La conclusión de la “Operación León Naciente”, en hebreo Am K’Lavi, plantea a Israel nuevas oportunidades junto con desafíos formidables. El ataque focalizado contra Irán representó un logro sin precedentes en los ámbitos militar y de inteligencia, al eliminar temporalmente una doble amenaza existencial contra la seguridad de los ciudadanos israelíes.
Sin embargo, más allá de la comprensible sensación de satisfacción, la transición hacia un alto el fuego con Irán coloca a Israel en un entorno estratégico más complejo que en cualquier otro momento anterior. Entre los desafíos principales se encuentra la necesidad de establecer e implementar un mecanismo eficaz de supervisión que permita monitorear las acciones de Irán, gestionar frentes paralelos y mantener una coordinación estrecha y permanente con Estados Unidos.
La operación en Irán se ejecutó con valentía y precisión. Se alcanzaron los objetivos definidos por el gabinete de guerra israelí: se infligieron daños significativos al programa nuclear iraní, lo que implicó un retroceso en su avance y la imposición de obstáculos considerables para su recuperación; se alteraron de forma severa el sistema de misiles balísticos de Teherán y sus capacidades de lanzamiento; y se neutralizó a figuras clave del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y de las estructuras del mando militar iraní. Con ello, se transmitió un mensaje inequívoco, en consonancia con el espíritu de la “Doctrina Begin”: Israel no tolerará una realidad en la que sus enemigos desarrollen capacidades que representen una amenaza existencial para su supervivencia.