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Portada » Opinión » La estrategia de Hamás: Decir que los gazatíes se mueren de hambre

La estrategia de Hamás: Decir que los gazatíes se mueren de hambre

25 de julio de 2025
Hamás admite que no previó respuesta israelí: “Nadie esperaba que fueran tan bárbaros”

Las imágenes de niños famélicos resultan estremecedoras y movilizan a personas decentes a hacer todo lo posible por aliviar su sufrimiento. Ese sentimiento está detrás de la actual ofensiva diplomática contra Israel, en la que gran parte de Europa exige que el Estado judío ponga fin a la guerra contra Hamás prácticamente sin condiciones.

Existe un consenso creciente en los medios de comunicación dominantes y en los sectores responsables de la política exterior: lo que ocurre en la Franja de Gaza ha alcanzado tal nivel de gravedad que la lucha debe terminar de inmediato. Incluso algunos simpatizantes de Israel reconocen que, tras casi dos años de acusaciones inexactas —cuando no abiertamente falsas— sobre hambruna y “genocidio” en el enclave costero, por primera vez han comenzado a surgir afirmaciones creíbles sobre la expansión del hambre. Este giro ha comenzado a inclinar con mayor fuerza el escenario político y diplomático a favor de Hamás.

Negociaciones truncadas por la propaganda

Lejos de aproximar el fin de la guerra iniciada con los ataques palestino-árabes dirigidos por Hamás contra comunidades israelíes del sur el 7 de octubre de 2023, este panorama ha reducido aún más las posibilidades de lograrlo en el corto plazo. El colapso de las negociaciones para alcanzar un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes, impulsado por la administración Trump, es resultado directo del triunfo propagandístico alcanzado por los terroristas. La estrategia de crear una hambruna, a pesar de la disponibilidad de alimentos y otros suministros, no solo generó sufrimiento entre su propia población. También proporcionó a Hamás un instrumento para prolongar la guerra iniciada aquella mañana, con el objetivo de agravar la situación de los palestinos y doblegar a una Israel exhausta y acosada.

No es posible saber si esto derivará en un acuerdo de alto el fuego aún más favorable a Hamás, que le permita conservar el control de una parte considerable o total de la Franja. Tampoco puede asegurarse si este escenario confirma que Hamás pretende prolongar indefinidamente la guerra en Gaza, con la convicción de que el aumento de bajas y el sufrimiento de los palestinos atrapados en medio del fuego cruzado seguirán generando simpatía hacia su yihad destinada a destruir el único Estado judío del planeta.

Lo que sí puede afirmarse con certeza es que quienes, por hostilidad hacia Israel o por desconocimiento de los hechos, han colaborado con los esfuerzos de Hamás para fabricar una hambruna o han difundido información falsa con el fin de responsabilizar al Estado judío por lo que en realidad han provocado los terroristas, comparten con ellos la culpa de esta situación lamentable. Funcionarios de la ONU y de la comunidad internacional, así como entidades encargadas de la asistencia humanitaria y organizaciones autodenominadas de derechos humanos, junto a medios de comunicación que validan la estrategia de Hamás, no solo están equivocados. Asumen una responsabilidad considerable por la existencia de hambre en Gaza y por el fracaso de las negociaciones.

Hamás se atrinchera

Días antes, pocos dudaban de que un acuerdo para poner fin a los combates estaba al alcance y que probablemente se firmaría en el transcurso de la semana. Sin embargo, esas expectativas se desmoronaron debido al mismo factor —el sufrimiento en Gaza— que había intensificado la urgencia por alcanzar una tregua.

La crisis alimentaria fabricada por Hamás mediante tácticas orientadas a desviar u obstruir el suministro a los gazatíes necesitados logró no solo aumentar la simpatía por la causa palestina y las críticas hacia Israel.

También proporcionó a los terroristas un motivo para radicalizar aún más su posición.

Cuando parecía inminente una negociación exitosa, Hamás se sintió envalentonado por el efecto de su victoria propagandística, que motivó a 25 países y a la Unión Europea a exigir el cese inmediato de la guerra. Francia, cuya actitud hacia Israel ha sido cada vez más hostil desde el 7 de octubre, proclamó el reconocimiento de un Estado palestino, premiando así a los terroristas con un gesto simbólico hacia una soberanía inexistente.

