La estadounidense Katie Kitamura, el sueco Fredrik Backman, el británico Max Porter y los ganadores del premio Pulitzer Jhumpa Lahiri e Hisham Matar tienen algo en común: son novelistas occidentales reconocidos que no desean que sus libros se traduzcan al hebreo.
Antes de la actual guerra, solo se registraban uno o dos casos al año de escritores que rechazaban la traducción al hebreo por motivos políticos. La primera fue Alice Walker, autora de El color púrpura. Hoy, los casos son innumerables. Entre ellos figura la surcoreana Han Kang, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2024.
Desde que recibió el Nobel, varios editores israelíes se han puesto en contacto con Kang. En respuesta a la más reciente solicitud de Yoav Reiss, editor israelí de la editorial Persimmon, su agente envió una carta que afirma: “Kang no desea que su obra se publique en Israel.” La chilena Isabel Allende acaba de tomar la misma decisión.
También existen autores consagrados, como la irlandesa Sally Rooney, que han pasado de rechazar la traducción al hebreo a justificar la lucha armada contra negocios judíos. En Stamford Hill, Londres, un comercio judío fue vandalizado: rompieron sus vitrinas, pintaron puertas y muros con pintura roja. El ataque fue ejecutado por Palestine Action, el grupo de presión al que Rooney elogia en el Guardian: “Admiro y apoyo con todo mi corazón a Palestine Action y seguiré haciéndolo, incluso si se convierte en una organización terrorista.”
El gobierno de Keir Starmer acaba de clasificar a Palestine Action como grupo terrorista.
Hoy, en los círculos literarios de élite en Occidente, no se es nadie si no se lleva un kufiya.
La entereza de Salman Rushdie —“si existiera un Estado palestino, se parecería al régimen talibán”— y el pesimismo de Michel Houellebecq —“si Israel deja de luchar, desaparecerá”— son posturas muy poco frecuentes en el ámbito literario occidental.
El novelista alemán Maxim Biller lo explicó en un artículo publicado en Die Zeit. El texto, titulado Morbus Israel, fue retirado del sitio tras suscitar polémica.
Biller criticó a los “buenos occidentales” que convierten a los israelíes en “asesinos de niños medievales y criminales de guerra contemporáneos”. Según escribe, se trata de “excusadores del islam”, personas cuya idea del judío aceptable es “el débil e instruido que se presenta cortésmente ante la cámara de gas o aquel a quien la Guardia Revolucionaria iraní convierte en polvo atómico”.
En octubre de 2023, se instaló un enorme cartel en la plaza Valiasr, en Teherán, que mostraba multitudes de musulmanes marchando hacia el Monte del Templo en Jerusalén. Era una representación de la “liberación” de Jerusalén del control judío, una liberación que parecía inminente tras la invasión y masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel.
Ese es también el deseo oscuro de estos escritores occidentales —humanitarios, democráticos, compasivos, liberales y pacifistas— que, tras el “mundo sin judíos” del nazismo, aspiran a un “mundo sin Israel”.