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La ficción de los “socios estratégicos”: EE. UU. subvenciona a sus propios enemigos

20 de julio de 2025
Trump visitará a las tropas estadounidenses en Qatar

El emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, da la bienvenida al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una ceremonia oficial de bienvenida en el Amiri Diwan en Doha, Qatar, el 14 de mayo de 2025. (AP Foto/AlexBrandon)

Estados Unidos insiste en sostener la ficción de que países como Catar, Turquía y otros en la región son “socios estratégicos”, pese a la abrumadora evidencia de que estas naciones socavan los intereses estadounidenses, financian a extremistas y desestabilizan Oriente Medio. La ilusión de una amistad ha nublado el juicio de Washington y ha puesto en peligro directo la vida de sus aliados y de sus propias tropas.

Este engaño debe terminar de una vez por todas.

Washington considera a Catar un socio, aunque en realidad se trata del actor más falaz del escenario internacional. Estados Unidos mantiene una extensa presencia militar en la base aérea de Al Udeid, desde donde lanza operaciones en toda la región. A cambio, Catar financia a Hamás, alberga a los talibanes y difunde discursos contrarios a Occidente a través de su cadena estatal Al Jazeera. Ningún analista serio de política exterior puede negar esta contradicción: el mismo país que alberga aviones de combate estadounidenses también da cobijo a los enemigos de Estados Unidos.

El papel de Catar como principal patrocinador de Hamás no es una conjetura, sino un hecho ampliamente documentado. Tras la masacre perpetrada por Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, el apoyo sostenido de Doha al grupo quedó expuesto ante la comunidad internacional. En lugar de enfrentar sanciones, Catar sigue siendo tratado como un mediador, a pesar de su evidente parcialidad y complicidad. ¿Por qué se le ha confiado la mediación de treguas a un benefactor de Hamás? Eso no es diplomacia, sino una ilusión peligrosa.

Turquía, otro supuesto aliado, ha adoptado progresivamente una postura islamista y hostil hacia Occidente bajo el liderazgo del presidente Recep Tayyip Erdogan. Aunque formalmente integra la OTAN, en la práctica actúa de forma contraria a los intereses de la alianza: ha adquirido armamento ruso, ha hostigado a aliados de Estados Unidos como los kurdos y ha permitido la actividad de elementos yihadistas en su territorio o a través de él.

El respaldo de Ankara a Hamás y su hostilidad hacia Jerusalén forman parte de un giro más amplio hacia el islamismo autoritario. Turquía da refugio a miembros de la Hermandad Musulmana, acoge al confeso promotor del terrorismo Sami Al-Arian, difunde teorías conspirativas antisemitas y se presenta como defensora de causas que contradicen abiertamente los valores democráticos de Occidente. Si eso constituye una amistad, cabe preguntarse cómo se define entonces la enemistad.

Aún más desconcertante resulta la disposición de Estados Unidos a tratar al nuevo régimen sirio, liderado por Ahmed al-Sharaa, como un interlocutor creíble para la “estabilidad” regional. Aunque Al-Sharaa asumió el poder tras encabezar la ofensiva que derrocó a Bashar al-Ásad, su liderazgo del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham genera serias preocupaciones sobre extremismo sectario e intolerancia religiosa.

En los últimos días, las fuerzas sirias bajo su mando han lanzado ataques contra la comunidad drusa en el sur de Siria, lo que ha llevado a Israel a intervenir militarmente en su defensa. Según informes, la Fuerza Aérea israelí bombardeó posiciones militares sirias con el objetivo de proteger a los drusos acosados, lo que demuestra la disposición de Jerusalén a actuar de forma unilateral cuando se amenaza a las minorías.

Mientras tanto, las fuerzas estadounidenses permanecen en Siria bajo reglas de enfrentamiento tan restrictivas que impiden cualquier respuesta efectiva ante amenazas emergentes, lo que incrementa la inestabilidad y el riesgo de un nuevo derramamiento de sangre.

Existe un fracaso estratégico más profundo: la suposición de que el involucramiento diplomático, los lazos económicos o los intereses militares compartidos bastan para domesticar a adversarios ideológicos. Esta doctrina del “amigo-enemigo” ha fracasado de forma reiterada. Parte de la premisa errónea de que asociaciones transaccionales conducirán a una alineación duradera con los objetivos estadounidenses. En la práctica, estas relaciones han fomentado el extremismo, recompensado conductas hostiles y alejado a verdaderos aliados, en especial a Israel.

Se ha interpretado mal el tablero geopolítico. Catar no actúa como un mediador neutral. Turquía no representa una democracia occidental. Siria no es una fuerza estabilizadora. Estos regímenes explotan el deseo occidental de diálogo y diplomacia al tiempo que financian a los enemigos de Occidente y debilitan sus alianzas.

Estados Unidos debe abandonar la falsa equivalencia entre ubicación geográfica y lealtad. El hecho de que sus bases estén emplazadas en ciertos países no implica que esos gobiernos compartan sus intereses. Es necesario:

Condicionar la cooperación militar y financiera a acciones verificables contra grupos terroristas. Imponer sanciones a los regímenes e individuos que financian o protegen a extremistas. Reconstruir alianzas estratégicas con socios fiables, en especial con Israel y los Estados árabes moderados que han optado por la normalización y la paz. Abandonar las estrategias de involucramiento que presuponen que estos actores hostiles pueden ser “gestionados” únicamente mediante diplomacia.

La lucha contra el terrorismo siempre ha exigido una visión moral clara. En la actualidad, esa claridad implica reconocer que se está alimentando al enemigo —militar, financiera y diplomáticamente— mientras se finge que se trata de aliados.

No se trata solo de un error estratégico. Es una traición a los valores estadounidenses, a sus aliados y a la causa de la paz.

Las opiniones y hechos presentados en este artículo pertenecen exclusivamente a su autor. Ni JNS ni sus socios asumen responsabilidad alguna por su contenido.

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