Ante titulares que denunciaban a gritos la supuesta hambruna en Gaza, Hamás decidió no ceder en ningún punto de las negociaciones.

El grupo pretende conservar al menos parte de los rehenes secuestrados el 7 de octubre y también eludir cualquier consecuencia por haber iniciado una guerra mediante atrocidades contra Israel y haberla sostenido a costa de la población civil palestina. Si Hamás logra mantener el control de la Franja tras un eventual acuerdo, no solo podrá proclamarse vencedor. Tendrá la capacidad de reconstruir las fuerzas militares que Israel ha desmantelado durante los combates, así como los túneles utilizados para el terrorismo que hicieron tan difícil la confrontación. El resultado será que el Estado palestino de facto, creado tras la retirada israelí de Gaza en 2005, quedará reconstituido bajo un Hamás en posición de cumplir su amenaza de repetir las masacres del 7 de octubre hasta lograr la desaparición de Israel.

Una hambruna fabricada

Resulta esencial comprender qué ha provocado la escasez de alimentos en Gaza.

Contrario a lo que afirman de forma tendenciosa los medios corporativos, la causa no radica en que Israel impida el ingreso de alimentos a Gaza, ni en algún supuesto intento de perpetrar un genocidio.

Según reportó esta semana Amit Segal en The Free Press, el problema principal es el precio de los alimentos, no su inexistencia. El profesor de economía Yannay Spitzer, de la Universidad Hebrea, ha documentado que el precio de la harina —“el bien de consumo más esencial”— se ha multiplicado por 80 desde el inicio de la guerra.

La causa de esta hiperinflación no ha sido una supuesta acción israelí para bloquear el ingreso de harina a Gaza. Diversas declaraciones de gazatíes, así como abundantes imágenes y vídeos que muestran la disponibilidad de alimentos en el enclave, confirman que Hamás ha estado robando la ayuda humanitaria que llega a Gaza. Luego la acapara para su militancia o la revende a precios abusivos a los civiles palestinos.

Las agencias de la ONU, cuya postura favorece abiertamente la guerra palestina contra Israel, han afirmado que Israel bloquea los convoyes de ayuda humanitaria. Sin embargo, los hechos demuestran que, desde el inicio de las hostilidades, han ingresado a Gaza más de 900 camiones cargados con suministros destinados a la población necesitada, los cuales se encuentran bajo control de la ONU. Pese a ello, los contenidos no han sido distribuidos, como ha documentado la prensa. Israel ha propuesto a la organización cinco rutas distintas para entregar la ayuda, pero ninguna ha sido aceptada ni utilizada.

La Fundación Humanitaria para Gaza (GHF), creada por Estados Unidos e Israel para suplir el fracaso de las agencias de la ONU, también intenta proporcionar alimentos mediante su entrega a agentes de Naciones Unidas. No obstante, estas entidades se abstienen de actuar y además intensifican su campaña para culpar falsamente a Israel por la situación alimentaria.

Hamás también es responsable de los obstáculos enfrentados por la GHF y de las denuncias de que Israel estaría matando palestinos que acuden en busca de ayuda.

Desde el inicio de la guerra, Hamás ha procurado monopolizar la distribución de productos esenciales para la supervivencia de la población. Desde que la GHF comenzó a sortear los bloqueos impuestos por los secuestros de convoyes y la parálisis de la ONU, los terroristas han generado intencionadamente situaciones caóticas, ya sea infiltrando agentes en las multitudes o provocando disturbios durante la entrega de ayuda. Como resultado, las fuerzas israelíes que custodian la distribución han debido realizar disparos disuasivos al aire al sentirse amenazadas. Esto ha generado víctimas entre las multitudes que se abalanzan sobre los suministros, muchas veces incentivadas por disparos de Hamás. Las cifras de heridos o muertos en estos incidentes suelen ser deliberadamente infladas, tal como ocurre con todos los datos proporcionados por el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.

