El presidente Donald Trump visitó recientemente las Naciones Unidas para pronunciar su discurso presidencial anual. Antes de su llegada circularon informes que indicaban que el personal de la ONU había bromeado con desconectar la escalera mecánica para reprender a Trump por sus recortes en la ayuda destinada a determinados programas de la organización.
Al llegar, Trump se encontró con una serie de coincidencias inexplicables. En el momento en que él y la primera dama Melania subieron a la escalera mecánica, esta se detuvo de golpe y los obligó a continuar a pie. Las demás escaleras mecánicas funcionaban sin problemas.
Poco después, la avería desapareció sin explicación. Cuando Trump se acercó al podio, su teleprompter dejó de funcionar de manera inexplicable, y solo el suyo. Mientras leía su discurso a partir de un guion escrito, el volumen en varias secciones de la asamblea descendió hasta niveles casi inaudibles, también sin explicación.
A pesar de las negativas de la ONU, los tres incidentes resultaban demasiado cercanos a Trump para considerarlos casualidades. Estos episodios muestran que la hostilidad hacia el presidente se ha extendido a nivel global, incluso después de dos intentos de asesinato que estuvieron a punto de concretarse.
La Cámara de Representantes aprobó recientemente una resolución en honor a la vida y el legado del organizador conservador Charlie Kirk, asesinado por un hombre armado de ideología izquierdista. La izquierda lo temía y lo detestaba. Había logrado canalizar el instinto rebelde de los jóvenes contra el statu quo y el establishment liberal que ejercía el poder.
Kirk atrajo a una nueva generación de jóvenes estadounidenses para que adoptaran posturas contraculturales y contrarrevolucionarias. Los instaba a cuestionar la ortodoxia izquierdista predominante en la educación superior, los medios corporativos y la cultura popular, instituciones que los baby boomers habían consolidado como el establishment vigente.
Ese éxito podría explicar por qué la izquierda lo atacó con la misma intensidad después de su muerte que durante su vida. El voto de la Cámara siguió a una resolución bipartidista unánime que había honrado previamente a una legisladora estatal demócrata de Minnesota y a su esposo, asesinados por un hombre armado antiabortista.
A diferencia de esa conmemoración anterior, aprobada por unanimidad tanto por demócratas como por republicanos, la resolución sobre Kirk recibió la oposición de más de 118 miembros demócratas de la Cámara. Las representantes Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar y Jasmine Crockett se manifestaron con fuerza para denigrar la resolución.
Fueron más allá de un simple voto en contra y atacaron la memoria de Kirk, al que calificaron de racista empedernido y persona tóxica, indigna de cualquier homenaje. Ninguna de sus críticas incluía referencias exactas a lo que Kirk había dicho o escrito.
Crockett afirmó que solo dos personas blancas se habían opuesto a la resolución. Esa afirmación era falsa, ya que la mayoría de los demócratas se manifestó en contra. Cincuenta y ocho votaron en contra, treinta y ocho se abstuvieron y veintidós no votaron.
Así, en contra de las declaraciones de Crockett, la mayoría de los miembros demócratas que se opusieron incluía a muchas más personas que “dos caucásicos”. Incluso suponiendo que Crockett dijera la verdad, en su interpretación racializada de los hechos, ¿habría sido más racista que solo dos blancos se opusieran a la resolución o que la mayoría de los caucus hispano y negro la condenara de manera masiva?
Esta tendencia coincide con la reciente atención que han dado al asesino Luigi Mangione. Los medios de izquierda también ocultaron las noticias sobre el asesinato de la inmigrante Irenya Zarutska a manos del reincidente DeCarlos Brown, que contaba con catorce condenas previas.
Los ataques violentos contra centros de Inmigración y Control de Aduanas y contra sus agentes se han vuelto frecuentes y reciben más elogios que condenas por parte de la izquierda. El gobernador de California, Gavin Newsom, representa esta furia y esta frustración. Su estado atraviesa una crisis.
Déficits elevados, mandatos sin financiación y el alto coste de vivienda, gasolina e impuestos sobre la renta impulsan a cientos de miles de residentes a abandonar California cada año. La electricidad y el gas figuran entre los más caros de Estados Unidos. La tasa de pobreza supera el 20 por ciento de la población.
Un tercio de los beneficiarios de ayudas sociales del país reside en California y casi la mitad de las personas sin hogar también. Newsom ignora estos desafíos y compite por superar a sus rivales de izquierda aspirantes a la presidencia.
Poco después del asesinato de Kirk, Newsom publicó en Twitter una amenaza implícita contra la directora de Seguridad Nacional, Kristi Noem, en la que advertía que “va a tener un mal día hoy. De nada, América”. Antes había amenazado al presidente con violencia: “Vamos a contraatacar y vamos a golpear a este matón en la boca”.
Newsom ya había extendido previamente esa advertencia a la mitad del país que apoya a Trump: “Voy a golpear a estos hijos de puta en la boca”. El único interrogante sobre esta nueva izquierda consiste en saber si su vulgaridad, su violencia y su crudeza se transmiten desde arriba, desde la élite demócrata, o si surgen desde abajo, de grupos como Antifa, Black Lives Matter y los alborotadores que atacan centros de Inmigración y Control de Aduanas y concesionarios de Tesla y que interrumpen los servicios fúnebres de Kirk.