Cuando se habla de la diversidad social de Israel, la atención suele centrarse en su mayoría judía. Sin embargo, uno de los pilares más firmes del mosaico israelí es la comunidad drusa, una pequeña y reservada rama del islam cuya lealtad al Estado se ha convertido en un modelo de ciudadanía compartida.
Aproximadamente 140,000 drusos residen en Israel, principalmente en aldeas del norte del país, en la región de Galilea y en el monte Carmelo. A diferencia de otros ciudadanos árabes, los hombres drusos están sujetos al servicio militar obligatorio en las Fuerzas de Defensa de Israel y, con frecuencia, se ofrecen como voluntarios para funciones de combate. Muchos sirven en unidades de élite, en seguridad fronteriza, y ascienden a los rangos más altos del ejército y la policía. Para gran parte de esta comunidad, proteger a Israel no representa únicamente una obligación cívica, sino una parte esencial de su identidad como ciudadanos israelíes.
Esta relación estrecha tiene un peso moral considerable. Al mismo tiempo, plantea un dilema singular cuando la comunidad drusa en general—distribuida entre Siria y el Líbano—se encuentra bajo amenaza. Durante la última década de guerra civil en Siria, las aldeas drusas, en particular las situadas en la región de Jabal al-Druze (Sweida), han quedado expuestas a ataques de yihadistas, bombardeos del régimen y un entorno de caos creciente.
Esta tensión se manifiesta de forma especialmente clara en los Altos del Golán, donde los drusos israelíes mantienen vínculos familiares y culturales estrechos con los drusos del otro lado de la frontera. Cuando las comunidades drusas en Siria han sufrido masacres o desplazamientos, los drusos de Israel han organizado manifestaciones, han exigido medidas al gobierno en Jerusalén e incluso, en algunos casos, han amenazado con cruzar la frontera para proteger a sus familiares.
La respuesta de Israel ha oscilado entre la preocupación humanitaria y la necesidad estratégica. Ha prestado atención médica, de manera discreta, a drusos heridos que huían de la guerra. Existen informes verosímiles de advertencias directas emitidas por Israel a grupos armados en Siria, con el fin de evitar ataques contra aldeas drusas. En días recientes, Israel ha atacado unidades del ejército sirio que representaban una amenaza para comunidades drusas, y ha alcanzado también cuarteles militares en Damasco. Analistas consideran que estas acciones buscan, al menos en parte, disuadir nuevos ataques y dejar claro que la seguridad de la comunidad drusa constituye una línea roja.
¿Qué ocurre entonces?
Algunos podrían interpretar esta conducta como una desviación del enfoque tradicionalmente cauteloso que Israel ha mantenido frente a la guerra civil siria. No obstante, resulta más adecuado interpretarla como una extensión del principio rector del Estado: la responsabilidad no se limita a la población judía en el mundo, sino que también alcanza a los familiares cercanos de sus propios ciudadanos, sin distinción de religión ni de lugar de residencia.
El pacto entre Israel y sus ciudadanos drusos se basa en un sacrificio mutuo. Miles de ellos han combatido junto a soldados judíos para proteger las fronteras del país y han entregado la vida por ello. En correspondencia, cuando sus primos y tíos al otro lado de la frontera se encuentran en peligro, Israel no puede permanecer indiferente sin quebrantar este lazo profundo.
Este asunto trasciende la geopolítica. Se trata de una relación moral, forjada en la defensa común de una patria. Las medidas que Israel adopta para proteger a los drusos sirios demuestran que la lealtad y la asociación dentro de una nación generan compromisos que superan tanto las creencias religiosas como las fronteras nacionales. A medida que se desarrollan nuevas crisis en la frontera norte, la cuestión ya no es si Israel debe actuar en defensa de los drusos del otro lado, sino cuál es la forma más adecuada de saldar esta deuda moral sin comprometer su propia seguridad.
Al respaldar a los drusos, dentro y fuera del país, el Estado judío de Israel honra un compromiso que va más allá de la mera convivencia: un destino compartido basado en la confianza, el sacrificio y la convicción inquebrantable de que ninguna familia, cualquiera que sea su definición, quedará expuesta al peligro en soledad.