Esto ha deteriorado aún más la imagen internacional de Israel, alimentando la oleada global de antisemitismo surgida tras el 7 de octubre, sustentada en calumnias sobre un supuesto “genocidio”. Más grave aún, ha producido una situación que hasta hace poco no existía: una escasez real de alimentos en Gaza.

Esta escasez es responsabilidad exclusiva de Hamás.

La negativa del grupo terrorista a deponer las armas y liberar a los rehenes ha sido siempre el único impedimento para el cese de hostilidades. Sin embargo, al obstaculizar sistemáticamente la distribución de ayuda y apropiarse de ella, los islamistas han provocado una crisis de precios insostenible en Gaza.

Israel no puede hacer otra cosa que redoblar sus esfuerzos para destruir los remanentes de las fuerzas de Hamás y evitar así que continúen intimidando a los palestinos que no desean depender de los milicianos para subsistir. Mientras Hamás logre sabotear la asistencia humanitaria y las agencias de la ONU mantengan su hostilidad hacia Israel y su connivencia con el grupo islamista —tal como ocurrió el 7 de octubre y antes—, ningún esfuerzo humanitario ni gesto israelí bastará para evitar por completo la expansión del hambre en Gaza.

El precio de ceder

La cuestión es si la presión internacional generada por esta crisis —sumada al agotamiento de la sociedad israelí y al interés de la administración Trump por concretar un acuerdo que pueda presentarse como logro diplomático— bastará para obligar a Israel y a Estados Unidos a retomar las negociaciones y entregar a Hamás todo lo que exige.

Eso podría atenuar la ofensiva propagandística que presenta a Israel como un Estado paria, además de reducir los incidentes antisemitas que se han multiplicado en todo el mundo. También podría facilitar la liberación de algunos rehenes israelíes y de algunos cuerpos de las víctimas que los terroristas aún retienen como moneda de cambio.

Asimismo, otorgaría a las Fuerzas de Defensa de Israel una pausa operativa, de duración incierta. Sin embargo, esa tregua duraría solo hasta que un Hamás revitalizado y victorioso, con el respaldo de la ayuda internacional que se volcará sobre la Franja, haya reconstruido su capacidad militar hasta convertirse nuevamente en una amenaza letal para Israel. Nadie debería dudar de que eso ocurrirá, sin importar las garantías o disposiciones incorporadas en un eventual acuerdo de cese de fuego. A menos, claro está, que Estados Unidos esté dispuesto a apoyar una reanudación inmediata de la guerra contra Hamás cuando la amenaza vuelva a ser evidente.

Pero nadie debería imaginar que una capitulación de Estados Unidos e Israel ante Hamás aliviará el sufrimiento de los gazatíes, quienes seguirán sometidos a un grupo terrorista dispuesto a sacrificarlos en nombre de una “resistencia” que no cesará hasta destruir el Estado judío.

Lo que ocurre en Gaza merece figurar entre las hambrunas provocadas por el hombre, como las perpetradas por los dictadores comunistas Iósif Stalin y Mao Tse-Tung, responsables de la muerte de millones en catástrofes autoinfligidas con fines políticos. Sin embargo, este crimen cometido por Hamás se atribuye a Israel y al pueblo judío debido a las mentiras difundidas por los medios de comunicación y reforzadas por tópicos antisemitas.

Después de veintidós meses extenuantes de lucha contra Hamás, resulta comprensible —aunque lamentable— la tentación de ceder ante la guerra propagandística. La disyuntiva que enfrentan hoy Washington y Jerusalén, al tener que decidir si poseen la fortaleza moral para resistir el desprecio que se les dirigirá de forma injusta mientras Hamás sigue matando de hambre a su propio pueblo, no es envidiable. Pero deben recordar que permitir a los terroristas salirse con la suya —tras iniciar una guerra, cometer atrocidades inenarrables y fabricar una hambruna— tendrá un precio que seguirá pagándose con sangre de judíos y árabes si los responsables logran alcanzar su objetivo.

Sobre el autor: Jonathan S. Tobin es editor en jefe de JNS (Jewish News Syndicate). Sígalo en: @jonathans\_tobin.
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