Durante los últimos días, el sentimiento antiisraelí y antijudío se ha incrementado hasta alcanzar niveles de frenesí absoluto. Cada pocas horas emerge un nuevo acto de hostilidad.
En Londres, un conocido locutor judío fue perseguido por la calle por un individuo que gritaba “escoria sionista fascista”. Una mujer que cenaba en un restaurante judío de la ciudad fue interrogada sobre si era judía y luego le arrojaron comida.
En la isla griega de Rodas, una turba armada con cuchillos atacó a un grupo de adolescentes judíos. Unos 50 niños judíos franceses, que regresaban de un campamento de verano en España, fueron expulsados de un vuelo en el aeropuerto de Valencia después de que cantaron canciones en hebreo; el guía del grupo fue arrestado y arrojado al suelo.
La obsesión de la BBC por demonizar y deslegitimar a Israel ha alcanzado proporciones patológicas. Esta semana, el programa insignia de su emisora de radio, Today, dio prioridad a acusaciones cada vez más retorcidas y calumniosas que presentan a Israel como un Estado malvado y asesino, incluyendo la afirmación de un cirujano británico que trabaja en Gaza, según la cual las Fuerzas de Defensa de Israel estarían participando en un “juego” consistente en disparar cada día a una parte distinta del cuerpo de niños gazatíes en las filas de distribución de alimentos.
El coloso mediático apenas pudo disimular su entusiasmo mientras reporteros e invitados repetían al unísono que “se avecina un ajuste de cuentas” con el inminente fin de la guerra en Gaza, tras el cual saldrían a la luz los “crímenes de guerra” de Israel, lo que justificaría de forma concluyente la proclamación de un Estado palestino.
Esta ofensiva propagandística se estructura en torno a tres grandes calumnias: que las FDI matan intencionadamente a gazatíes en las filas de distribución de alimentos, que Israel provoca deliberadamente la hambruna de la población gazatí y que la “violencia de colonos” contra árabes está aumentando en los territorios en disputa de Judea y Samaria.
Las tres acusaciones buscan transformar a Israel, que ha sido objeto y víctima de un ataque genocida, en una entidad criminal y asesina que carecería de legitimidad para existir. Se trata de una campaña propagandística impulsada por Hamás en coordinación con sus aliados en las Naciones Unidas y con el conjunto del aparato humanitario global, amplificada por los grandes medios de comunicación y replicada por políticos que actúan con malicia o ignorancia.
Cualquier reflexión mínima lleva a concluir que acusar a las FDI de matar deliberadamente a gazatíes que esperan recibir alimentos resulta absurdo. Si Israel colaboró en la creación de la Fundación Humanitaria para Gaza y participa activamente en su supervisión para garantizar la entrega segura de alimentos, ¿qué motivo tendrían las FDI para atacar a esas mismas personas?
En los casos en que algunos gazatíes han muerto cerca de los puntos de ayuda, estas muertes han sido el resultado no deseado de disparos de advertencia al aire efectuados por soldados que intentaban disuadir a multitudes que, posiblemente infiltradas por Hamás, mostraban intención de avanzar hacia las tropas israelíes.
Quien ha estado matando deliberadamente a cientos de gazatíes para impedir que accedan a los centros de ayuda gestionados por Estados Unidos e Israel ha sido Hamás. Ha sostenido su poder a través del saqueo sistemático de esa asistencia, que desvía para sus propios fines.
Para perpetuar su control, Hamás necesita que esa ayuda sea distribuida exclusivamente por sus aliados en la ONU. Por eso, en las negociaciones de alto el fuego, exige que la distribución recaiga en el organismo internacional y en la Media Luna Roja Palestina.
Esta semana, los medios publicaron imágenes conmovedoras de niños esqueléticos que se presentaron como prueba de hambruna en Gaza. Sin embargo, los adultos que aparecen en esas mismas fotos muestran un estado nutricional normal. ¿Resulta verosímil que solo los niños sufran inanición mientras los adultos no?
Israel sostiene que esas imágenes, que se han difundido repetidamente a lo largo de los años con la acusación falsa de que ilustran la brutalidad israelí, muestran en realidad a niños con enfermedades degenerativas o afecciones médicas hereditarias.
Aunque el hambre pueda estar aumentando en Gaza, atribuir esta situación a Israel resulta grotesco. El director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha acusado a Israel de bloquear la ayuda humanitaria. Esa afirmación es completamente falsa.
La división de ayuda humanitaria de las FDI, COGAT, informó que recientemente ingresaron a la Franja cerca de 4.500 camiones con suministros, incluyendo harina para panaderías y 2.500 toneladas de alimentos infantiles y productos especiales de alto contenido calórico para niños.
