Con el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, hubo una sensación de victoria entre las democracias liberales, un sentimiento de que el enfoque capitalista había ganado y que Rusia se someterá a los procedimientos democráticos-occidentales.
Cuando serví como embajador de Israel en Rusia, durante la época del presidente Boris Yeltsin, fui testigo, de diversas maneras, del desprecio que los países occidentales mostraban a Rusia y del sentimiento de humillación que los rusos sentían junto con la sensación de amenaza estratégica para la nación rusa.
Sólo después de la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero, Occidente se dio cuenta de la profundidad de la concepción imperialista rusa y de su inmenso anhelo de volver a ser una potencia.
Como oficial del KGB, Vladimir Putin experimentó el colapso del imperio soviético y vio cómo se debilitaba Rusia, Putin ha observado con cautela cómo la OTAN empuja sus fuerzas hacia el este, en marcado contraste con las promesas occidentales tras la disolución de la Unión Soviética.
En la escena mundial, Putin ha declarado una “campaña limitada” en Ucrania, destinada a desmilitarizarla y “desnazificarla”. No utiliza el término “guerra” para no evocar los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial (que Rusia llama la “Gran Guerra Patriótica”), ya que todavía no se ha olvidado el alto coste que supuso para la sociedad rusa.
En 2014, la destitución del presidente ucraniano prorruso Víktor Yanukóvich provocó una crisis política y desencadenó la invasión rusa y la posterior anexión de la península de Crimea. Este movimiento de Putin prácticamente decidió que Ucrania nunca podría formar parte de la Unión Europea, ya que esta no concede la adhesión a países sometidos a disputas territoriales.
Para Rusia, la existencia de Ucrania como Estado independiente no es más que un error de la historia que el Kremlin debe rectificar. Así, Putin pretende desmilitarizar Ucrania, erradicar su régimen democrático e instalar un gobierno títere, convirtiendo a Ucrania en un protectorado ruso. Sus motivos son tanto ideológicos como geopolíticos y suponen una flagrante violación de los acuerdos internacionales.
Sin embargo, Putin parece haber subestimado el nacionalismo ucraniano o la determinación del pueblo ucraniano.
El comportamiento del presidente ruso también señala a otros países de la antigua Unión Soviética, como los Estados bálticos y Moldavia, que deben tener cuidado: está claro que Occidente no acudirá en su ayuda en momentos de necesidad.
Puede que el rublo ruso se haya desplomado, pero Putin sigue gozando de un apoyo masivo. Los rusos sólo consumen medios de comunicación estatales porque todos los canales de medios liberales han sido cerrados. Las manifestaciones han sido prohibidas y, de hecho, no existe una oposición activa en Rusia: Putin ha conseguido eliminarla.
No hay forma de saber si las sanciones económicas que Occidente impuso a Rusia empujarán a Putin a firmar un acuerdo de alto el fuego. Putin es muy consciente de la dependencia de los países europeos del petróleo y el gas natural rusos, y es muy consciente de la gran avidez de China por el petróleo y el gas.
La crueldad del presidente ruso ha quedado demostrada en el pasado. Ahora necesita cimentar una imagen de victoria y eso, desgraciadamente, aún no está a la vista.