Después de los alauitas y los cristianos, ahora les ha llegado el turno a los drusos, una antigua secta sincrética surgida en Egipto en el siglo XI, con cerca de un millón de miembros distribuidos entre Siria, Líbano, Jordania e Israel. Su comunidad más numerosa se encuentra en Sweida, también escrita Suwayda, en el sur de Siria.
Sin embargo, los medios occidentales, las cancillerías y las universidades guardan silencio porque las víctimas no enarbolan banderas palestinas y los verdugos gritan “Allahu Akbar”.
En Sweida, Siria, cientos de drusos están siendo masacrados. Sus mujeres y niños han sido secuestrados, y sus líderes espirituales torturados por los islamistas que gobiernan el país. Ya en 2018, los sirios intentaron exterminar a los drusos sirios, y 258 de ellos fueron asesinados en Sweida.
Israel es el único actor que ha tomado medidas concretas en defensa de los drusos, con un total de 160 ataques aéreos dirigidos contra las milicias islamistas y el régimen islamista de Damasco.
El resto del mundo permanece en silencio.
Mientras tanto, en la frontera entre Israel y Siria reina el caos. Drusos israelíes han cruzado a Siria para asistir a sus hermanos, mientras que drusos sirios han intentado huir hacia Israel para salvar sus vidas.
Sin embargo, Israel no puede permitir su ingreso, ya que no existe posibilidad de verificar su identidad y antecedentes en las condiciones actuales.
Hoy, la frontera norte representa la salvación ante la masacre, del mismo modo que la frontera sur significó la muerte para 1.200 israelíes el 7 de octubre.
Surgen algunas preguntas:
¿Dónde está la ONU?
¿Dónde están los manifestantes propalestinos?
¿Dónde están los supuestos “defensores de los derechos humanos”?
¿Dónde está Francesca Albanese?
¿Dónde están las feministas?
En los últimos días, los islamistas han ingresado en Sweida —territorio autónomo druso— para saldar cuentas con esta minoría, ya que no han logrado islamizarla en mil años de intentos.
Hoy circulan videos de una brutalidad absurda: drusos asesinados en sus casas o en plena calle, ancianos religiosos drusos con las barbas arrancadas.
Mientras tanto, los occidentales ingenuos, envueltos en kufiyyas fabricadas en China y ansiosos por aleccionar a los demás sobre Oriente Medio, ignoran que los asirios no desaparecieron —si es que alguna vez oyeron hablar de ellos—. Tampoco saben quiénes son los circasianos, zoroastrianos, armenios, drusos, bahá’ís o ahmadíes. Lo único que saben hacer es culpar a los judíos, que representan el 0,2 % de la población mundial.
Para los islamistas resulta intolerable que los no musulmanes puedan gobernarse por sí mismos y vivir en paz.
Afortunadamente, los drusos están armados.
Como advirtió el arzobispo caldeo de Mosul, Emil Nona, al diario italiano Corriere della Sera:
“Nuestro sufrimiento es el preludio de lo que ustedes, europeos y occidentales, sufrirán en un futuro cercano. Aquí sus principios liberales y democráticos no tienen valor. Deben reconsiderar la realidad de Oriente Medio, porque están recibiendo en sus países un número cada vez mayor de musulmanes.
”Están en peligro. Deben tomar decisiones firmes y valientes, incluso si eso implica contradecir sus principios. Ustedes creen que todas las personas son iguales, pero no es cierto: el islam no dice que todos sean iguales. Sus valores no son los valores del islam. Si no comprenden esto a tiempo, terminarán convertidos en víctimas del enemigo al que han dado la bienvenida en sus hogares.»
Al final, siempre nos encontramos ante la misma encrucijada: islam o Israel, sharía u Occidente.