Esta semana se produjo en una ciudad de la periferia de París un robo y secuestro. El suceso no hubiera trascendido más allá si no fuera porque los atacantes profirieron unos gritos (“¡Sois judíos! ¡Tenéis dinero!”). Evidentemente, a los delitos de sustracción violenta habrá que añadir el agravante de antisemitismo. Tras conocerse el incidente, todas las instituciones del país se pronunciaron contra los delitos de odio a los judíos. Bien. Sin embargo, tan solo hace unos meses y en la misma zona, un joven mató a trompazos a su vecina de 67 años, a la que en el inmueble todos llamaban “la judía”, mientras profería en árabe gritos de invocación divina y la calificaba de Satán. Está detenido pero, pese a las evidencias y las denuncias de las comunidades judías, el juez no tiene claro que se trate de antisemitismo.
Cada vez está más extendida en Europa (y antes, durante la administración Obama, en EE.UU.) la consigna de que ningún crimen (aunque sea terrorismo a gran escala) cometido “en nombre de Alá”, reivindicando el Islam o por grupos calificados de fundamentalistas musulmanes se relacione con dicha religión, para evitar cualquier reacción islamofóbica. Recordemos, no obstante, que el lexema “fobia” tiene dos significados: odio y miedo, en general el primero consecuencia del segundo: si uno teme a las arañas puede acabar odiándolas. Pero no siempre es así: uno puede ser claustrofóbico y sentir pánico a los espacios cerrados pero no haber desarrollado “odio” hacia ellos.
Lo singular de la islamofobia actual en muchos países desarrollados es que más que traducirse en ataques a musulmanes, lo que hay (al menos institucionalmente) es un miedo evidente a su reacción colectiva. Es decir, en términos de violencia, el problema no son los posibles ataques a miembros de dicha comunidad sino que estos se sientan “ofendidos” por las evidencias y ataquen a los demás. Siguiendo con los ejemplos franceses citados, el primer caso ha sido denunciado institucionalmente sin problemas ya que no hay indicios de que provenga del antisemitismo musulmán, sino de simples y llanos racistas cristianos.
Veamos ahora nuestro país: a pesar de sufrir en 2004 el mayor ataque jihadista en Europa, no hubo en represalia ni una sola víctima musulmana. En el siguiente (y muy reciente) ataque terrorista en Cataluña, una joven de esa comunidad marchaba entre el jefe de estado (el rey) y el jefe de gobierno en la cabecera de la manifestación de homenaje, atribuyéndole así simbólicamente el papel representativo (evidente en su vestimenta) de musulmana y principal víctima.
Evidentemente, no estamos hablando de fomentar la islamofobia donde no la hay, pero sí de denunciar la hipocresía de su utilización para todo lo contrario: cuanto más nos atacan, más les tememos y honramos: islam-y-fobia. El mensaje es evidente.
Por: Jorge Rozemblum Fuente: Radiosefarad.com ─ porisrael.org