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Portada » Opinión » El negacionismo selectivo de la relatora de la ONU frente al 7 de octubre

El negacionismo selectivo de la relatora de la ONU frente al 7 de octubre

17 de julio de 2025
Los “expertos” de la ONU critican apoyo occidental a Israel para “el genocidio” en Gaza

La relatora especial de las Naciones Unidas (ONU) sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos, Francesca Albanese, habla en una conferencia de prensa durante una sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, el 27 de marzo de 2024. (Fabrice COFFRINI / AFP)

La relatora especial de las Naciones Unidas, Francesca Albanese, no es académica. No es experta. Ni siquiera es una mediadora honesta. Lo que sí es —y siempre ha sido— es una negacionista progresista con una tribuna pública.

Sus informes sobre Oriente Medio se componen íntegramente de los argumentos de sus ONG favoritas, muchas de las cuales están abiertamente alineadas con Hamás. ¿Sus fuentes? El Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás. La agencia de noticias WAFA de la Autoridad Palestina. Una red cerrada de organizaciones de “derechos humanos” con una trayectoria prolongada de sesgo antiisraelí.

No cita hechos históricos porque los desconoce. No informa sobre datos verificables porque interfieren con su relato. Y en lo que respecta a los judíos, su visión del mundo resulta inquietantemente familiar: dinero, poder, influencia, lobbies, racismo. Eso es lo único que percibe. Eso es lo único que comunica.

La retórica de Albanese no es novedosa. Lo que sí resulta novedoso es el número creciente de programas de entrevistas y medios de comunicación —tanto en Italia como en el extranjero— que ahora replican su visión sin cuestionamientos. Y cuando sus aliados ideológicos cometen atrocidades inimaginables, no los condena. Duda. Retrasa. Guarda silencio. Porque, si los reconociera, ya no podría verse a sí misma como una persona “decente”.

Ese es el mecanismo. La columnista de JNS, Melanie Phillips, ha escrito extensamente sobre este fenómeno: el “progresista decente” que ama a la humanidad, pero no soporta la idea de la autodefensa judía. Para esa persona, el 7 de octubre de 2023 no existe. No aparece en los informes de Albanese. No figura en sus declaraciones. No tiene lugar en su cálculo moral.

Durante décadas, el sector que Albanese representa ha rechazado toda solución negociada seria, desde 1948. Es probable que lo ignore. Grita “Del río al mar” sin entender —o sin importar— las implicancias genocidas. Cuestiona el derecho de Israel a existir, mientras se envuelve en un lenguaje jurídico internacional completamente falso.

Su concepto de legalidad carece de legitimidad, pero lo presenta con habilidad. Y encuentra aplausos constantes, alimentados por petrodólares y culpa progresista. Su argumento se reduce a esto: “yo soy anticolonial, tú eres . Yo tengo superioridad moral, tú no”. Incluso si su supuesto “ocupante colonial” es el único pueblo indígena que aún habita su tierra ancestral.

Nada de eso importa a la activista disfrazada de experta. Albanese ha aprovechado una ola cultural —el movimiento woke— que se ha transformado en una campaña global de incitación legitimada contra Israel.

Naturalmente, sus simpatizantes consideran que merece el Premio Nobel de la Paz. Encaja con la tendencia: cuando el comunismo asesinaba a millones, Dario Fo recibió ese mismo galardón. Entonces, ¿por qué no Albanese?

Está en todas partes: es la enviada designada por la ONU, la figura central en la conferencia de Bogotá junto a 30 países, entre ellos China, Catar, Sudáfrica y España. En Italia, se ha convertido súbitamente en un símbolo. El alcalde de Bari quiere entregarle las llaves de la ciudad. Un concejal de Florencia ha propuesto concederle la ciudadanía honoraria. Y la dirigencia de la izquierda italiana defiende su “derecho a expresarse”.

Pero hay que dejarlo claro: defenderla no se trata de libertad de expresión. Se trata de otorgarle un espacio sin someterla a escrutinio. Se trata de acallar la disidencia, no de proteger el debate.

Esta es una persona que ha asistido a actos vinculados a Hamás, ha hecho declaraciones antisemitas, ha sido implicada en actos de deshonestidad académica y ha generado serias alertas éticas. Sin embargo, la ONU la ha respaldado de todos modos.

¿Por qué? Porque Albanese no es el problema. Es el síntoma. Detrás de ella se manifiesta una mutación cultural más profunda: la transformación de la “persona buena” en un ideólogo que idolatra al oprimido, romantiza al Tercer Mundo y demoniza a Israel como símbolo del pecado de Occidente.

En esta visión del mundo, el pueblo judío no cuenta como indígena, a pesar de ser el único pueblo antiguo que nunca se ha separado por completo de su tierra. ¿Los sobrevivientes del Holocausto que fundaron granjas en el Néguev? ¿Los judíos provenientes de países árabes que huyeron de la persecución y revitalizaron el desierto? Irrelevantes.

La moralidad “progresista” de Albanese no puede concebir la autodefensa judía; solo admite la victimización judía. Por eso, cuando Israel se retira de Gaza, cede territorio, evacua asentamientos y firma acuerdos de paz —diez veces, por cierto—, ella ni siquiera lo registra. Porque no ha llegado para saber. Ha llegado para repetir: “Estamos del lado correcto de la historia”.

Entonces, ¿qué se dice a sí mismo el “progresista decente” cuando, el 7 de octubre, terroristas palestinos quemaron vivos a bebés y violaron a mujeres?

No dice nada. Porque en el mundo de Albanese, eso nunca ocurrió.

Greta Thunberg se negó a ver la grabación de la masacre en Nova. En San Francisco, derriban estatuas de Colón, vandalizan las de Churchill y Lincoln, y lo llaman justicia. Borran el pasado e ignoran el presente.

Mientras tanto, Israel continúa bajo asedio por cohetes, atentados suicidas y ataques terroristas que han causado decenas de miles de muertos en 75 años.

Pero esta vez, después del 7 de octubre, Israel lo tiene claro: sus enemigos no buscan la paz. Buscan su destrucción. Y no se rendirá.

Esa realidad rompe con el guion progresista. Destruye la fantasía de una paz limpia, alegre y virtuosa, una paz que —si somos honestos— solo sería posible si el Estado judío dejara de existir.

Qué pena, señora. Israel no se prestará a ese juego.

Las opiniones y los hechos expresados en este artículo corresponden exclusivamente a su autor, y ni JNS ni sus socios asumen responsabilidad alguna por ellos.

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