La adhesión de Bahréin a los EAU y las señales alentadoras de Arabia Saudita, Marruecos y Sudán no modifican fundamentalmente la posición regional de Israel, pero sí apuntan a una pauta interesante que demuestra la dramática influencia de la política estadounidense en la región.
Ha quedado claro, una vez más, cuánto daño puede hacer una política simplista, influenciada por imágenes distorsionadas de los equilibrios regionales de poder, y qué grandes beneficios pueden cosechar los EE.UU. y sus aliados en cambio analizando fríamente este equilibrio. Cuando Kissinger y Nixon introdujeron un cambio revolucionario en la posición de los EE.UU., basado en tal análisis, nadie que conociera sus logros globales se sorprendió. Cuando Trump va por el camino correcto, es difícil atribuir esto a las agudas habilidades analíticas. Sin embargo, ha quedado claro que cuando se trata de Oriente Medio, tiene algo no menos importante: saludables instintos estratégicos. Más allá de la cuestión regional, hay una interesante lección que aprender. Obama, el frío y sofisticado, casi nunca dejó de cometer un error en su comprensión y en su política en la región; Trump, el errático y emotivo, solo cometió unos pocos errores (como con Erdogan) y aportó muchos beneficios.
EE.UU. y sus aliados han sufrido mucho por los presidentes que no entendieron la región. El peor daño fue causado en 1956 por Eisenhower, quien catapultó al liderazgo mesiánico de Nasser, dañó críticamente el prestigio de sus principales aliados de la OTAN y fortaleció dramáticamente el prestigio de la URSS en la región. Lo hizo debido a la alucinante creencia de que Egipto y los no alineados verían a los americanos como aliados contra el “neocolonialismo” británico-francés en Suez. El resultado inevitable del fortalecimiento del radicalismo de Nasser y del patrón soviético fue el colapso del importante régimen pro-occidental en Irak y la amenaza a Jordania y Líbano, que apenas se salvaron gracias a la ayuda de las fuerzas británicas y americanas. El daño causado por Kennedy fue menos dramático, pero también trató de reconciliar el radicalismo de Nasser, en lugar de aprovechar su debilidad en Siria y Yemen.
Los presidentes Johnson, Nixon y Ford (en realidad, Kissinger durante la época de Ford) ya comprendían bien la dinámica regional. Negaron la imagen simplista que ponía a Israel frente a los “árabes” y llamaron a los EE.UU. a elegir entre ellos. Definieron los campos tal como eran: los elementos radicales apoyados por la URSS por un lado; y los EE.UU., la mayoría de los Estados árabes que temían el radicalismo, e Israel por el otro lado. Comprendieron la oportunidad que la derrota de Nasser, sus socios y su patrocinador soviético ofrecía en la Guerra de los Seis Días de 1967, y le hizo elegir entre el bloqueo y la destrucción en un formato que existía desde los años 50, y el campo americano, que le arrancaría sus dientes radicales. Nasser se negó y perdió su posición. Sadat cumplió, con sus condiciones, como parte del acuerdo después de la guerra de Yom Kippur, en la que ganaron los EE.UU., Israel y el propio Egipto, y perdieron la URSS, Siria y la OLP.
Dos presidentes se desviaron de esta línea y fracasaron con sus políticas. Carter presionó por un “acuerdo integral” que incluyera a todos los radicales. Sadat, que temía que todos los logros de Egipto se perdieran gracias a las ilusiones de un presidente “a medias”, dio un paso revolucionario y ofreció un acuerdo de paz separado con Israel. Carter tuvo que cambiar de dirección, e incluso ayudó a llevar a cabo el acuerdo en Camp David. Obama combinó el compromiso ideológico con la causa palestina con una sobreestimación, completamente desconectada de la realidad, de su peso en la región y malgastó su presidencia en intentos poco profesionales de llegar a un acuerdo imposible entre ellos e Israel.
Trump ve la región como es, excepto por su error en cuanto al peligro de Erdogan y la Hermandad Musulmana. Entiende que la participación directa de las tropas de EE.UU. en la región no solo tiene poco apoyo entre el público americano, sino que también es estratégicamente ineficaz. Pertenecen a Asia, y especialmente al Mar de la China Meridional.
En el Medio Oriente es importante identificar al principal enemigo de los EE.UU. y sus aliados – Irán, debilitarlo y dañarlo lo más posible, dar un apoyo total y confiable a las fuerzas regionales que luchan contra él, y alentarlos a actuar juntos y ayudarse mutuamente. Este es el significado de la alianza entre Israel, los EE.UU. y los principales Estados suníes, mientras se evita el veto palestino. Esto es lo que se está celebrando justificadamente en Washington.