Irán es un enemigo formidable. Un país enorme de más de 80 millones de habitantes, dotado de una riqueza energética, siempre ha sido una potencia regional. Con un pasado imperial y un celo revolucionario (desde la revolución iraní de 1979), Irán alimenta sus ambiciones de gobernar sobre el Medio Oriente y más allá. Además, teológicamente no existe lugar dentro del pensamiento iraní para un estado judío. Irán cree que Israel o dará señales de marchitarse tras presionar militarmente sobre su población o será aniquilado cuando sea militarmente débil y vulnerable.
A medida que Irán desafía el status quo en el Medio Oriente, un choque entre Teherán y Jerusalén se observa como inevitable. La historia internacional nos enseña que cuando un poder en ascenso desafió el equilibrio de poder, en la mayoría de los casos se engendro una guerra. Esparta desafió a un sistema de ciudades griegas lideradas por los atenienses, que terminó en las guerras del Peloponeso. La búsqueda a una unificación de los principados alemanes por parte de Prusia bajo su control terminó en varias guerras europeas. De manera similar, Israel no puede tolerar un Medio Oriente dominado por Irán y su ideología radical.
Desafortunadamente, gran parte del mundo árabe se encuentra en medio de una profunda crisis sociopolítica, particularmente desde comienzos de la mal denominada “Primavera Árabe”, creando discordia junto a un vacío político, que la sofisticada élite revolucionaria de Irán ha logrado capitalizar. Estas dinámicas explican el surgimiento de Hezbolá en el Líbano y la toma de poder de la secta chiita Houthi en Yemen.
La empresa revolucionaria también se vio facilitada por las políticas de los gobiernos de Bush, Obama y Trump en el Medio Oriente. La intervención militar estadounidense destruyó a Irak, un fuerte rival de Irán, que socavó aún más el equilibrio de poder regional.
Con posterioridad, la muestra de debilidad de Obama fue reemplazada por el cuestionable compromiso de Trump con la seguridad de la región.
Los estados árabes sunitas se han sentido aterrorizados por los avances en el programa nuclear iraní y por el éxito de sus representantes agentes estados. A ellos se les ve débil. Arabia Saudita no pudo contener la influencia iraní en Siria e Irak. Cercano a casa, no fue nada exitoso cambiar la orientación pro-iraní de la pequeña Qatar.
Egipto, una importante potencia sunita, sobrevivió al tumulto doméstico, pero se concentra en literalmente alimentar a su población, combatiendo contra una insurgencia islámica en el país dejando muy poca energía para detener el desafío iraní.
Turquía, un estado sunita poderoso, aunque no árabe, ha preferido actuar sobre sus impulsos islámicos y su interés común con Irán sobre el tema kurdo, perdiendo su potencial de equilibrar a Irán. El resultado fue una alianza informal entre los estados sunitas de Arabia Saudita y del Golfo con Israel. En ausencia de un paraguas de seguridad estadounidense creíble, los sunitas entienden que solo Israel puede oponerse al impulso hegemónico de Irán.
Irán llegó a una conclusión similar: Israel es la principal barrera para lograr hegemonía. Israel es un anatema religioso y estratégico.
Inicialmente, Irán ha emprendido la guerra contra Israel principalmente a través de sus representantes agentes estados. Este prevé acciones militares que agoten a la población civil. En la década de 1980, Irán entrenó y lleno de armas a Hezbolá, una milicia chiita en el Líbano, dirigiendo sus esfuerzos militares en expulsar a Israel del sur del Líbano. Además, Irán ha suministrado más de 120.000 misiles de varios calibres y rangos a Hezbolá, que cubren la mayor parte del espacio aéreo de Israel. El objetivo declarado todavía es “liberar a Jerusalén del gobierno sionista”. Mientras tanto, Hezbolá ha asumido el control del Líbano, convirtiendo al país en una satrapía iraní.
Similarmente, luego de que Hamás tomara el control de Gaza en el 2005, este se convirtió en recipiente de una gran ayuda militar por parte de Irán, con la intención de mejorar su capacidad de desangrar a Israel. Ya que el Hamás sunita no apoyó la línea iraní en Siria, Teherán canalizó su ayuda financiera y militar hacia el Jihad Islámico Palestino en Gaza, el cual se encuentra supeditado a los deseos iraníes. Al tener un punto de apoyo en Gaza, Irán estableció un frente adicional en contra de Israel al sur.
El actual esfuerzo iraní en Siria apunta a establecer un tercer frente al noreste, a lo largo de la frontera de Israel sobre las Alturas del Golán. Adicionalmente, este desea adquirir un corredor en tierra para el Levant (Líbano y Siria) a través de Irak, donde Irán ha logrado establecer una presencia e influencia militar, para facilitar así la transferencia de armas más avanzadas hacia Hezbolá y poder acceder hacia el Mar Mediterráneo.
También podemos detectar los esfuerzos por parte de los iraníes para desestabilizar al reino jordano, situado a lo largo de la frontera oriental de Israel. Esto también es parte del intento de Irán de rodear a Israel con sus agentes estados iraníes. Las milicias chiitas y/o el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica en Irak y Siria obviamente amenazan a la dinastía Hachemita. La caída de Jordania también pondría en peligro a Arabia Saudita, el archirrival y enemigo de Irán en el Golfo.
Neutralizar el poderío militar de Israel, rodeándolo con sus agentes estados quienes tienen a su disposición miles de misiles dirigidos hacia las instalaciones estratégicas y centros de población en Israel, es un objetivo de los iraníes en su búsqueda de hegemonía en el Medio Oriente.
En ausencia de una clara determinación estadounidense o turca de confrontar la invasión iraní, solo Israel tiene el poder de ponerle un alto a ello. Por lo tanto, Israel no tiene más remedio que emprender una guerra contra el atrincheramiento iraní en Siria.
Es pura ilusión de que las ambiciones nucleares de Irán puedan ser frenadas a través de acuerdos internacionales. La bomba es lo que asegura la supervivencia del régimen y lograr hegemonía en la región. Es inconcebible para los mullah abandonar esta idea. Mientras la comunidad internacional, incluyendo a los Estados Unidos no tenga apetito de una confrontación militar con Irán, es a Israel a quien se le deja el evitar que Irán convierta sus capacidades en nucleares. La única manera de hacerlo es a través de la fuerza bruta, agregando una nueva dimensión a la guerra llevada a cabo en contra de Irán. Este es un imperativo inevitable para Jerusalén.
Efraím Inbar es presidente del Instituto de Estudios Estratégicos de Jerusalén y miembro del Foro del Medio Oriente