Fenómeno: Activistas de izquierda y exaltos funcionarios israelíes acuden a plataformas y se dirigen a audiencias propalestinas. El exprimer ministro Ehud Olmert también ha tenido esta experiencia. La excusa: “Mostrar al otro lado que hay israelíes ‘buenos’ que se oponen al gobierno y desean vivir en paz con los palestinos”.
Como alguien que lleva muchos años siguiendo el activismo propalestino en Occidente y que ha dedicado mucho tiempo a dialogar con activistas palestinos que residen en países occidentales, me resulta difícil describir cuán ingenuo, por no decir descabellado, es el razonamiento detrás de esta idea. Una de las conclusiones a las que he llegado es que las organizaciones propalestinas en Occidente, las que organizan las manifestaciones en las ciudades occidentales, son extremadamente radicales. apoyan a Hamás y las atrocidades del 7 de octubre y lucharán hasta la última gota de sangre de cualquier palestino en Gaza, solo para poder acusar a Israel de perpetrar un “genocidio”. Todo esto mientras viven cómodamente, lejos de las consecuencias devastadoras de los ataques que ellos mismos instigan. No me refiero a los ciudadanos inocentes que expresan solidaridad en las manifestaciones, sino a los activistas que las organizan.
Por ejemplo, Gadi Baskin, un activista por la paz israelí que participó en las negociaciones para la liberación de Gilad Shalit, habló ante cientos de estos activistas en un intento por presentar al israelí “bueno”. Afirmó que las acciones de Israel cumplen con la definición de “genocidio” tal como se establece en el derecho de guerra y, según su perspectiva, Netanyahu no pone fin a la guerra debido a presiones políticas. Según Baskin, el “genocidio” es un resultado directo del brutal ataque que llevó a cabo Hamás el 7 de octubre, y que Hamás está matando de hambre a los rehenes deliberadamente. Finalmente, Baskin dijo que la violencia (los atentados) no es la solución, y que los palestinos deben superar la Nakba y abandonar los intentos de anular la existencia de Israel a través del “derecho de retorno”, para así poder alcanzar un acuerdo permanente que incluya dos Estados.
No obstante, las reacciones a sus palabras revelaron el abismo entre sus intenciones y las posturas extremistas de los activistas. Las siguientes citas fueron pronunciadas por estadounidenses de origen palestino residentes en Estados Unidos. La moderadora del evento afirmó: “Trajimos a una ‘oposición controlada’ solo para que vieran que incluso los israelíes que formaron parte del establishment piensan que Israel está cometiendo un genocidio”. Otro orador sentenció: “Al final, él es un sionista. La violencia es el único idioma que Israel entiende”. Otra oradora dijo: “Él es la prueba de que no hay una izquierda genuina en Israel”, e incluso justificó la privación de alimento a los rehenes: “¿Acaso esperan que los rehenes reciban comida cuando Gaza se está muriendo de hambre? Eso nunca sucedería”. Otro orador añadió: “Incluso después de que liberemos toda Palestina, seguiremos persiguiendo a los sionistas, es una sociedad inmoral”, y concluyó: “Es otro trozo de mierda que intenta limpiar la sangre de sus manos”.
Casi dos años después del 7 de octubre, el caso de Baskin ilustra la ilusión en la que viven ciertos círculos de la sociedad israelí. Presentar a un “israelí bueno” ante estas audiencias no fomenta un diálogo real, sino que confirma su odio, su rechazo a la existencia de Israel y su apoyo a la violencia como medio para destruirla.
Los exaltos funcionarios israelíes harían bien en pensárselo dos veces antes de aceptar invitaciones de este tipo. Sería preferible que dirijan sus esfuerzos hacia el interior, a fortalecer la sociedad y la resiliencia nacional. Ya tenemos suficientes enemigos en el exterior.