El mejor ejemplo de las perturbaciones de este mundo multipolar lo tenemos en Siria.
De acuerdo con las tesis de Ian Bremmer, después del mundo de bloques de la Guerra Fría, y en pleno declive de Occidente, nos encontramos en el mundo G-Zero, donde no hay potencias que marquen la agenda global y los vacíos de poder los llenan los países que tienen la voluntad y los medios para ello.
El mejor ejemplo de las perturbaciones de este mundo multipolar lo tenemos en Siria.
Los ataques de la coalición formada por EE UU, Francia y Gran Bretaña contra objetivos militares del régimen de Bashar al Asad han despertado el fantasma de una guerra a gran escala entre potencias nucleares. La geopolítica tiene hoy en Siria su principal tablero de juego, ciertamente; los grandes poderes mundiales están implicados y los contrapesos se encuentran al límite.
En los años más duros de la guerra, cuando Estado Islámico controlaba buena parte del territorio de Siria e Iraq, la maraña de fuerzas en liza provocaba fuertes dolores de cabeza al analista: iraníes y rusos luchaban contra los rebeldes con la excusa de combatir al Estado Islámico, el Frente al Nusra y Al Qaeda; éstos luchaban entre sí y contra todos los demás; países suníes como Arabia Saudí y Jordania se alineaban con las potencias occidentales contra los grupos jihadistas suníes; Israel bombardeaba regularmente envíos de armas sirias dirigidos a los chiíes de Hezbolá; los kurdos peleaban contra los islamistas… y así un sinfín de combinaciones abrumadoras que, cuando menos, nos hacían entender que Oriente Medio es un lugar muy complejo, un escenario altamente inestable en el que los actores suelen estar dominados por la pulsión de acabar con el que se ponga por delante.
Los acuerdos de Sykes Picot y Sevres han sido harto responsables de lo que vemos actualmente, como ya comentamos. Sin embargo, no debemos caer en la ingenuidad de culpar a la Historiade todo lo que ocurre hoy ni justificar así las posiciones adoptadas por los distintos actores en los conflictos de esta hora.
Gracias a la ayuda rusa e iraní, Asad ha sobrevivido al levantamiento de 2011 y está a punto de recuperar el control sobre toda Siria. Después de qSue Obama se arrugara y no atendiera a sus propios compromisos –recuérdese su famosa “línea roja”–, el régimen baazista ha llevado a cabomás de 70 ataques con armas químicas sobre su propia población.
La producción, el almacenaje y el uso de ese armamento fueron prohibidos ya en el Protocolo de Ginebra de 1925; prohibición que se vio reforzada en 1993 por la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas. Asad accedió a unirse a la Convención en septiembre de 2013, para no ser castigado militarmente; aún así, ha seguido utilizando este mortífero arsenal para recuperar y consolidar su poder.
Podría haber sido mucho peor. Israel, que sabe cuidar de su propia hacienda, ha impedido los transportes de armas químicas que los sirios pretendían hacer llegar a Hezbolá, el grupo terrorista proiraní que amenaza con una tercera guerra en el Líbano y que es hoy una de las principales fuerzas militares que apoyan a Asad. Los cálculos más prudentes hablan de más de cien ataques israelíes, con el conocimiento de Vladímir Putin. El pasado miércoles, dos días antes del ataque de la coalición contra Asad, Putin pidió a Benjamín Netanyahu que se abstuviera de llevar a cabo acciones en Siria. El premier israelí está firmemente determinado a no dejar que los iraníes establezcan fortalezas permanentes en Siria. Ciertamente, Putin respeta el poder militar de Israel e incluso, según apuntan fuentes israelíes a The Economist, preferiría estar coordinado con Jerusalén, pero para salvaguardar sus intereses en Siria necesita más a Irán.
En el pasado, Israel aseguró a Rusia que no dañaría al régimen de Asad mientras sus intereses estratégicos no estuvieran en riesgo, pero parece que eso está cambiando, desde que el pasado mes de febrero un dron iraní violara espacio aéreo israelí y se produjera el primer enfrentamiento directo entre Israel e Irán.
Con los grupos jihadistas en retirada, y después de las operaciones quirúrgicas de los aliados, el juego sirio incrementa su peligrosidad. Un conflicto regional entre suníes (Arabia Saudí a la cabeza, con el apoyo de Israel y de los aliados occidentales) y chiíes (Irán y Hezbolá, con apoyo ruso y chino) podría tener Siria como punto de partida. De resultas de un conflicto de tal envergadura, dos crisis simultáneas azotarían a Occidente: una de tipo humanitario (nuevas oleadas de refugiados) y otra energética.
“Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”, dice una maldición china. Los actuales lo son en grado sumo.