibilidad explica por qué tantos países confían en la tecnología israelí para proteger a sus ciudadanos. La lucha de Israel por sobrevivir se ha convertido en un beneficio para el mundo. Sus innovaciones de defensa, nacidas de la necesidad, hoy protegen cielos desde Atenas hasta Bangkok. Y su asociación mal comprendida con Estados Unidos no es una carga, sino una alianza que refuerza a ambas naciones.
En síntesis, el instinto de supervivencia de Israel se ha convertido en el escudo del mundo.
