Es cierto que conmueve ver los videos en los que ciudadanos drusos-sirios aplauden a soldados de las FDI que se dirigen a impedir que el ejército de al-Asad continúe la masacre. Resuenan los ecos de la historia cuando nuestro ejército, el de los judíos perseguidos, acude a rescatar a otra minoría en medio de un pogromo.
Y ahí radica también nuestro problema. Quien solo tiene un martillo, ve clavos en todas partes. Quien vive con el trauma del Holocausto, percibe todo conflicto mundial como una dicotomía absoluta: judíos contra nazis, colaboradores contra Justos entre las Naciones. Los estadounidenses que no bombardearon Auschwitz, y el Ejército Rojo que sí lo liberó.
Al ver imágenes de soldados de al-Asad afeitando el bigote a notables drusos, buscamos una redención moral. Tememos ser quienes cierran los ojos mientras se masacra a una minoría inocente. Pero esa división entre el bien absoluto y el mal absoluto nos impide tomar decisiones estratégicas sensatas en el complejo y entrelazado territorio que se extiende entre la cima del monte Hermón y Damasco.
Los drusos en Siria mantuvieron, durante gran parte del régimen de Asad, relaciones bastante funcionales con el gobierno. Algunos drusos en Líbano apoyan a Hezbolá. Algunos drusos del Golán desearían liberarse del control israelí. Y algunos drusos en Israel son de los comandantes más valientes, leales y patrióticos que han servido en el país. Dado el carácter no nacionalista de la religión drusa, jamás podremos reducirlos a una categoría única, y siempre será necesario analizar cada conflicto en su contexto específico.
Quien solo tiene un martillo, ve clavos en todas partes. Quien vive con el trauma del Holocausto, percibe todo conflicto mundial como una dicotomía absoluta: judíos contra nazis, colaboradores contra Justos entre las Naciones. Los estadounidenses que no bombardearon Auschwitz, y el Ejército Rojo que sí lo liberó. Al ver imágenes de soldados de al-Asad afeitando el bigote a notables drusos, buscamos una redención moral. Tememos ser quienes cierran los ojos mientras se masacra a una minoría inocente. Pero esa división entre el bien absoluto y el mal absoluto nos impide tomar decisiones estratégicas sensatas en el complejo y entrelazado territorio que se extiende entre la cima del monte Hermón y Damasco.
En general, los drusos de Siria lograron convivir sin demasiados sobresaltos con el régimen alauita, que sí fue brutal con los suníes. Los suníes desplazaron a los alauitas del poder; los drusos se niegan a reconocer su autoridad, y los suníes decidieron “imponer” su soberanía por los medios tradicionales del Medio Oriente. Los drusos se resistieron, y cuando lograron expulsar a las fuerzas suníes de la ciudad, se volcaron contra sus colaboradores beduinos. Estos, a su vez, denunciaron una masacre drusa contra su gente. Mientras redacto estas líneas, se ha informado que los beduinos han capturado a varios sudaneses en la zona de As-Suwayda y los han tomado como rehenes. Ante una situación en la que un grupo poblacional en otro país rechaza la legitimidad de su gobierno, ¿deberíamos arriesgar soldados y destinar municiones a un conflicto que no es nuestro? Y, en definitiva, ¿por qué razón tendría que involucrarse el Estado de Israel en el centro de este polvorín?
No se puede reprochar a los ciudadanos drusos de Israel que sientan solidaridad con sus hermanos al otro lado de la frontera. Es algo natural, esperable, e incluso una obligación religiosa según el credo druso. Pero cabe preguntarse si la alianza civil que existe en Israel entre judíos y drusos debe extenderse también a sus parientes que viven fuera del país.
La doctrina de política exterior de Zeev Jabotinsky sostenía que al pueblo se le debe apelar con argumentos morales, y a los líderes con argumentos pragmáticos. El interés moral del público israelí consiste en calmar el trauma del Holocausto y demostrar a sus ciudadanos drusos que la “alianza de sangre” no es solo una fórmula vacía. Estas son metas legítimas, pero no está claro que justifiquen el costo de abrir un frente directo con el régimen sirio.
Para afrontar los acontecimientos en As-Suwayda, debemos abandonar el prisma binario de “nazis o judíos” y abordar la cuestión desde la perspectiva de las guerras en Gaza, Líbano e Irán.
Por primera vez en su historia, Israel es percibido —y no solo por sí mismo— como una potencia regional. Es un actor de peso en Medio Oriente, ha demostrado capacidad frente a la antigua potencia dominante y reina de las guerras subsidiarias, Irán, ha conseguido el respaldo de los bombarderos B-2 estadounidenses, y no duda en responder con destrucción total a quienes la atacan.
Por eso, Israel debe seguir siendo el país más fuerte de la región y también el más confiable. Como Estado que ha logrado, una y otra vez, romper décadas de boicot árabe, no puede darse el lujo de volver a abandonar a sus aliados a su suerte. Prestar asistencia a los drusos mientras al-Asad evalúa seriamente unirse a los Acuerdos de Abraham es un acto audaz, que podría interpretarse como una muestra de pureza moral extrema o incluso irracional, si no fuera por el interés estratégico claro de Israel: demostrar que es una potencia y también un socio leal. Si al-Asad es inteligente, sabrá comprenderlo.