El punto crucial es que unos 950 camiones permanecen varados dentro de Gaza porque las agencias de las Naciones Unidas se niegan a distribuir la ayuda que transportan. La Fundación Humanitaria para Gaza ha suplicado al organismo internacional que colabore en la distribución de esos suministros, pero la ONU se ha negado.
Esa negativa responde a su coordinación directa con Hamás, que busca provocar muertes por inanición como instrumento bélico, del mismo modo en que ha utilizado a la población civil de Gaza como escudo humano y carne de cañón.
Esta estrategia atroz se basa en el cálculo perverso de que cuanto mayor sea el número de gazatíes muertos, mayor será la presión internacional contra Israel. Así, las condenas sin fundamento del mundo occidental por la supuesta “hambruna provocada por Israel” acaban convirtiéndose en una sentencia de muerte para los propios gazatíes.
Ahora, la maquinaria de deslegitimación contra Israel ha incorporado otra arma potente: la llamada “violencia de colonos”. Esta narrativa busca demonizar a los residentes judíos de Judea y Samaria acusándolos de agredir y aterrorizar a sus vecinos árabes.
Como suele ocurrir, la realidad es, en la mayoría de los casos, exactamente la contraria. Si bien es cierto que una minoría de jóvenes judíos radicalizados en asentamientos aislados ha perpetrado ataques de represalia injustificados contra árabes —y deben ser procesados—, la mayoría de los episodios de violencia en estos territorios corresponde a ataques de árabes locales contra residentes judíos, quienes son víctimas de agresiones mortales casi a diario.
Según un informe de la ONG Regavim, el 90% de los incidentes que la ONU ha clasificado como “violencia de colonos” no corresponden a esa categoría. Incluyen enfrentamientos entre árabes y las FDI, actos de legítima defensa de judíos ante ataques árabes, o incluso actividades pacíficas como visitas supervisadas al Monte del Templo en Jerusalén o excursiones turísticas a sitios históricos.
Esta semana se demostró que la acusación de que “colonos” habían incendiado la iglesia bizantina de San Jorge en Taybeh, cerca de Ramala, era falsa. El embajador de EE. UU. en Israel, Mike Huckabee, quien había recorrido la iglesia y declarado que “profanar una iglesia, mezquita o sinagoga es un crimen contra la humanidad y contra Dios”, rectificó y reconoció que el templo no había sufrido daños, algo evidente desde un inicio por sus muros de piedra intactos. Sin embargo, esta mentira, difundida por sacerdotes y activistas, ya había circulado globalmente.
En lugar de desmentir estas falsedades para ayudar a Israel a enfrentar a los enemigos islamistas de la humanidad y proteger a los judíos de la diáspora ante el odio que esta ofensiva mediática incita, los líderes políticos del Reino Unido y de Europa han contribuido a avivar aún más las llamas.
Un comunicado del canciller británico, David Lammy, junto a los ministros de Asuntos Exteriores de otros 27 países, acusó a Israel de “asesinar de forma inhumana a civiles, incluidos niños, que intentaban satisfacer sus necesidades básicas de agua y alimento”, de negar “asistencia humanitaria esencial a la población civil” y de permitir un incremento alarmante de la “violencia de colonos”.
¿Cómo explicar esta caída estrepitosa desde la racionalidad hasta los abismos de la propaganda letal? ¿Cómo puede ser que en el Reino Unido se reciba con incredulidad la información verificable sobre la guerra en Gaza, que “sionista” se haya convertido en un insulto y que el antisemitismo sea percibido como una simple estrategia de los judíos para blanquear los “crímenes” de Israel?
Existen muchas causas: ideología, ignorancia y una fe ciega en ilusiones. También influye la creencia extendida de que la ONU y el aparato de derechos humanitarios —elevados al rango de religión secular— actúan con absoluta integridad y resultan incapaces de mentir o actuar con maldad.
Pero hay impulsos más oscuros en juego: el deseo profundo de probar que los judíos son intrínsecamente perversos, que poseen un poder singular y destructivo sobre los acontecimientos del mundo y que jamás pueden ser considerados víctimas.
Por eso, las amenazas reales que representan Rusia, China o Irán, las atrocidades perpetradas contra los drusos en Siria o los cristianos en África, o la hambruna devastadora en Sudán, quedan relegadas en el imaginario occidental ante la obsesión feroz, desquiciada y desproporcionada con el diminuto Estado de Israel, epicentro de un trastorno civilizatorio que no está destruyendo a Israel, sino a Occidente.
